De la Sota y los Kirchner: de la Argentina que pudo ser a la que es

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El sábado 15 de septiembre murió uno de los contados políticos que mantenía esa condición desde 1983. No soy peronista ni lo quiero ser, pero sé reconocer el talento. Y De la Sota lo tenía. Atravesó por la contrariedad y la exigencia decisiva para un peronista: conoció la derrota más de una vez, se forjó en ella y como consecuencia aprendió a convivir en el pluralismo.

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No soy de los que creen que la muerte redime o transforma en ángel al canalla. Dicho esto, expreso una vez más mi pesar por la muerte inesperada de José Manuel De la Sota, un político que posiblemente nunca desmereció su condición de peronista, pero con seguridad que reivindicó con sus actos la condición de político, oficio complicado si lo hay, en conflicto permanente con la aspiración de santidad que abrigan algunos mortales. Con más luces que sombras a la hora del balance, De la Sota pertenece por méritos propios al linaje de los políticos que nunca desmereció las expectativas que despertó en su generación y nunca se traicionó a sí mismo.

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¿Qué hubiera pasado en la Argentina si en 2003 el candidato del peronismo hubiera sido De la Sota en lugar de Kirchner? Difícil dar una respuesta, pero no sería temerario suponer que los niveles escandalosos de corrupción no habrían tenido lugar y, entre otros “detalles”, no me imagino a las hijas de De la Sota entregando el bastón de mando. ¿Por qué no fue candidato? Los argumentos que se brindaron no conforman a nadie. Un detalle sin embargo merece tenerse en cuenta: De la Sota no disponía de las rentas petroleras que disponía a su libre arbitrio Néstor Kirchner.

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“Ojalá la Argentina tuviera más empresarios como Lázaro Báez”, exclamó el dirigente peronista Dante Gullo en un programa de televisión. He aquí definida en una frase de apenas nueve palabras toda una concepción acerca de la identidad y el rol de las burguesías nacionales y la calidad del orden político en estas desgraciadas repúblicas.

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La pregunta es la siguiente: ¿Los dirigentes -pienso en Pérsico, Grabois, Navarro- de los denominados movimientos sociales, viven PARA los pobres o DE los pobres? He aquí un caso en el que, políticamente hablando, dos preposiciones -para y de- no cumplen funciones de sinónimos sino de antónimos.

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¡Cuántas diferencias entre Juan Grabois y Darío Santillán, el dirigente barrial asesinado en tiempos de Duhalde y Solá entre otros! ¡Cuántas diferencias! Diferencias de clase, diferencias de cojones y diferencias de destino. Enfrentar a la policía a Santillán le costó la vida; a Grabois, apenas un par de horas en una seccional y un formidable marketing político.

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Grabois puede permitirse ser detenido y armar un operativo de marketing porque dispone de la certeza de que en menos de un par de horas está libre. La misma confianza no hubiera tenido si Solá o Ruckauf fuesen los gobernadores. Kosteki y Santillán así lo confirman.

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“Si quieres ganarte el respeto de tus pares y de tu pueblo debes estar dispuesto a sacrificar, en el despiadado altar de la política, a tu amigo más íntimo o a tu pariente más querido”. No creo que Macri conozca este consejo de Talleyrand a Luis Adolfo Thiers, pero atendiendo lo sucedido con Ángelo Calcaterra o a aquello que el destino pueda presentarle en alguna de las ásperas y filosas encrucijadas de la política, no estaría de más que tenga presente las advertencias del sigiloso y sutil príncipe de Perigord, un hombre que sabía muy bien de lo que hablaba y conocía como nadie esa relación secreta y perturbadora que se le presenta al político cuando debe sacrificar a las exigencias del poder el íntimo tesoro de los afectos a cambio de mayor legitimidad y más poder.

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Uno de los rasgos distintivos del político populista es concebir el poder como propiedad privada. La plata de los contribuyentes es de ellos; los aviones y autos del estado son de ellos; los obsequios a su investidura son de ellos…el poder, personal y eterno, es de ellos…

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Se supone que el Estado es el encargado de ponerle límites a los desbordes empresarios o a sus afanes de riqueza a cualquier precio. ¿Pero qué pasa cuando la fuente inspiradora de la corrupción, de la riqueza a cualquier precio proviene del mismo Estado o del poder político que controla los instrumentos del Estado?

