¿Parlamento o monarquía?

31 de marzo 2001

«Creo que los mejores actores en la actualidad son los políticos». Marlon Brando

Por esas curiosas y divertidas paradojas de la política resulta que ahora el programa propuesto por Cavallo está más identificado con la famosa Carta de los Argentinos que las medidas tomadas por Machinea o López Murphy. El propio De la Rúa admitió que las medidas de Cavallo son de centro izquierda y, para no ser menos, Chacho Álvarez no vaciló en ponderar la orientación progresista del ex ministro de Carlos Menem.

Si así fuera no se entiende por qué perdieron un año para cumplir con las promesas electorales. Desde hace por lo menos diez meses se sabía que Cavallo podía ser el hombre llamado para encauzar la economía; sin embargo, el discurso dominante en la Alianza siempre planteó que admitir a Cavallo sería ceder a la derecha y que hasta López Murphy era preferible al temible funcionario de Menem.

Los resultados de semejante lectura están a la vista. Hoy, Cavallo es más que un ministro; fue convocado desde la debilidad y no desde la fuerza y como los radicales y los frepasistas no saben cómo explicar la llegada de «la derecha» al poder, no se los ocurre nada mejor que callarse la boca, protestar por detalles menores o decir muy sueltos de cuerpo que en realidad no hubo ninguna capitulación ya que -como todo el mundo lo sabe- Cavallo es un conocido militante de izquierda.

Como para contribuir a la confusión general, reconocidos progresistas como Roberto Alemann, Martín Redrado y Álvaro Alsogaray estiman que las medidas son oportunas y positivas, mientras que para Carlos Rodríguez y Roque Fernández, el señor Cavallo ha demostrado que es el mejor piloto de tormentas de la Argentina.

Desde el área estrictamente política, Carlos Menem y Raúl Alfonsín asistieron a la convocatoria presidencial a dar su apoyo a todo lo que se está haciendo. Predominaron los gestos amables, las sonrisas obsequiosas y las palabras optimistas. Desde los tiempos del Pacto de Olivos que no se observaba una coincidencia tan mayoritaria.

Es verdad que las crisis obligan a deponer puntos de vista sectoriales, ideológicos y partidarios. «La necesidad tiene cara de hereje» dice el refranero popular y, efectivamente, sólo a partir del concepto de herejía puede entenderse que los ultraliberales de CEMA acepten los aranceles a las importaciones o que Alfonsín se reconcilie con su viejo enemigo o que Chacho Álvarez reconozca que recién con la llegada de Cavallo, la Alianza está cumpliendo son sus promesas electorales.

Que por su parte De la Rúa admita con satisfacción que el programa de su flamante ministro es de centro izquierda prueba dos cosas opuestas: o que el presidente nunca fue conservador como le reprochan sus adversarios internos o que las designaciones izquierda y derecha efectivamente hoy no dicen absolutamente nada, al punto tal que no termina de entenderse cómo es posible que el mismo presidente que toma la resolución de designar como ministro a López Murphy -un hombre sobre el cual se pueden decir muchas cosas menos que es de izquierda- tres días después nombra ministro a este conocido militante de la izquierda leninista llamado Cavallo.

Ironías al margen, hay que admitir que efectivamente en tiempos de crisis las coincidencias predominan sobre las diferencias. En este caso, el acercamiento de todo el arco ideológico al padre de la Convertibilidad proviene de un dato que para los políticos es decisivo: Cavallo hoy cuenta con un importante apoyo popular. Según las encuestas, el 78 % de la población apoya su designación y más del cincuenta por ciento de la gente está de acuerdo con las medidas tomadas.

Es necesario saber que en política, como en otros aspectos de la vida, el éxito gana amigos y la derrota conquista soledades. También hay que saber que en política, la prueba de la victoria la da el respaldo popular. El dirigente que conquista a esa señora de vida ligera, casquivana y errática llamada multitud, tiene asegurados el poder y la gloria. La verdad y la justicia en estos casos tienen un valor muy relativo aunque por lo general están subordinadas al veredicto inapelable del calor popular.

