Carlos Viván

Repasando los años de oro del tango, uno no puede menos que manifestar asombro por la capacidad del género para expresar un amplio universo cultural en la que se integra la música, la poesía, el teatro y la bohemia nocturna en una ciudad que a través de estas manifestaciones empezaba a encontrar su identidad. En el Buenos Aires de los años veinte, treinta y cuarenta pululaban por la noche poetas, músicos, actores, aspirantes a galanes, “chicas bien de casas mal y chicas mal de casas bien”, aventureros y buscavidas de todo pelaje, y esa bulliciosa y espléndida marejada humana se expresaba con ritmo de tango.

Carlos Viván fue un exponente típico de ese tiempo. Inteligente, burlón, buen mozo, amigo de la noche y amigo de los amigos, se destacó como cantante, poeta, compositor, galán de cine, actor de teatro y tanguero a tiempo completo. Su nombre verdadero era Miguel Rice Treacy. Ascendencia irlandesa y nacido en abril de 1903 en el barrio de San Telmo. Desde muchacho anduvo entreverado en los oficios de la noche. Con apenas 21 años escribió uno de los grandes poemas del tango de su tiempo, un poema que dicho sea de paso lo escuché desde muy pibe porque le encantaba a mi viejo. Se trata de “Hacelo por la vieja”. Lo acompañó en la construcción de los versos Héctor Bonatti -autor de “La muerte de milonguita”- y la música de Rodolfo Sciamarella.

Ese tango fue un verdadero suceso. Mi recuerdo personal se identifica con la versión de Alfredo de Ángelis y Oscar Larroca. Trata la historia de dos hermanos, el mayor postrado por los excesos de la vida que aconseja al hermano menor y le pide que se aleje de la noche: “Hacelo por la vieja, abrite de la barra, no ves lo que te espera si continuás así, no ves que es peligroso tomar la vida en farra, hacelo por la vieja si no lo hacés por mí”. ¿Alguna otra versión? Como no. Recomiendo la de Alberto Morán, Abel Córdoba y Carlos Acuña.

Quienes conocieron a Viván, quienes frecuentaron su amistad, aseguran que es un tango autobiográfico, aunque en este caso la supuesta autobiografía era la de un muchacho veintiañero. Jovencito o no, Viván ya daba que hablar en la noche porteña. En 1927 está cantando con la orquesta de Bautista Guido. Es una voz “chiquita”, pero muy bien afinada y con excelentes recursos para interpretar el tango. Enrique Dizeo, el autor de “Pan comido” y de ese exitoso valsecito peruano “Que nadie sepa mi sufrir”, promocionaba a este muchacho aprovechando su buena pinta y su estilo para lucir las pilchas nuevas. Al muchacho, Dizeo lo presentaba como “Maniquí vivant” y en cierto momento, atendiendo sobre todo al hecho de que su apellido irlandés no era muy “marketinero” para el tango, decidió llamarlo “Viván” sin la T que acompañaba al maniquí.

En la segunda mitad de la década de veinte y los primeros años treinta, Viván se transformó en una estrella de la noche tanguera, una estrella que tal vez no haya sido la más luminosa, pero que brillaba con luces propias. Así parecían confirmarlo su presencia exitosa en los teatros de revista junto con Elías Alippi y Marcelo Ruggero, por ejemplo. Para no mencionar su debut estelar en el Viejo Teatro Ópera con la compañía de revista dirigida por Manuel Romero. También en el cine se hizo presente, con una discreta participación, por ejemplo en 1935, en “Noches cariocas”, dirigida en Brasil por Enrique Cadícamo.

Después de su pasaje por la orquesta de Guido, el hombre pasó por la orquesta de Pedro Maffia, Antonio Bonavena, Osvaldo Fresedo, Edgardo Donato, Roberto Firpo y el gran Pacho Maglio con quien grabó en su carácter de estribillista alrededor de ciento cincuenta temas. Particular mención merece su presencia en la orquesta de Julio de Caro, con quien grabó cinco temas, dos a dúo con Héctor Farrel. Con De Caro “aterrizó” a principios de los años cuarenta, luego de sus andanzas por EE.UU., Europa y América Latina.

