Rigoberto López Pérez y la muerte de Tacho Somoza

La noche del 21 de septiembre de 1956, el joven Rigoberto López Pérez le disparó cinco balazos al dictador nicaragüense Anastasio Somoza García. El hecho ocurrió en la ciudad de León, en el local «Casa del Obrero», donde se celebraba un baile de gala al que Somoza asistió con sus colaboradores y su esposa, la todavía muy bella Salvadora Debayle, a la que alguna vez Ruben Darío le dedicara un poema sin saber la calaña de marido que la aguardaba en el futuro y que ella aceptó complacida. Al momento de ser abatido por los disparos, Somoza acababa de lucirse con su esposa en la pista bailando el famoso mambo de Pérez Prado «Caballo negro». Rigoberto, que había logrado ingresar al baile gracias a las gestiones de un periodista amigo, gestiones por las cuales después pagará un precio altísimo, se acercó a Somoza y le disparó a boca de jarro cinco tiros, cuatro de ellos dieron en el blanco. En el acto, un matón de Tacho abatió a Rigoberto de un culatazo y, como para asegurarlo, le dispararon alrededor de cincuenta y cuatro tiros. La leyenda cuenta que luego trasladaron el cuerpo a la calle y la soldadesca de la Guardia Nacional se dedicó al dulce y civilizado oficio de despanzurrarlo a patadas. Hasta el día de hoy no se sabe dónde están sus restos. Rigoberto tenía entonces 27 años, su oficio era de sastre, pero se lo conocía por su militancia política antisomocista en el Partido Liberal y por su oficio de poeta.
Somoza no murió en el acto. Es más, después de asistirlo en León, lo trasladaron a Managua y los médicos dijeron que estaba fuera de peligro, aunque advirtieron que su situación era delicada. El presidente de EEUU, Dwight  D. Eisenhawer, ofreció su avión presidencial y sus médicos privados para que atiendan en el mejor sanatorio de la zona del Canal de Panamá a quien alguna vez -según se cuenta- Roosevelt calificó como «nuestro hijo de puta». Con diagnóstico tranquilizador, Somoza se dedicó en el sanatorio Sorgos de Panamá a hacer chistes con sus amigos y a piropear enfermeras, oficio en el que se desenvolvía como un rey. Como sentía algunos dolores en la espalda decidieron intervenirlo y para sorpresa de todos murió en la operación, no se sabe si por la anestesia, la mala praxis o porque alguna mano negra decidió poner fin a las andanzas de «nuestro hijo de puta».
Las condolencias llegaron de todo el mundo. Desde Pío XII a la reina Isabel, y desde el presidente de EE.UU a Pedro Eugenio Aramburu. En el velorio hubo muchos rostros conocidos de la política, la farándula y el hampa. A muchos kilómetros de allí, en Montevideo, Alfredo Palacios, entonces embajador en Uruguay, se opuso al decreto de Aramburu declarando día feriado por duelo. Y como para que quedara claro lo que pensaba se sentó en la puerta de la embajada a tomar mate y cuando los periodistas lo entrevistaron declaró que «la bandera argentina jamás flameará a media asta por la muerte de un tirano».
Rigoberto hoy es un prócer en Nicaragua. Calles, plazas, edificios públicos y el más destacado colegio de enseñanza media de Managua  lleva su nombre. Mató a Somoza sabiendo el fin que le esperaba. Dejó escrito un día antes que lo suyo no era un sacrificio sino un deber. Esa nochecita se despidió de su madre y salió a la calle con rumbo a su destino. Vestía camisa blanca y pantalón azul, los colores de la bandera de Nicaragua. Dejó este poema escrito.      
 
 
                 ANSIEDAD
Yo estoy sufriendo
Yo tengo el dolor de toda mi Patria
y en mis venas anda un héroe buscando la libertad.
Las flores de mis días siempre estarán marchitas
si la sangre del tirano está en sus venas.
Yo estoy buscando el pez de la libertad
en la muerte del tirano.

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