De los Rollings Stone a La Mancha de Rolando

Mañana de sol. Con calor, por supuesto, como corresponde a un febrero santafesino. Alrededor de las once nos encontramos en el bar de siempre. Mesa al lado de la ventana. Más allá la peatonal con su ajetreo cotidiano de gente. Café para todos, salvo para Marcial, leal a su taza de té.

—Mi hija y su novio fueron a ver a los Rolling Stones en La Plata —comenta Abel.

—Paso —murmura José.

—A mí me hubiera gustado ir —digo— después de todo se trata de músicos, de muy buenos músicos, todos mayores que yo que ya estoy bastante mayorcito.

—Eso es lo raro —dice Abel— los Stones se organizaron a principios de los sesenta, en 1962 si no me informaron mal, y allí están los tipos, con más de setenta años, subidos al escenario como si fueran pibes y alentados por una multitud de generaciones, porque en estas presentaciones asisten desde adolescentes hasta veteranos con bastón y marcapasos.

—Después de todo —digo— cuando yo los descubrí a los Rollings Stones tenía quince años y esto ocurría en 1965. No le demos vuelta, los tipos son unos próceres. Verlos en vivo es como para un tanguero escuchar a Gardel en vivo y en directo.

—Que no te parezca poco.

—Ni poco ni mucho, lo que digo es que muchos de los que anoche estaban en La Plata, son los abuelos de los pibes que gritaban con más entusiasmo en la tribuna.

—Y los que estaban en el escenario —dice Marcial— no se cuecen con un solo hervor. Tengo entendido que el promedio de edad de los fundadores está por arriba de los setenta.

—Viejos o no —dice Abel— siguen siendo musicalmente geniales. Los otros días leía declaraciones que en su momento hiciera Piazzolla, en las que reconocía el talento musical de ellos, y la calidad de sus estudios. No, no son improvisados. Se hacen los locos en el escenario, las letras de sus canciones alientan diversos tipos de marginalidad, pero a la hora de hacer música los tipos no son marginales o, como le gustaba decir a una amiga, están en el centro de la marginalidad.

—Yo sinceramente —admite Marcial— no comparto ese tipo de música. A mis pibes les gusta, tengo amigos que escuchan discos de ellos, pero yo, como se dice ahora, soy de otro palo. No tengo nada contra ellos, pero no es lo mío.

—Vos te los perdés —acusa Abel— te perdés disfrutar de temas como “Angie”, “Paint it Black”, “Aftermath”, “Lady Jane”, “Jumpin Jack Flash” o “Ruby Tuesday”. Además, insisto, estos tipos vienen haciendo música desde hace más de medio siglo. Precisamente la hazaña que hay que reconocerles es que su presencia artística atraviesa varias generaciones.

—Ustedes a mí me van disculpar —dice José— pero yo soy tanguero y estos tipos no me representan.

—Yo también soy tanguero —interviene Abel— pero una cosa no quita la otra.

—Para vos, para mí sí. Es más, no me gusta que canten en inglés.

—Ya está el peronista mostrando la hilacha —responde Abel.

—Para mí, la gran novedad de todo esto —digo— es que por primera vez en la vida Marcial y José piensan lo mismo.

—Me gustaría saber cuánto cobran estos tipos —murmura José.

—Y seguro que cifras multimillonarias —confirma Abel— pero ¿se puede saber qué importancia tiene esto? Están considerados entre los grandes músicos del siglo veinte y ustedes están preocupados por lo que cobran.

—Yo no sé lo que cobran —admite Marcial— pero seguro que cobran algo más que los muchachos de “La Mancha de Rolando”

—¿Quiénes son ésos?

—La banda que contó y tal vez cuente con la participación del señor Amado Boudou, uno de los grandes guitarristas contemporáneos —responde Marcial con su inefable sonrisa.

—Qué raro en Marcial —responde José— otra vez chicaneando.

—No sé si Marcial chicanea o no —digo— pero el que se lució con chicanas fue el señor Boudou, presentándose como un luchador, un tribuno de la plebe y un perseguido por el neoliberalismo macrista, lo cual me parece un chiste de mal gusto. Boudou luchador social, cuando en realidad es un delincuente de la misma calaña que Jaime y toda la runfla de rufianes que integraron la cleptocracia kirchnerista.

—Ese tipo no tiene cara —exclama Abel— se robó todo, está sucio con su mujer, sus amigos, sus compañeros y, sin embargo, si lo dejás hablar, te convence que es el Che Guevara.

—El problema no es él —digo— ya que después de todo un cuentero es siempre un cuentero, el problema son los imbéciles que le creen, los que lo aplauden y festejan sus ocurrencias, los que suponen que es un militante del campo nacional y popular.

—No sé qué va a pasar con Boudou —dice José— y no es lo que más me importa, porque como argentino lo que me interesa saber es qué nos va a pasar a todos con este gobierno que resucita las peores versiones de la Revolución Fusiladora de 1955, este gobierno que parece empeñado en tirarse contra los pobres. Todo está aumentado, señores, todo son tarifazos y transferencias de ingresos hacia los ricos. Aumenta la luz, el gas, el transporte, la nafta, la carne…

—Y no es para menos, si nos dejaron un país en ruinas —responde Marcial— ¿qué otra cosa queda por hacer que poner en orden la economía si todo son deudas, corrupción, ñoquis? Es verdad que hubo aumentos y que cayeron los salarios, pero ahora vienen las paritarias y va haber una recomposición. Además, vos hablás de un gobierno neoliberal de los noventa, como si en los noventa no hubiera gobernado el peronismo, para ser más precisos, el jefe político de Él y de “La que te dije”.

—Yo agregaría —digo— que este gobierno que en muchos aspectos puede que sea de derecha y no hay motivos por ello para ponerse colorado, es también el gobierno que va a rebajar el mínimo no imponible y el impuesto a las ganancias. Y es también el gobierno que acepta los fallos judiciales a favor de los jubilados, y defiende el incremento de la Asignación Universal por Hijo, o resuelve satisfactoriamente el conflicto de Cresta Roja y prorroga los créditos a las pymes, o se niega a convalidar la venta de dólares de grandes empresas a proveedores del Banco Central, o está dispuesto a sostener las paritarias que siempre son instrumentos a favor de los trabajadores.

—O sea que, según vos, estamos ante un gobierno de izquierda —dice José con una sonrisa sobradora.

—Ni de izquierda ni de derecha —respondo— es un gobierno en sintonía con el siglo XXI, un gobierno que en algunos temas toma decisiones de derecha y en otros de izquierda, porque una vez más te debo decir, que las categorías derecha e izquierda no es que no existan, sino que no expresan las verdaderas contradicciones de la sociedad.

—No comparto.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *