Ganar poder para el futuro

Néstor Kirchner sabe que las batallas políticas más importantes lo están esperando en el futuro. Por ahora lo que hace es posicionarse y acumular fuerzas y, tal como se desarrollan los acontecimientos, parece que lo está haciendo bien.

Dos semanas le alcanzaron al presidente para empezar a dar vuelta una relación de fuerzas desfavorable. Por primera vez en muchos años un mandatario despierta la simpatía de la sociedad más allá de banderas partidarias. El secreto de semejante hazaña es relativamente sencillo: se puso del lado de la gente.

Hasta ahora no hizo nada extraordinario; nadie puede decir que promovió una revolución o que provocó reformas importantes; lo suyo fueron actos concretos y en la mayoría de los casos gestos pero, como la viuda del cuento, estábamos tan desamparados por el poder, estábamos tan acostumbrados a que desde arriba lo único que nos podían llegar eran garrotazos y patadas, que el primero que se acordó de darnos un abrigo y una palabra amable, se ganó nuestro cariño.

En realidad, lo que Kirchner está haciendo es lo que debe hacer todo mandatario en una sociedad democrática: preocuparse por sus gobernados. Esta verdad la sabían de memoria los Borbones en el siglo XVIII y fue el abc de los políticos que en el siglo veinte han merecido ese nombre, sin embargo, en los últimos tiempos se había impuesto el criterio de que lo mejor que podía hacer un gobernante por su pueblo era ponerse siempre en su contra.

Por lo tanto, a nadie le tiene que llamar la atención que cuando un presidente decide enfrentar a los miembros de una Corte Suprema corrupta o a los funcionarios venales de un gremialismo ladrón y mafioso que medra con la salud de los ancianos, o plantea que las privatizaciones mal hechas van a ser revisadas en defensa del bolsillo de los consumidores, la sociedad reaccione favorablemente.

Es razonable objetar que todavía no se ha hecho nada importante, pero admitamos que los gestos se orientan a resolver favorablemente cuestiones importantes. Puede que el gobierno de Kirchner en el futuro no tenga fuerzas para enfrentar la formidable coalición de intereses que puede levantarse en su contra, puede que capitule o traicione sus promesas, pero también nos merecemos la posibilidad de alentar la esperanza de que las cosas se hagan bien y que, por una vez en tantos años, podamos no digo ganar, pero por lo menos salir empatados, lo cual no deja de ser un satisfacción para un equipo acostumbrado a perder siempre por goleada.

Con sus actos y sus gestos, Kirchner lo que ha logrado es recuperar la confianza de la sociedad en el gobernante y, por ese camino, instalar a la política en un primer plano, me refiero a la política escrita con mayúsculas, a la política concebida como pasión justiciera por lo público y no a la miserable politiquería protagonizada por enanos mentales y miserables morales.

Por supuesto que queda mucho por hacer y que en el interior de cada uno de nosotros se despiertan legítimas dudas acerca de las posibilidades futuras. Este gobierno no es perfecto y ciertos sectores que hoy lo apuntalan tienen más que ver con el pasado que con el futuro. Pero a diferencia de anteriores experiencias se han tomado decisiones que intentan representar el interés de los más débiles o poner límite y punto final a situaciones que, como las del Pami o las de la Corte Suprema, parecían instaladas para siempre en el reino de la inequidad y la injusticia.

Sin duda que la madre de las batallas aún no se ha librado, queda claro que en un futuro inmediato el gobierno deberá encarar temas tales como el trabajo, los salarios, la productividad de la economía y la deuda externa. Allí se jugarán las partidas más importantes. Los resultados de esas negociaciones dependerán en todos los casos de la voluntad de poder que sea capaz de desplegar el gobierno y de su capacidad para representar al interés nacional.

Este gobierno sabe que el idilio que hoy mantiene con la sociedad no va a durar mucho; que esta adhesión que va desde Julio Ramos a Hebe Bonafini en algún momento va a quebrarse y está bien y es lógico que así sea. Pero también sabe que un ciclo económico y político ha llegado a su fin y que es necesario trabajar para un futuro que por ahora se define por su capacidad de rechazo a un pasado de humillaciones y pobreza.

 



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