30 de abril 2001
En ciertas cuestiones políticas, Bolivia se parece a Francia. La frase parece irónica y efectivamente lo es, aunque no por ello deja de ser verdadera. No recuerdo qué pensador francés decía que cuando los franceses querían producir una tímida reforma política no se les ocurría nada mejor que hacer una revolución.
Pues bien, eso es exactamente lo que ocurre con Bolivia, un país en donde la innovación más moderada inevitablemente viene precedida de levantamientos armados, cortes de ruta, guerrillas campesinas, marchas de mineros con cartuchos de dinamitas en las manos, golpes de Estado y ajustes de cuenta con los dirigentes políticos de la ocasional fracción perdedora.
Ahora la noticia es el corte de rutas de los cocaleros -campesinos dedicados al cultivo de la coca-, liderados por el diputado mestizo Evo Morales y apoyado por los dirigentes quechuas y aymarás, Alejo Véliz y Felipe Quispe. Los campesinos se oponen a la política implementada por el gobierno nacional de combatir el negocio de la droga desde la base.
Lo que ocurre es que una cosa es liquidar a los narcotraficantes y otra, muy distinta, meterse con los campesinos que ven en el coca una fuente de trabajo, un alimento y un símbolo de valor casi religioso.
Convulsión y pérdidas
Los cortes entre Santa Cruz y Cochabamba le representan a los empresarios una pérdida de 140 millones de dólares, una cifra enorme para un país de siete millones de habitantes, cuyo ingreso per cápita no llega a los ochocientos dólares anuales. Sin ir más lejos, la semana pasada un conocido empresario bananero irrumpió a los gritos en el despacho de Morales y amenazó al diputado con obligarlo a comer los bananos podridos. «Culpa tuya me estoy fundiendo -le dijo- y si me fundo yo voy a seguir viviendo bien, pero se van quedar en la calle más de mil trabajadores que te siguen a vos».
El presidente Hugo Banzer Suárez, ex dictador reciclado por la democracia que en nada tiene que envidiar a Pinochet o Videla, sacó el ejército a la calle para levantar los bloqueos de rutas y amenazó con declarar el estado de sitio. Ni lerdos ni perezosos, los dirigentes de la oposición pidieron la renuncia del presidente y la convocatoria anticipada a elecciones.
Por si esto fuera poco, a las movilizaciones de los cocaleros se sumaron las poblaciones indígenas y los mineros de la resucitada Confederación Obrera Boliviana (COB) dirigida durante décadas por el mítico Juan Lechín Oquendo, un burócrata sindical de origen trotskista, tan inteligente como intrigante y oportunista, que terminó arreglando con Paz Estenssoro a cambio de acompañarlo como vicepresidente en las elecciones de 1960. Después se peleó con el fundador del MNR y presentó la renuncia, con lo que Chacho Alvarez muy bien puede decir que no está solo en este oficio de llegar a vicepresidente y después pegar el portazo.
Las recientes declaraciones de la Iglesia Católica de Bolivia tampoco son tranquilizadoras para Banzer. El panorama social y económico del país es lastimoso, al punto tal que en los departamentos de La Paz, Oruro y Potosí los niveles de pobreza superan el ochenta por ciento de la población. El presidente ha intentado convocar a una multisectorial para arribar a un acuerdo, pero sus principales opositores han dicho que por el momento no están interesados en mantener reuniones con un mandatario al que le han pedido la renuncia.
Si la lógica histórica se repite, es seguro que una vez que se disipe la polvareda, la situación de los campesinos, indios y mestizos, es decir el setenta y ocho por ciento de la población, será la misma. Después de tanto revuelo, lo máximo que puede llegar a ocurrir es que Banzer se mande a mudar y algún dirigente del MNR se haga cargo de la presidencia.
Si las cosas no pasan de castaño a oscuro, es posible que la renuncia de Banzer no vaya acompañada de su exilio. Los tiempos han cambiado y ya no se cumple a rajatabla el principio que obligaba a todo político perdedor o derrotado en las elecciones a emprender el camino del exilio.
