La visita del Papa a México

El Papa Francisco llegará a México este viernes, en una visita que se extenderá por cinco días, oportunidad en la que el pontífice estará presente en la Ciudad de México, en el barrio popular de Ecatepec y en los estados de Chiapas, Morelia y Chihuahua. Previo a la visita al país azteca, Francisco se reunirá en el aeropuerto José Martí de La Habana con Kirill, el patriarca de la Iglesia Ortodoxa rusa, una reunión considerada histórica entre estas iglesias y que está en línea con la política ecuménica de Francisco.

La visita a México ha despertado grandes expectativas por el reconocido clima de violencia y corrupción existente en un país al que algunos politólogos han llegado a considerar como posible de declarar “estado fallido”. Como es de público conocimiento, en los últimos diez años se estima que más de cien mil personas fueron asesinadas por las diversas guerras desatadas por los carteles de la droga.

La ola de violencia y muerte incluye a periodistas, pero sobre todo a sacerdotes, al punto que en los tres primeros años de la gestión del presidente Enrique Peña Nieto, quince religiosos fueron ultimados por el hampa de la droga. Un número parecido exhibe el gremio de prensa, con un porcentaje de muertos que le otorga en América Latina el dudoso honor de ser el país con más periodistas muertos.

México es considerado, junto con Brasil, el país más católico, una religiosidad, en este caso, atravesada por históricas tensiones institucionales. Como se sabe, en el clima de la prolongada y sangrienta revolución mexicana -con su guerra de cristeros incluida- sus autoridades rompieron relaciones con el Vaticano, motivo por el cual recién en 1979 un Papa, Juan Pablo II, visitó este país, ocasión en la que fue recibido por el presidente José López Portillo, recepción cálida, pero sin los honores de jefe de Estado.

Trece años más tarde, las relaciones se normalizaron. La visita de Francisco será, por lo tanto, la séptima visita que un máximo dignatario de la Iglesia Católica hace a este país. Acerca de este tema, habría que agregar que ésta es la primera vez que un presidente mexicano recibe a un Papa en la Casa de Gobierno, un dato impensable una década atrás.

A los problemas lacerantes del narcotráfico, se suman los derivados de la extrema pobreza y las inmigraciones. Se estima que los porcentajes de pobreza arañan el cincuenta por ciento de la población, una pobreza que se arrastra desde hace décadas y que se ha profundizado en los últimos años, en el clima de violencia y muerte desatada por los carteles de la droga y los reiterados ajustes de cuenta. A quien quiera disponer de una información acerca del cotidiano de la pobreza mexicano, le aconsejo leer los dos libros publicados por Juan Rulfo: “Pedro Páramo” y “El llano en llamas”.

Demás está decir que la visita del Papa es fundamentalmente evangélica, pero a nadie se le escapa la dimensión social y política que promueve la presencia de uno de los principales líderes espirituales del mundo. A esto se le suman las expectativas particulares que despierta este Papa dentro y fuera de la Iglesia, expectativas que no excluyen críticas solapadas por parte de los sectores más conservadores de esa institución, y por ese sector nunca definido con nombre y apellido, pero de existencia real, que componen los funcionarios religiosos cómplices o partícipes de los delitos de pedofilia.

Lo cierto es que el Papa permanecerá cinco días en México, una gira que estará marcada por las extremas medidas de seguridad ordenadas por las autoridades para proteger su vida. Uno de los obispos progresistas más populares de México es monseñor Raúl Vera, quien desde su diócesis en el estado de Coahuila, manifestó su júbilo por la visita de Francisco, aunque advirtió que los cambios culturales que produjo la llegada de este Papa gravitan más fuera de la Iglesia que en su interior.

Vera mantuvo relaciones complicadas -para decirlo de una manera suave- con Juan Pablo II y Benedicto XVI, pero todo parece indicar que con Francisco está todo bien. Además de su progresismo religioso, Vera es el obispo que con más dureza critica al narcotráfico y denuncia a sus cómplices políticos e institucionales. Esto le valió ser amenazado de muerte, amenazas que no parecen afectar su decisión de luchar contra un “enemigo que, en caso de consolidarse, destruiría definitivamente a México”.