Otra de las “ventajas” de Viván fue su excelente dominio del inglés aprendido en su casa. Eso le permitió ganarse la vida trabajando en el ferrocarril y luego le facilitó firmar contratos artísticos para actuar en Europa y Estados Unidos, donde además se dio el lujo de incursionar en el jazz y acompañar las presentaciones de Terig Tucci.

En 1929 Viván escribe su otro gran tango. Se llama “Cómo se pianta la vida”, un tango al que le puso la música y la letra. Todos lo conocemos: “Berretines locos de muchacho rana, me arrastraron ciego en mi juventud, en milongas, timbas y en otras macanas, donde fui palmando toda mi salud. Mi copa bohemia de rubia champaña, brindado amoríos borracho la alcé. Mi vida fue un barco cargado de hazañas, que junto a las playas del mal la encallé”.

¿Es también un tango biográfico? Puede que sí, pero lo seguro es que esa letra expresa la soledad, la nostalgia y la sensación de derrota a la hora de hacer el balance a la vuelta de los años. “Cómo se pianta la vida, cómo rezongan los años, cuántos fieros desengaños, nos van abriendo una herida. Es triste la primavera, si se vive desteñida. ¡Cómo se pianta la vida, del muchacho calavera!”

A ese tango lo escuché por primera vez gracias a la voz del Polaco Goyeneche. Creo que es la mejor interpretación, pero hay otras muy dignas que merecen citarse: Alberto Vila, Miguel Montero, Héctor Mauré y una notable versión de Alberto Castillo con Tanturi. A “Cómo se pianta la vida”, también lo interpretaron Carlos Almada con la orquesta de Edgardo Donato y Roberto Díaz con la orquesta de Luis Petrucelli. Azucena Maizani tiene una versión de 1930 que aconsejaría escuchar.

Con “Hacelo por la vieja” y “Cómo se pianta la vida”, nuestro amigo Viván se puede dar por hecho. Son dos tangazos que lo escucharán nuestros hijos y nuestros nietos, es decir, son inmortales. A los dos los cantó Carlos Gardel, uno de ellos en Radio Belgrano. Los cantó, prometió grabarlos, pero una serie de pequeños desencuentros y la tragedia de Medellín lo impidieron para nuestra desgracia.

Mencionaría por último el tango “Moneda de cobre”, con letra de Horacio Sanguinetti y música de Viván. Me encanta la versión de Alberto Castillo y la de Alfredo Belusi. Raúl Berón lo interpreta con su previsible calidad, pero los cambios que le hace a la letra desmerecen su trabajo. La chica, como dice “cumplió vente años en un cabaret” y no “cumplió veinte años total para qué”. Literariamente el cambio es un crimen que debería ser sancionado; transforma a un drama en una triste y desteñida comedia. Además, el padre era borracho, no bohemio y el cambio tampoco es un detalle menor… pero bueno, disculpemos a Berón a quien seguramente lo obligaron a introducir esos adefesios.

Viván siguió transitando por la noche porteña leal al destino que anticipó en sus poemas. Fiel al personaje, podría haber dicho “Y así he vivido, sin claudicar, a veces bien, a veces mal”. Se sabe que en sus años de penumbra se ganaba la vida imitando a Al Jolson en los piringundines nocturnos de las orillas del centro.

Dicen que algún a vez se casó pero el matrimonio no duró mucho, no podía durar con su estilo de vida. Viván fue hasta el final del camino leal a su destino de “bon vivant”, incluso en sus tiempos de decadencia. Murió el 16 de julio de 1971 y, como correspondía a su linaje, en el Hospital Británico.

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