Marcelo Balcedo y el sindicalismo peronista

La noticia acerca del señor Marcelo Balcedo nos entretiene pero no nos asombra. De alguna manera el personaje y la situación son previsibles, abrumadoramente previsibles. Repasemos los hechos. Se trata de un sindicalista que, como no podría ser de otra manera, es peronista; el sindicalista es multimillonario y fiel a su estilo le gusta exhibir sus millones porque en el manual de sindicalista criollo se roba para enriquecerse, pero sobre todo para mostrarle al mundo que hasta en los dientes de la esposa hay diamantes incrustados.

En su trayectoria tampoco hay novedades: fue menemista y antimenemista; duhaldista y antiduhaldista; kirchnerista y antikirchnerista, pero eso sí, nunca dejó de ser peronista, no podría dejar de serlo, del mismo modo que un mafioso no puede dejar de ser siciliano.

El sindicato que dirige es heredado. En ese punto también el hombre se ajusta al manual del dirigente sindical peronista: los hijos disfrutan de los sindicatos ganados por sus padres. En la confección de este linaje Moyano y Balcedo no están solos.

En el caso que nos ocupa, el gremio de Balcedo no es un sello pero se parece mucho a un sello. Una de las habilidades de los compañeros sindicalistas ha sido la de dibujar gremios, oficio artístico realizado supuestamente en defensa de los trabajadores, aunque, como se podrá apreciar, los trabajadores son son los grandes ausentes en esta puesta en escena que hubiera hecho las delicias de Mario Puzo o por qué no, de Jimmy Hoffa, el sindicalista mafioso yanqui tan parecido a Moyano y Barrionuevo.

Fiel a ese libreto, Balcedo suma a su currículum antecedentes de extorsionador y algunas delicadas y discretas conexiones con el narcotráfico. Por lo pronto, su estilo de vida no es muy diferente al de Pablo Escobar, o a la imagen que las series de televisión nos han dado del compañero Pablo, quien si hubiera vivido en la Argentino no tengo la más mínima duda acerca de la identidad política que hubiera elegido este narcotraficante multimillonario que muy suelto de cuerpo decía estar con los pobres y en contra de los ricos.

De todos modos, no hace falta viajar a Colombia para inspirarse. Desde Juan Duarte en adelante, el peronismo ha ido construyendo una estética que muy bien podría calificarse de ostentosa y guaranga. En homenaje a la memoria, tengo presente cuando el compañero Lastiri –uno de los presidentes con que el peronismo nos obsequió a los argentinos- exhibió al mundo su colección de corbatas. Digamos al respecto que los muchachos en estos temas no se privaron de nada: caballos de carrera, putas caras y de las otras, colecciones de autos de alta gama, mansiones al estilo los “Beverly ricos” o “Lo que el viento se llevó”. En todos los casos, siempre el detalle, pero no en clave anglosajona sino en clave peronista: el traje de Brioni y la birome o el peine asomando en el bolsillo del saco; los zapatos Testoni o Buitton y las medias compradas en alguna oferta callejera; los anillos ostentosos, los aritos, los collares, alguna crucifijo o la efigie de un santito. Por formación cultural “espontánea” el color preferido es el negro, pero en el cotidiano les encanta el dorado; mucho dorado, dorado en el cuerpo, en el living, en el baño, en el dormitorio. El lenguaje obsequioso, el empleo de algunas palabras que estiman “cultas” y de pronto el haiga o el dueble que se escapa súbitamente. Pinturas compradas por consejo de algún

marchand que habitualmente los estafa; biblioteca con libros que nunca se abren; la sala de cine para ver con los amigos después del asado en el quincho películas porno o películas de Isabel Sarli y Armando Bo, porque Kiarostami, Ozu, Casavettes o Bergmann los aburre.

Eso sí, rápidos para los números, para las piñas, la balacera y el apriete. Rápidos y eficaces. Astutos, decididos y, en más de un caso, corajudos. Como los hampones, les gusta cultivar un ritual de códigos y contraseñas. Su estética es la del populismo, el nuevo rico, el parvenu , pero su ética es la del capo mafioso o en su defecto, la del rufián exitoso.

Mucho de lo que escribo no es original. En diferentes tonos y con diversos énfasis intelectuales, políticos y militantes dijeron lo mismo. La denominada izquierda peronista llegó a considerarlos los enemigos número uno de la supuesta épìca de liberación nacional. Su manera de resolver esta diferencia los honra como peronistas; procedieron a matarlos. Y del otro lado pagaron con la misma moneda. Eran los tiempos de Perón e Isabel; es decir, los tiempos de López Rega y las Tres A.