Pues bien, con ocasión de esta visita, monseñor Vera acompañará a Francisco a lo largo de una gira cuyo primer hito destacable será la visita a la basílica de la Virgen de Guadalupe. El gesto tiene una honda dimensión religiosa, ya que esta virgen es de alguna manera la “madre” de los mexicanos. Allí el Papa celebrará una misa calificada de histórica.

Este domingo el Papa estará en el municipio de Ecatepec, ubicado a pocos kilómetros de la ciudad de México. Ecatepec es un municipio atravesado por la violencia y la pobreza. Para esta misa de campaña se estima una presencia de alrededor de dos millones de personas, una cifra que al primer golpe de vista puede parecer exagerada, pero que no debería llamar la atención atendiendo a la popularidad de este Papa.

El lunes estará en Chiapas y en particular en la localidad de San Cristóbal de las Casas, considerada de alguna manera la capital simbólica del mítico y algo misterioso Ejército Zapatista de Liberación. El martes estará en Morelia, capital de estado de Michoacán, oportunidad en la que celebrará una misa en el estadio Venustiano Carranza. Y finalmente, el miércoles estará en Chihuahua, en Ciudad Juárez para ser más precisos, una ciudad que adquirió el más que dudoso honor de ser considerada la capital del narcotráfico. Ciudad Juárez está ubicada cerca de la frontera con Estados Unidos, motivo por el cual al problema de la droga le suma el drama de las inmigraciones y los reiterados conflictos con las autoridades norteamericanas.

Otra expectativa abierta es la relacionada con la masacre estudiantil de Ayotzinapa, ocurrida en septiembre de 2014 y que dejó, como consecuencia de la intervención de la policía y el narcotráfico, cuarenta y tres estudiantes desaparecidos y siete muertos. ¿Se referirá el Papa a este sangriento episodio? ¿Y si lo hace, con qué palabras se expresará?

Ayotzinapa es un emblema doloroso de lo que es capaz de hacer esa sórdida y criminal relación entre los narcos y las fuerzas de seguridad. Como se recordará, los estudiantes de la escuela agraria de Ayotzinapa se movilizaron hacia ciudad de México para participar del recordatorio a la masacre de Tlatelolco, ocurrida en 1968. Sin sospecharlo, iban a ser protagonistas de otra masacre que esta vez los incluiría a ellos.

En la localidad de Iguala se produjeron los enfrentamientos aunque, para que la crónica de estos episodios sea completa, hay que decir que los estudiantes robaron algunos autobuses para trasladarse. Iguala es una localidad cuyo intendente y su esposa son socios del famoso cartel de “Beltrán Leyva”, y cuentan con un grupo de choque armado conocido como “Guerreros Unidos”. Decididos a imponer la autoridad a cualquier precio, a las autoridades municipales de Iguala no se les ocurrió nada mejor que darle luz verde a los sicarios, motivo por el cual además de haber asesinado a siete estudiantes en el propio operativo represivo, detuvieron a cuarenta y un estudiantes -otros hablan de cuarenta y tres- detención que nunca fue oficializada. A más de un año de estos acontecimientos no se posee información precisa de los estudiantes desaparecidos, aunque un mes después de la desaparición fue encontrada una fosa común con más de veinte personas muertas.

Ya habrá tiempo para hacer un balance de esta visita del Papa y, sobre todo, para evaluar los efectos que su presencia ha tenido en un país atormentado por la violencia y la pobreza. Está demás aclarar que el Papa no es un dirigente político, como tampoco es competencia suya resolver problemas cuya resolución corresponde a los dirigentes políticos.

De todos modos, la prédica espiritual del Pontífice no es evasiva y mucho menos consoladora. El Papa no hace política en el sentido partidario de la palabra pero su presencia y su doctrina provoca consecuencias políticas, consecuencias que a veces no son lineales o directas, pero que de una manera perseverante y profunda operan en la conciencia de los hombres.

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