De Cristóbal López a Caín y Abel

Marcial comenta que ayer pagó impuestos y mientras los pagaba se sintió el hombre más infeliz y estúpido del país.

—Mientras renegaba con la computadora pensaba que a esa misma hora Cristóbal López no sólo ya estaba en libertad, sino que además estaba viajando en avión privado a visitar a su amante…

—No te hagás el piola -responde José- haya hecho lo que haya hecho el señor López, los impuestos los tenemos que pagar lo mismo.

—Y los pago, claro que los pago; y aunque al cura Ramón no le guste, la plata que pongo en impuestos triplica lo que ponen sus feligreses -responde Marcial- pero no es de eso lo que estoy hablando; de lo que estoy hablando es de la Justicia que tenemos que deja libre a los ladrones.

—Tan libres no los dejó -insiste José- la causa sigue… lo que pasa es que acá tocamos de oído, habría que leer los fundamentos del fallo de los jueces.

—Leélos vos si tenés ganas; si a un malandra como López lo dejan en libertad, no necesito leer nada más.

—Te tomás muy a la ligera las consideraciones jurídicas.

—¡Las pelotas, las consideraciones jurídicas!: estos jueces en el escritorio tienen dos pilas de libros, uno a la derecha y otro a la izquierda; según venga la mano, según se favorezcan o no sus intereses o según el tamaño del sobre que reciben, recurren a una pila de libros o a la otra y a esa hazaña de sobrevivencia la califican “técnicas jurídicas”.

—Yo no simplificaría tanto.

—Vos no simplificarías tanto; pero ellos lo hacen y su regla de tres simple siempre favorece a sus bolsillos.

—Estás hablando sin pruebas.

—Lo que sé como ciudadano es que estos favores de dejar en libertad a un malandra y cambiarle la carátula, no salen gratis.

—Los jueces lo explican jurídicamente.

—Yo puedo explicar jurídicamente la libertad de Jack el Destripador; de hecho, jurídicamente se justificó que Al Capone sea solamente un pacífico evasor de impuestos.

El padre Ramón escucha mientras toma su taza de mate cocido apenas “manchado” por un chorrito de leche. Lo miro y le pregunto su opinión. Sonríe y hace señas con la mano como dando a entender que prefiere escuchar.

—Alguna opinión tenés que tener -increpa Marcial.

—Si la tengo también tengo derecho a reservármela, pero ya que insistís lo único que te digo como sacerdote es que al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios.

—Una manera de lavarse las manos.

—Yo en nombre de la fe no puedo condenar o aplaudir, no es mi tarea; tampoco es criticar el —Acaso la fe no le dicta algunas obligaciones…

—Por supuesto, pero te recuerdo, para que lo tengas presente y no andes por ahí rebuznando, que para un sacerdote, la fe es siempre una fe responsable, una fe que nos obliga a responder por ella.

—En nombre de esa fe -dice Marcial- yo estoy esperando alguna cartita del Papa a Cristóbal López apoyándolo o invitándolo para compartir el té de las cinco en el Vaticano.

—Se siguen equivocando, se siguen equivocando responde el padre Ramón.

—El que pidió disculpas por haberse equivocado es él -digo.

—Si conociera esta mesa no pediría disculpas -responde el padre Ramón.

—Conociendo el paño -responde Marcial- yo aceptaría las disculpas de Su Santidad con la promesa de que nunca más vuelva a ofendernos.

El padre Ramón se pone serio, pero en el acto ríe.

—Perdónalos Padre -dice elevando los ojos al cielo- porque yo no tengo ganas de perdonarlos.

—Yo lo que digo -interviene José- es que en el caso de Cristóbal López vale, como con cualquier ciudadano, la presunción de inocencia.

—Y yo lo que digo -respondo- es que si Cristóbal López es inocente, el kirchnerismo es inocente.

—¿Y por qué no? -pregunta José.

—Porque fue la banda política más saqueadora de recursos públicos de nuestra historia. Si los Kirchner son inocentes, abran todas las puertas del cárceles, disuelvan la policía, cierren los tribunales porque nada tiene sentido -exclama Marcial.

