14 de abril 2001
La noticia no es que Emir Yoma esté preso o que Erman González esté a punto de acompañarlo; la noticia sería saber cuándo será citado Carlos Menem para decir lo que sabe y explicar lo que hizo.
Desde el Swiftgate a la venta de armas, el nombre de Emir Yoma ha estado relacionado con los principales escándalos de corrupción de la década. Los propietarios de una modesta curtiembre de Nonogasta se transformaron por obra y gracia del Espíritu Santo en los principales exportadores de cueros de la Argentina, lo cual no les impidió endeudarse por cifras millonarias gracias a los generosos créditos otorgados por la banca estatal.
Durante diez años Yoma entró y salió de la Casa Rosada como pancho por su casa. Nunca tuvo cargos oficiales en el justicialismo o en el Estado, pero ingresaba al despacho del presidente con esa familiaridad y frecuencia que sólo se le acepta y consiente a los íntimos amigos, a los socios y, tal vez, a los cómplices.
Su hermana Amira fue la secretaria privada del presidente hasta el escándalo de la valija. En su momento, un conocido periodista admitió que la investigación inicial se detuvo en la puerta del despacho de Menem, porque si se seguía no quedaba otra alternativa que detener al presidente. Lo que se hizo fue barajar y dar de nuevo, de manera tal que los involucrados dispongan del tiempo necesario como para recomponer pruebas y comprometer testigos y jueces.
Ya en esa época era un atropello a la inteligencia no deducir que Amira, para hacer lo que hizo, debía contar con un gran respaldo político que tenía nombre y apellido y que estaba instalado en la oficina de al lado. Diez años antes, Amira se ganaba la vida trabajando de secretaria en el diario La Voz, un proyecto periodístico organizado por Vicente Saadi y Los Montoneros. De aquella modesta labor en un diario quebrado pasó a disfrutar de un ostentoso nivel de vida. Alá el Clarividente premia con generosidad a sus siervos.
Se dirá que la justicia demostró que Amira era inocente. La verdad de ese fallo que se lo crean los que por interés o tontería tienen ganas de creerlo, porque hasta los vendedores de ballenitas supieron cómo se arreglaron las cosas para probar que Amira era una inocente y cándida chinita riojana que paseaba su pureza por las calles de Buenos Aires con un portafolios en la mano dejado por un hombre malo.
A las buenas y leales relaciones de los Yoma les debemos los argentinos habernos familiarizado con los nombres de Ibrahim Ibrahim y Monser Al Kassar. Uno fue marido de Amira y director de la Aduana; el otro es un rufián dedicado al contrabando de armas. Hace unos años estuve en Marbella y conocí la casa de este muchacho: una mansión oriental rodeada de guardias armados que sólo dejan pasar a los íntimos. En esa casa supieron pasar largas y entretenidas vacaciones la señora Amira y su sobrina Zulemita con la modista incluida. Menem a estas coincidencias las suele llamar casualidades permanentes.
También se incluye en ese rubro la carpa de Alí Babá, los negocios con IBM, la venta de oro, el lavado de dinero, los negocios con Yabrán y Monetta y la pista de Anillaco. Que Cúneo Libarona sea el abogado de Emir y Carlos es tan casual como en su momento fue que Argibay Molina fuera el abogado de Menem y Yabrán.
Hoy en la cárcel Yoma declara su inocencia y asegura que él nunca dispuso del poder suficiente como para hacer las cosas que se le imputan. En eso tiene razón. Por él mismo, el cuñado nunca hubiera sido otra cosa que un pícaro comerciante riojano de origen árabe. En el norte de la Argentina personajes como Emir Yoma abundan como las vinchucas, pero ninguno llega a influir en el poder como él lo hizo.
Creo que no estoy descubriendo la pólvora si digo que el poder político de Emir Yoma proviene de su cuñado Carlos Menem. Decir lo obvio suele ser una tontería, pero en política a veces es revelador, sobre todo cuando desde el poder se hace lo imposible por tratar de negar lo que es evidente. Todos los caminos conducen a Menem, pero nadie se preocupa por recorrerlos y, mucho menos, por verificar quién es el que espera al final del sendero.
Protegerlo a Menem parece ser una consigna de poderosos intereses económicos que se beneficiaron como nunca durante sus mandatos y en algunos casos se asociaron en los negocios turbios. Su caída puede comprometerlos, pero llegado cierto momento de las investigaciones su permanencia en el candelero político también puede comprometerlos.
Así planteadas las cosas es probable que la suerte de Menem se parezca a la de Al Capone, el jefe mafioso de Chicago que no cayó preso por los crímenes cometidos, sino por haber evadido impuestos. Los influyentes poderes invisibles no pueden darse el lujo de ordenar la caída de un estimado aliado, pero llegado el momento tampoco pueden seguir relacionados con alguien cada vez más impresentable. No sería nada extraño, por lo tanto, que Menem termine preso por haberse robado un par de gallinas en una chacra de Anillaco.
Alejado del poder del Estado, su capacidad de influencia sobre funcionarios, jueces y políticos se va debilitando. En lo personal Menem se parece demasiado a Fujimori, Noriega o Collor de Mello. A diferencia de ellos logró concluir sus mandatos entre otras cosas porque -también a diferencia de ellos- dispuso de un partido político que lo sostuvo.
El problema es que hoy sus relaciones con el justicialismo van de regulares a malas. Sus peleas con Ruckauf y Duhalde lo han desgastado y hasta es probable que sean ellos o sus allegados íntimos los que estén motorizando estas investigaciones.
Después de todo, Duhalde no olvida que uno de los artífices de su derrota en 1999 fue el propio Carlos Menem. Más que el placer de los dioses la venganza suele ser el consuelo de los derrotados. Por su parte, Ruckauf no olvida agravios y humillaciones y llegado el momento no va a vacilar en enterrar a su ex jefe, eso sí, con la más ancha y luminosa sonrisa.
Oscar Camilión y Guido Di Tella hoy están saboreando el trago amargo del desprestigio. Conservadores sin votos propios pensaron que la gran oportunidad de hacer algo pasaba por ponerse al servicio de Menem. Que el hombre fuese dudoso en muchos aspectos, que a su alrededor se tramasen negociados y otros mejunjes no era más que el precio modesto a pagar para ejercer la función pública. En ese sentido bueno es saber que el pragmatismo conservador no se anda con delicadezas.
A la hora de su retiro, estos dos funcionarios, talentosos a su manera y honorables en su estilo, disponen de la oportunidad de reflexionar sobre los avatares del destino y la mala estrella de quienes se esforzaron por dejar su nombre grabado en el bronce de la República y hoy están a punto de quedar archivados en un expediente policial. Moraleja: no se puede estar todo el día en una cloaca y pretender luego oler a Channel Número Cinco.
Hoy Menem ni siquiera puede decir que los radicales lo persiguen. En lugar de presentarse como víctima del gobierno opta por considerarse su aliado. Sin el respaldo de los principales jefes del peronismo su situación es objetivamente comprometida. Por esos extraños laberintos que suele tramar la política, hoy la seguridad depende más del gobierno de la Alianza que del peronismo. El absurdo se completaría si en el futuro el peronismo se presentara como el fiscal del menemismo, dejándoles a los radicales el rol de cómplices. La historia está sembrada de disparates y paradojas y con De la Rúa presidente todo es posible.