Tradiciones mortales
La política en Bolivia es cosa de blancos y de blancos ricos. Los apellidos del poder se reparten entre familias, parientes y compadres. Los Siles Suazo, los Siles Salinas, los Paz Zamora y los Paz Estenssoro -por ejemplo- se extienden en la geografía del poder desde hace cincuenta años. Las parentelas y familiaridades no les impiden agarrarse a tiros de vez en cuando, como para tener el pretexto de una buena reconciliación cuando la situación así lo indique.
A diferencia de Colombia, en Bolivia el realismo mágico se transforma en realismo trágico. Cada vez que Bolivia se metió en una guerra no sólo perdió territorio y gente, sino que también se quedó sin salida al mar. La guerra con Chile en el siglo pasado fue una catástrofe, y la sangrienta guerra con el Paraguay entre 1932 y 1935 no sólo fue una sangría sino que, además, los guerreros después se dieron cuenta de que fueron a dar la vida para que un par de empresas petroleras hicieran buenos negocios.
El general Germán Bush quiso reivindicar los ideales nacionalistas e intentó nacionalizar el petróleo. Los conflictos que levantó con sus medidas fueron tan grandes que en un rapto de lucidez o de locura decidió suicidarse, sin saber al momento de tomar la determinación si era comunista o nazi.
Una salida más trágica tuvo Gualberto Villarroel, un nacionalista que llegó a la presidencia y que terminó colgado por la turba en el farol de una plaza ubicado frente a la Casa de Gobierno. Al momento de morir, Villarroel tampoco sabía si era comunista o fascista, ya que los intereses de «la rosca» lo acusaban de nazi, mientras que los trotskistas de Lora lo atacaban por fascista. Al respecto, las declaraciones de Lora fueron célebres: «Como trotskistas participamos del linchamiento de Villarroel junto con la oligarquía… pero lo hicimos por razones distintas». Eso es lo que se llama una buena justificación ideológica e histórica.
Hasta el núcleo duro de la oligarquía boliviana fue diferente del de los otros países latinoamericanos. La célebre «rosca», la alianza de los barones del estaño -Patiño, Aramayo y Hotschild- eran bolivianos, no tenía nada que ver con el imperialismo, y Patiño se jactaba de su condición de mestizo. Durante más de una década «la rosca» obtuvo ganancias millonarias, explotó obreros en las minas y manejó a su gusto a políticos, funcionarios, empresarios y dueños de diarios.
Problemas de identidad
La caída de los precios del estaño y la revolución nacionalista liderada por Víctor Hugo Paz Estenssoro pusieron el punto final a su dominio. El MNR nacionalizó las minas de cobre y estaño, reconoció el sufragio universal y entregó la tierra a los campesinos. Durante la década del ’50, se consolidó en Bolivia un campesinado conservador, religioso y amigo de los militares que, más adelante, el Che Guevara intentó ganarlo para las ideas del socialismo. El resultado ya es conocido: los campesinos lo denunciaron a sus amigos los militares, asustados porque «los comunistas les iban a quitar el campo». Conclusión: la guerrilla fue un fracaso, pero Occidente ganó un mito.
La historia de los presidentes en Bolivia siguió siendo trágica. El dictador René Barrientos murió en un accidente de avión, tan sospechoso como el que sufrió el panameño Omar Torrijos. El general Juan José Torres, amigo de Salvador Allende y Fidel Castro, fue asesinado en Buenos Aires; el izquierdista devenido liberal, Jaime Paz Zamora, se salvó raspando, porque el avión en el que iba a volar no se incendió tan rápido como estaba previsto, no obstante lo cual las cicatrices de las quemaduras siguen siendo el rasgo más distintivo de su rostro.
A principios de los ’80 se hizo cargo del poder una «rosca» mafiosa liderada por el general García Meza. En los pocos meses que estuvieron en el poder desarrollaron a niveles industriales el negocio de la droga, lo que no les impidió reprimir y asesinar a opositores políticos. El fundador del Partido Socialista Boliviano, Marcelo Quiroga Santa Cruz, uno de los políticos más talentosos de Bolivia, fue ejecutado por los sicarios del dictador.
Como se podrá apreciar, de Bolivia se podrán decir muchas cosas menos que es aburrida. Sin embargo, pareciera que el dramatismo de los acontecimientos no repercute con la misma intensidad en el campo social. Daría la impresión de que en el vecino país el desorden de la superficie es la mejor garantía para preservar el orden verdadero.