—¿No te parece que estás exagerando un poco? -pregunta José.

—Con el kirchnerismo cualquier exageración es un acto de minimalismo -responde Marcial.

—Sólo falta que Caputo nos dé lecciones de moral.

—Caputo no sé si puede dar lecciones de moral. Lo que se discute de él, es si su cargo es compatible o no con sus intereses, pero con los bolsos revoleados en el convento, la única incompatibilidad que hay es con la decencia.

—A mí -digo- no me interesa discutir si los macristas son más o menos ladrones que los kirchneristas; lo que importa discutir es qué hacemos para evitar que la política considere al Estado un botín.

—En eso estamos -admite Marcial- y yo creo que vamos caminando despacio, pero caminando al fin.

—Si caminan -digo- compartí conmigo que lo hacen con una lentitud exasperante.

—El gradualismo es esto, es ir despacio pero seguro, es algo así como una transición.

—Te voy a contar una cosa que me contó hace muchos años un cura viejo que se las sabía todas -dice el padre Ramón- me decía este cura cuando no sé por qué razón hablé de la transición, me dijo que esa palabra, transición, es la más vieja de la Creación, tan vieja, que se asegura que cuando Adán y Eva fueron expulsados del Paraíso, la buenita de Eva lo conformó a Adán diciéndole que se trataba de una transición, que más temprano que tarde regresarían al Paraíso.

—Cada vez más pecadores -reflexiona José.

—Miro esta mesa -responde el padre Ramón con su sonrisa- y me dan ganas de darte la razón.

—Pero, estamos hablando de política, no de pecados -digo.

—¿Y quién te dijo a vos que la política está liberada del pecado?

—Tomo sus palabras padre: al César lo que es del César y a Dios lo que es Dios.

El padre lanza una carcajada corta:

—A vos te gusta acomodar las Escrituras a tu conveniencia…

—Y a usted también.

—Lo que quieras, pero el pecado no existe en un cielo abstracto, es algo que se realiza aquí, y en esta mesa todos los días.

—¿Y usted no tiene nada que ver?

—Tal vez que sea el que más tenga que ver; sentarme en esta mesa es una prueba de que soy un pecador -y vuelve a mostrar sus dientes grandes y blancos que contrastan con su piel trigueña.

—¿Qué es el pecado para usted, cura?

—Te puedo responder con pocas palabras: la falta de amor.

—O hacer el mal -agrega José.

—Hacer el mal tal vez, pero lo seguro es que hay pecado cuando pudiendo hacer el bien se decide hacer el mal.

—¿Acaso el pecado no es no cumplir con la ley?

—Sí, pero esa ley es algo más amplia que la escrita en un Código civil o penal.

—Si es la ley de Dios, paso -dice Marcial- porque yo no creo en Dios, motivo por el cual me quedo con la ley de los hombres y no con las leyes de Dios que no las dice Dios, sino los curas que se declaran confidentes de Dios.

—Hacé lo que más te guste, pero si no entendés que toda ley responde a fundamentos históricos precisos no entendés nada.

—Toda ley responde a fundamentos históricos, cura, pero seguramente esos fundamentos de los que hablás no son los mismos en los que creo yo.

—Vos creé en lo que más te guste, pero desde ya te digo, no hay fundamento jurídico, si no se tiene en claro una concepción del hombre y esa concepción, por lo menos en el mundo que vivimos, remite al cristianismo, les guste o no muchachos; no se puede hacer política desconociendo la gravitación decisiva del cristianismo en la historia, en la afirmación del individuo, en los derechos humanos.

—Con los tribunales de la Inquisición, me queda claro la sensibilidad de la Iglesia con los derechos humanos.

El padre Ramón levanta las manos y mueve la cabeza.

—Arrancó con Adán y Eva, ¿ahora adónde nos quiere llevar? -pregunta José.

—Es verdad; arranqué con los dilemas de la Creación y ahora voy hacia Caín y Abel porque con la violencia y la muerte ingreso a la historia; no hay fe, ni hay cristianismo, ni hay modernidad, sin esa dimensión histórica.

—No comparto -concluye Marcial.

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