¿Empezó la resistencia?¡

Los tiempos han cambiado. Hace años Santa Fe se vivía con lisos, ventiladores y espirales Fuyi para espantar a los mosquitos. De todo aquello lo que sobreviven son los lisos, aunque los viejos santafesinos dicen que los de hoy no son como los de antes. Nosotros, por lo pronto, nos mantenemos fieles al liso, pero no abandonamos el café de la mañana y, en el caso de Marcial, el té con galletitas. Cosa de santafesinos. Tampoco abandonamos la costumbre de leer los diarios, mirar los noticieros de televisión y trenzarnos en discusiones políticas de hacha y tiza. Nuestros hijos dicen que somos anacrónicos, que hoy nadie pierde tiempo en el café, y mucho menos para discutir de política. Allá ellos. No saben lo que se pierden Es que como dijera el malevo Muñoz: “Lo que ocurre es que al gil lo pasado siempre le parece mal”.

—Esto viene mal; en falsa escuadra -comenta José, que acaba de llegar.

-¿Te referís a Colón, a Unión? pregunta Abel guiñándome el ojo.

—No se hagan los sotas -responde José- me refiero al gobierno de Macri; devaluación, aumentos de los precios en los supermercados, despidos, tarifazos, presos políticos.

—No hace dos meses que llegaron al poder -subrayo.

—Ése es el problema -arremete José- hace dos meses que llegaron y ya estamos donde estamos.

—¿Y se puede saber dónde estamos?, pregunta Marcial.

—Después de las paritarias te lo cuento -replica José.

—Esto es increíble -digo-, dejan un país quebrado, con pobres, con déficit, con el Banco Central sin un mango, con niveles africanos de inflación y ahora reclaman como si ellos no tuvieran nada que ver con lo que está pasando.

—Ustedes podrán decir lo que quieran, pero estos problemas empiezan a sentirse a partir de diciembre -considera José.

—Sí, claro, Macri ya era responsable de la inflación y el aumento de precios antes de asumir; Macri es el culpable de que los turistas en enero en vez de ir a Mar del Plata hayan optado por ir al extranjero aprovechando un dólar bajo del cual seguramente Macri también es el culpable.

—Lo que yo tengo en claro -insiste Marcial- es que si recibís una empresa quebrada, lo primero que tenés que hacer, si querés salvarla, es achicar gastos y empezar a producir.

—Achicar, para ustedes -acusa José- es tirarse contra los pobres; ajustan a los que menos tienen y no a los ricos.

—Vos disculpame -contesta Marcial-, pero si querés hacer funcionar el capitalismo debés darle garantías a los empresarios para que generen riquezas, salvo que vos creas que a la riqueza la van producir los ñoquis de ustedes.

—No hablo de los ñoquis -recciona José-, hablo de empresarios insensibles.

—Y claro que hay que ocuparse de los empresarios -replica Marcial-, el país no puede funcionar con empresarios subsidiados y parásitos como Lázaro Báez, Cristóbal López o tus amigos Gvirtz o Spolski. Tenés mucha razón, a los empresarios, a esos empresarios, hay que ajustarlos.

—Yo estoy de acuerdo con lo que dice Marcial -interviene Abel- pero con algunas consideraciones. Creo que al gobierno hay que darle tiempo pero no un cheque en blanco. No salimos de la alcahuetería K para ingresar a la alcahuetería M.

—Es verdad -coincido-, hay decisiones del oficialismo en las que debería ser más cuidadoso.

—¿Por ejemplo? -pregunta José.

—Sería más cuidadoso con los despidos, no porque haya que perdonarle la vida a los ñoquis, pero tampoco es cuestión de echar a la gente sin discriminar; sería cuidadoso con los aumentos de los productos de la canasta familiar; sería cuidados con los tarifazos.

—Hay que tener cuidado, pero hay que hacer -responde Marcial- y hay que hacer porque hay un país en quiebra al que se lo debe poner en marcha. Se podrán cometer errores, pero en lo que no está permitido equivocarse es en la dirección y, tal como se presentan las cosas, creo que la dirección es buena.

—Yo opino exactamente lo contrario -salta José.

—Opiná lo que quieras -digo- pero respetá las reglas de juego de la democracia. Todo gobierno elegido por el pueblo tiene por lo menos cien días de crédito. Ustedes no le dieron ni cien horas; es más, ya estaban en la resistencia antes de que asumiera.

—Y yo les recuerdo -apunta Marcial- que la tradición política de “resistencia” en el peronismo de los años sesenta y setenta fue “guerra popular prolongada”.

—A mí me parece -observa Abel- que es hora de distinguir al kirchnerismo del peronismo, es decir, distinguir entre una fracción de corruptos y marginales, del peronismo que, con defectos y virtudes, asume las responsabilidades de ejercer la oposición en términos civilizados.

—El kirchnerismo es también peronismo -afirma José.

—En eso estoy de acuerdo -asiente Marcial-, los K son peronistas y no soy yo el que les va a negar esa condición, pero convengamos que una cosa son Massa, Urtubey o Bossio y, otra muy distinta, son los energúmenos de la Cámpora o personajes patibularios como el “Morsa” Fernández.

—Nosotros, fieles a nuestra identidad nacional y popular -se jacta José- vamos a defender los intereses de las clases populares y vamos a reclamar la libertad de nuestros presos políticos.

—¿Vos te referís a Milagro Sala? -inquiere Marcial.

—Exactamente, la compañera Milagro Sala.

—¿Y por qué, ya que estamos, no piden la libertad del Gordo Valor y de Robledo Puch?

—¡No vas a comparar! -exclama José.

—Habría que ver quién hizo más daño.

—Los que tienen que decidir si esta señora Sala debe o no estar presa -puntualiza Abel- son los jueces, pero en lo que a mí respecta, me resulta muy sugestivo los millones que manejaba esta mujer, las mansiones que levantó, los autos que compró.

—El auto se lo regalaron unos amigos.

—¡Enternecedor! -exclama Marcial- y me gustaría preguntarle a la señora Sala cómo hizo para tener amigos que le regalan autos de alta gama.

—Lo que creo -manifiesta José- es que en nombre de cuestiones administrativas lo que se quiere es atacar a una luchadora social.

—Para bandidos me quedo con Bairoletto y Mate Cosido -enfatizo-, eran más genuinos, se la jugaban más y, por sobre todas las cosas, le salían más baratos a la Nación, porque el amigo José pareciera olvidarse de que la plata que acumula o despilfarra esta buena señora disfrazada de benefactora social, provienen de nuestros bolsillos, de los bolsillos de los contribuyentes.

—Estoy de acuerdo -asiente Abel-, pero agrego otro detalle que no es menor: esta señora hizo lo que hizo porque fue bancada por la abogada exitosa y por Alicia que no nos dejó un país de maravilla, sino de pesadilla.

—No comparto -exclama José.

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