La hora de la derecha

10 de marzo 2001

 

En otros tiempos y con el empleo de otro lenguaje, se hubiera dicho que el gobierno pegó un abrupto pero previsible giro a la derecha. En otros tiempos, un ministro de Economía con ese perfil y con esos apoyos hubiera sido el sueño de un gobierno militar, si es que es verdad que los militares gustan de ministros liberales.

En otros tiempos, nadie hubiera entendido cómo es posible que una coalición de centro-izquierda le entregue el Ministerio de Economía a un funcionario de FIEL y un viajero distraído no se explicaría por qué la mala cara de Alfonsín y de Alvarez y la sonrisa ancha de Menem.

En otros tiempos, la adhesión decidida del establishment económico, de la embajada norteamericana y los organismos de crédito internacionales hubieran sido un excelente motivo para que Pino Solanas -por ejemplo- filmara la segunda parte de «La hora de los hornos» o para que los estudiantes salieran a la calle a repudiar la llegada de un ministro pro yanqui.

Sin embargo, los tiempos han cambiado y sólo a una minoría se le ocurrió advertir sobre el giro derechista del gobierno, en tanto que para el pensamiento mayoritario, sus buenas relaciones con los grandes bonetes de la economía dieron motivo a ruidosos festejos mientras descendía la tasa riesgo país y los operadores de la Bolsa mejoraban sus apuestas.

Las fotos y titulares de la tapa de los diarios que mostraban los efusivos abrazos de los apostadores, las sonrisas complacientes de los viejos y remozados «capitanes de la industria» y las declaraciones entusiasmadas del embajador de los Estados Unidos más que una noticia son un testimonio de la cultura dominante y una radiografía exclusiva de los valores vigentes.

Digamos que desde la llegada de Menem al poder, la democracia en la Argentina se ha reconciliado con la derecha y ya sus representantes no necesitan golpear las puertas de los cuarteles para poner en práctica políticas económicas consideradas necesarias y correctas. Desde Born a la fecha, los ministros de economía cuentan con el decidido respaldo de los grupos de poder, lo cual no les impide a sus representantes hacerse los distraídos cuando se les reprocha su incapacidad para dar soluciones permanentes.

En homenaje a la memoria histórica, recordemos que desde 1955 los ministros de Economía han estado manejados por funcionarios devotos de lo que se conoce como el pensamiento económico liberal. Los apellidos son más que significativos: Alvaro Alsogaray y Julio Alsogaray, Roberto Alemann y Juan Alemann, Adalbert Krieger Vasena, Alfredo Martínez de Hoz -en dos oportunidades- y Federico Pinedo, entre otros.

El linaje de los apellidos y sus ideas da cuenta de posiciones económicas colocadas, en algunos casos, a la derecha de Ronald Reagan y Margaret Thatcher, razón por la cual no termina de entenderse a qué momento histórico se refieren los caballeros cuando hablan de que es necesario terminar con la fiesta argentina, con el despilfarro nacional y con los gobiernos antinorteamericanos.

Convengamos que las recetas que hoy escuchamos tampoco son novedosas. Reducir el gasto nacional, abrir la economía, terminar con el proteccionismo, atraer inversiones extranjeras y mejorar la competitividad son consignas que han estado presentes en la boca de los funcionarios económicos de los últimos cuarenta y cinco años.

La única diferencia que se puede registrar -que, sin duda, es importante- es que antes esas decisiones las intentaban poner en práctica las administraciones militares y ahora se llevan adelante con gobiernos democráticos. Y, como en el caso actual, con coaliciones políticas que siguen siendo consideradas de centro-izquierda, lo cual -dicho sea de paso- demuestra hasta dónde el lenguaje suele estar divorciado de los hechos o es incapaz de designar las nuevas realidades.

Cuando a los conservadores se les recuerda que en realidad vienen gobernando el país desde hace casi medio siglo, abren los ojos, asombrados, y acto seguido, se justifican diciendo que nunca pudieron ejercer efectivamente el poder porque los políticos eran demagogos y no les hacían caso, o los militares eran desarrollistas y se resistían a reformar el Estado, con lo que se demuestra que, a la hora de justificarse, los lugares comunes no son sólo patrimonio exclusivo de los políticos chapuceros.

Una observación más académica señalaría que ciertas cosas no se pudieron hacer porque la sociedad no estuvo de acuerdo o no aceptó los evidentes beneficios del evangelio liberal. Y, si alguna duda queda respecto del éxito de la gestión de López Murphy, no proviene de las críticas de Alfonsín, «Chacho» Alvarez o de los llamados a la lucha de Moyano, sino de esta sociedad argentina que, por buenas o malas razones, no está dispuesta a sufrir ciertas operaciones sin anestesia que predican algunos economistas muy propensos a pedir rebajas de sueldos y, simultáneamente, a poner el grito en el cielo cada vez que les quieren cobrar un impuesto o les intentan retirar algún subsidio estatal.

Esta nota sería incompleta si, al mismo tiempo, no señalara que la imposición del pensamiento económico de derecha es inversamente proporcional a la ausencia, no digamos de una propuesta de izquierda, sino de algo parecido al desarrollismo o al populismo. Que esto sea así no se explica por la incapacidad mental de los defensores de estas posiciones, sino por la falta de espacios concretos para que estas ideas logren consenso social.

Dicho con otras palabras, convengamos que el pensamiento liberal hoy no sólo se impone por el peso de los factores de poder que lo impulsan, sino porque, de una manera tal vez confusa, la sociedad está de acuerdo en forma mayoritaria con este tipo de soluciones.

Algunos dirán que las manifestaciones callejeras dicen lo contrario, a lo que respondo señalando que dichas manifestaciones están muy lejos de ser mayoritarias y que -de todos modos- no sería ésta la primera vez que los mismos que protestan lo hacen -sin saberlo- contra las políticas que votaron.

Políticamente, habrá que preguntarse si este cambio de ministro representa un corrimiento del gobierno hacia la derecha o no es más que la convalidación realista de algo que todos, de una manera u otra, esperaban. Más allá del humano beneficio de la duda que me acoge, en lo personal le pediría a López Murphy que de una vez por todas haga lo que le corresponde hacer a una gestión de derecha: acumular y asegurar el crecimiento. Y que lo haga en serio, de modo que sus sucesores no digan en el futuro que no se acuerdan de que alguna vez estuvieron en el poder. A cambio de semejantes beneficios, simplemente rogamos -si no es mucho pedir- poder sobrevivir para contarlo.

«El límite para nuestras realizaciones del día de mañana son las dudas que tenemos hoy». F.D. Roosevelt



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