Hoy el desfile por el besamanos del poder para apoyar a De la Rúa es en realidad el desfile para reconocer que el poder real reside en Cavallo. En esta última semana todos sus actos se parecieron más al de un presidente que al de un ministro de Economía.

En efecto, mientras Cavallo viajaba a Brasil, luego se reunía con Aznar en España, acto seguido convocaba a los diputados y senadores a votar los poderes especiales y finalmente se reunía con sus colaboradores para darles las órdenes que habitualmente da un presidente a sus ministros; De la Rúa paseaba con su esposa y sus nietos por los jardines de la Quinta de Olivos, le otorgaba un premio al actor Osvaldo Miranda, visitaba un museo y después, acompañado de Alfonsín y Menem, posaba para los fotógrafos.

No hace falta ser un experto en teoría política o en protocolos sociales para darse cuenta de que el actual rol del presidente se parece más al de un monarca constitucional que al mandatario de una república en un régimen presidencialista.

Sin ánimo de incursionar en las escabrosidades de la psicología, podría decirse que Fernando de la Rúa se siente más cómodo pareciéndose a Juan Carlos de Borbón o Felipe de Edimburgo que a Felipe González o Tony Blair y que ahora gracias a Cavallo finalmente descansa y puede dedicarse a lo que realmente le interesa.

Una lectura más piadosa de los hechos nos permitiría arribar a la conclusión de que la crisis abierta terminó de instalar en la Argentina el régimen parlamentario con un presidente al estilo alemán o italiano y con primeros ministros que son los que efectivamente ejercen el poder y toman las grandes decisiones.

Cavallo es hoy el superministro de De la Rúa, como ayer lo fue de Carlos Menem. Entre 1991 y 1995 el país fue gobernado por Cavallo. Es mentira decir que Menem ejercía un liderazgo carismático. Menem no ha generado afectos ni pasiones, sino intereses. Y lo que en él se llama carisma se parece, en el mejor de los casos, a la simpatía del vivillo.

Mientras Cavallo gobernaba, Menem se dedicaba a jugar al golf y hacer negocios con sus amigos Monetta, Yabrán, Pharaon o Emir Yoma. Cuando los negocios se impusieron a la economía, Cavallo dio el portazo y la banda encontró en Roque Fernández el sustituto que instaló el piloto automático hasta 1999.

De la Rúa y Menem no son iguales, pero estructuralmente uno y otro son prisioneros de una realidad económica despiadada que no deja demasiado margen para la política. Una exigencia de primer orden para actuar sobre la realidad es entender que la crisis económica argentina es parte de una gran crisis internacional del capitalismo, y que en ese contexto este país aún vive las tensiones que representan el cambio de un modelo de acumulación que se ha agotado sin que se haya consolidado aún el nuevo. Una lectura interesante de la historia sería entender que el período 1975-2001 pueda leerse como un ciclo sacudido por las convulsiones de un modelo agotado y otro que intenta nacer.

Ni Menem ni De la Rúa terminan de hacerse cargo acerca de la naturaleza de la crisis. La diferencia reside en que la amoralidad de Menem le facilita adaptarse a la realidad porque su único interés en explicarla es la de quien concibe al poder como un patrimonio personal y una excelente oportunidad para enriquecerse.

Por el contrario, las vacilaciones y titubeos exasperantes de De la Rúa dan cuenta, por un lado, de la incapacidad del presidente para entender lo que ocurre y lo que hay que hacer pero, por el otro, de los escrúpulos de un político que sin ser un santo cree que es un representante y no un mesías, que la palabra empeñada tiene algún valor, que los principios sostenidos en algo se deben respetar y que el gobierno no tiene por qué ser la gran oportunidad para enriquecerse como un jeque árabe.

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