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Max Weber consideraba que un atributo decisivo del Estado es el monopolio legítimo de la violencia. A este concepto los Kirchner aportaron lo suyo a la augusta ciencia política. Según ellos, el atributo decisivo del Estado es el monopolio legítimo de la corrupción.

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¿Los empresarios traicionaron a sus empresas cuando accedieron a la coima, a la extorsión, al fraude para hacer negocios? No hay una sola respuesta a este interrogante, pero el hecho de que no haya una sola respuesta pone en evidencia que las relaciones entre poder político y poder económico son complicadas y que a la ética empresaria le resulta muy difícil -no imposible- compatibilizarse con el afán y la necesidad de ganancia.

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Este escenario dantesco de bolsos, bóvedas, maletines; este sórdido culebrón protagonizado por una presidente, ministros y secretarios; este grotesco de empresarios ladrones que invocan algo así como la “obediencia debida”, me provocan una invasiva sensación de vergüenza y asco.

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El senador Miguel Ángel Pichetto y sus “fueros” son a Cristina Kirchner y Carlos Menem lo que en su momento Italo Luder fue a la dictadura militar con su “amnistía”. En ambos casos, dirigentes peronistas se arrogaron el rol de proteger a los criminales en un caso, a los corruptos en el otro. El “Todos unidos triunfaremos” en clave de impunidad.

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Aquellos líderes políticos que en el siglo XX fueron procesados por el poder de turno, asistieron al juicio y sus encendidos alegatos los transformó de acusados en acusadores. Cristina Kirchner podría hacer lo mismo, pero carece de dos virtudes: el coraje y la inocencia.

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En la causa abierta por Bonadío, los únicos que pueden reclamar inocencia y fueros son Néstor Kirchner y Daniel Muñoz. La muerte libera de muchas cosas, entre otras, de causas penales. Los delincuentes muertos no van presos y no hay en el planeta Tribunal que pueda condenarlos.

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CFK debería ir presa. Lo dicen los hechos, lo reclama el derecho, lo exige la Justicia, lo demanda el honor. Cristina Kirchner debería ir presa. Si esto no ocurre, si esto se disuelve en la nada, se nos haría algo incómodo entonar en los actos patrios: “Al gran pueblo argentino salud”.

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“Mañana le puede pasar al propio presidente”, susurra don Vito Pichetto; guiño de tahúr -amenazante y promiscuo- dirigido a la clase dirigente para que cierren filas en defensa de sus privilegios. ¿Importa decirle que si un presidente no roba, no coimea, no tiene nada que temer?

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Se dice que Cristina Kirchner no puede ir presa porque sería una vergüenza para la Argentina que una expresidente se transforme en una presidiaria. No comparto. Por el contrario, creo que la mejor lección que la Argentina podría darle al mundo es que Ella termine entre rejas.

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En la actualidad los fueros son un anacronismo, pero por sobre todas las cosas son un privilegio para asegurar impunidad a los poderosos. Menem y Cristina son el testimonio procaz de ese recurso infame. Y el senador Pichetto y sus compañeros, están haciendo todos los méritos para ser los cancerberos de la corrupción.

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Recurrir a Vladimir Putin para solicitarle que critique los abusos del Estado o la conculcación de las libertades en Argentina -como lo hizo la diputada kirchnerista Mayra Mendoza- es tan coherente y lógico como recurrir a Hitler para solicitarle una declaración de solidaridad con los judíos o a Francisco Franco para que apoye leyes a favor del aborto o la masonería.

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El empresario de una multinacional se reunió con el presidente Illia en la Casa Rosada y le regaló las llaves de un 0 kilómetro. Illia ordenó en el acto que el empresario se retirase con las llaves y el auto y nunca más Illia le otorgó una audiencia. Pregunto: ¿Qué hubieran hecho Néstor o Cristina en la misma situación?

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De la Ferrari que le regalaron a Menem y que se negaba a devolver (es mía, es mía, exclamaba ofendido), a los aros, los cuadros de Páez Vilaró, las esmeraldas y collares regalados a Cristina, se extiende un friso de venalidades y concupiscencias que ponen en evidencia la calidad de la ética populista…

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