En 1983, Raúl Alfonsín ganó las elecciones por varios motivos, pero uno de los más importante fue el de denunciar sin pelos en la lengua el pacto sindical militar. El cajón quemado por Herminio Iglesias en el funerario acto de cierre de campaña no hizo más que iluminar con fuego lo que el candidato radical había denunciado con palabras certeras y justas.

Se dirá que los sindicalistas no son todos iguales. Por supuesto que no lo son. En la Cosa Nostra tampoco son todos iguales. Es verdad que una sociedad democrática es una sociedad con sindicatos, pero la pregunta a hacerse en estos casos es si estos sindicatos tienen que ver con una sociedad democrática.

Hoy hay un amplio consenso en admitir que una de las grandes batallas perdidas por la democracia recuperada luego de siete años de dictadura militar fue la de la reforma sindical, la ley Mucci rechazada por la Cámara de Senadores por una diferencia mínima de votos en 1984. De aquellos polvos estos lodos.

No son todos iguales, pero a la inmensa mayoría les encanta quedarse en la conducción del gremio hasta el fin de los tiempos. “Gordos” y “Flacos”, combativos y burócratas, compiten entre ellos para ver quién se mantiene no más años, sino más décadas en la conducción del gremio. Puede que algunos roben más y otros roben menos; puede que algunos cuenten con un ejército de matones y otros cuenten apenas con una patrulla; pueden que unos sean más austeros y otros más exhibicionistas. Pero a la hora de los beneficios y los privilegios pareciera que todos son iguales; también lo son en el absoluto desprecio que tienen por los afiliados a quienes manipulan, engañan y, en más de un caso, corrompen.

El chantaje, la coima, el apriete, son algunos de sus recursos preferidos. En los últimos años sumaron los piquetes porque, Dios me libre y me guarde, cómo nos vamos a perder semejante oportunidad de darle trabajo a los barras bravas y disponer de otras fuentes de extorsión.

De todos modos, en todos los casos su principal fuente de ingresos son las obras sociales, cifras millonarias succionadas por decreto a los trabajadores que ellos manejan a discreción y que políticamente blanquean con la consigna “las obras sociales en manos de los trabajadores”. A ese botín no lo obtuvieron de manos de Perón o de algún presidente democrático. Mucho menos luchando. Se los otorgó la dictadura de Juan Carlos Onganía a través de su Ministro de Trabajo, el ex presidente de la AFA, Rubens San Sebastián. El sueño del pibe populista: militares, sindicalistas peronistas, fútbol y por que no, algún cura formado en las enseñanzas del integrismo católico. El ser nacional en plenitud.

Con militares y grupos empresarios mantuvieron y mantienen una relación contradictoria. Por un lado, cierta derecha cerril no disimula su desagrado por estos personajes vomitados por los bajos fondos, pero por el otro los necesitan porque fueron una garantía contra el comunismo o contra lo que ellos consideran comunismo. Obligados por las circunstancias a aceptar los sindicatos, prefieren a estos gremialistas porque son corrompibles y porque más allá de sus extorsiones y raterías, mañas y agachadas, son leales como el perro con el amo que les da de comer.

Algunos alguna vez fueron combativos, algunos pagaron con la cárcel sus audacias, aunque no se sabe con certeza si fueron a prisión por luchadores sociales o por ladrones o por las dos cosas a la vez; algunos perdieron la vida a manos de sicarios de la derecha o sicarios de la denominada izquierda peronista.

De todos modos, Balcedo, el Pata Medina, el Caballo Suárez y Pedraza no son una anécdota, una excepción o una minoría. Constituyen un perfil clásico de dirigente sindical forjado en todos estos años con la complicidad de empresarios, funcionarios estatales y, por supuesto, servicios de inteligencia.

Ocurre que más allá de anécdotas, historias personales y leyendas, la estructura sindical de la Argentina, el régimen gremial existente, esta corrompido y nadie, ni siquiera el más santo o el más bueno o el más combativo puede escapar de ese cerrojo forjado en una añeja tradición en la que justas reivindicaciones se confunden con extorsiones y coimas; reclamos solidarios disimulan apetencias y ambiciones bastardas; necesidades sociales insatisfechas se transforman en pretextos para enriquecerse y corromperse. Alguna vez alguien dijo dijo que estos dirigentes sindicales no soportan una rinoscopia. Puede ser. Pero tampoco soportan una declaración jurada de bienes o un reclamos mínimo de democratización sindical. Aferrados al gremio como el salteador de caminos al botín o el rufián al prostíbulo, no pueden ni quieren hacer otra cosa que la que hacen. Larga vida a Marcelo Balcedo.

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