Kirchner: autoridad y poder

Los opositores le reprochan al presidente Kirchner que quiere acumular poder. íCuriosa manera de practicar la oposición, reprochándole a un político que haga aquello que tiene que ver con la naturaleza de la política!. Es como si a un jugador de fútbol se le reprochara querer hacer goles o a un boxeador se lo criticara porque desea ganar por knock out.

Kirchner no sólo que necesita acumular poder, sino que debe acumularlo si efectivamente pretende gobernar en la Argentina. El hombre que llegó a la presidencia en el marco de una crisis profunda cuyas manifestaciones más visibles son los desocupados, la desintegración social, el endeudamiento externo y la creciente inseguridad de la población, no puede ni siquiera plantearse la posibilidad de resolver estos problemas si no acumula poder real y simbólico, es decir, capacidad de decisión y autoridad política.

Sin poder es imposible hacer política en serio y, mucho menos, pretender representar a los sectores populares. Kirchner es consciente de ello y por eso trabaja para recuperar una autoridad que él sabe mejor que nadie que nació debilitada.

La historia a veces presenta esas paradojas: el presidente que llegó con el veinte por ciento de los votos debe negociar una deuda externa de 160.000 millones de dólares, indemnizar a los bancos, satisfacer a los ahorristas, aumentar el consumo, tranquilizar a los piqueteros, asegurar el crecimiento, mejorar la distribución, aumentar las tarifas de los servicios públicos, lidiar con los gobernadores y, todo ello, con un Estado desmantelado y colonizado y con una burguesía criolla que tiene depositado en el extranjero más de 133.000 millones de dólares.

Y cuando el presidente que debe enfrentar semejante agenda de problemas hace algo para fortalecer su legitimidad, desde la derecha y desde la izquierda, se levantan voces advirtiendo contra sus presuntas tendencias autoritarias. Cuando estas cosas ocurren, uno descubre que para hacer política se necesita una infinita paciencia para escuchar argumentos que desde la ingenuidad, la ignorancia o la mala fe parecen darse la mano para conspirar contra el sentido común

No discuto que es necesario vigilar al presidente y cuestionar la posible violación de las reglas de juego, pero por más esfuerzos intelectuales que haga no logro observar que Kirchner se haya apartado del Estado de derecho. Lo que sí es cierto es que quiere acumular poder real y simbólico. ¿Y eso tiene algo de malo? Por supuesto que no. Sin poder un político no existe y sin esa manifestación del poder efectivo que es la autoridad el político se transforma en un mamarracho, en una especie de De la Rúa sin otro destino que terminar escapando por los techos.

Es verdad que un político necesita algo más que poder para hacer política, pero es necesario tener claro que desde los tiempos de Moisés hasta la actualidad no hay ni político ni conductor sin poder y sin autoridad. Que el poder se deba ejercer dentro de los límites que imponen las instituciones, es una verdad que está fuera de discusión pero, insisto, hasta la fecha no he logrado registrar violaciones o atropellos a las instituciones por más que algunos ponen el grito en el cielo por lo que está ocurriendo con la Corte cuando, durante trece años, no dijeron una palabra por esa obscenidad jurídica que se llamó la mayoría automática.

No está mal obedecer a la naturaleza intrínseca de la política acumulando poder, sino que, además, en las actuales circunstancias el mejor favor que un presidente le puede hacer a la democracia y al pueblo es fortalecer su poder porque eso es precisamente lo que ha estado ausente en los últimos años. Recordemos, al respecto, que Eduardo Duhalde fue un presidente designado en condiciones excepcionales y hasta el más modesto mucamo de la Casa Rosada le echaba en cara su falta de poder.

Con De la Rúa, la ausencia de autoridad fue patética y grotesca. El señor se creía que la autoridad consistía en poner cara de afligido o en reducir sus actos a las formalidades. Sólo a un abogado mediocre apegado a las rutinas más miserables de la legalidad se le ocurre regresar a la Casa Rosada al día siguiente de haber huido por los techos, para que la historia registre su último día de presidente saliendo por la puerta grande. Eso no es ni poder, ni autoridad ni respeto por la investidura; es imbecilidad política e impotencia moral.

Menem tampoco ejerció el poder. La Comadreja de Anillaco delegó el poder a los grupos económicos hegemónicos y durante diez años se dedicó a firmar lo que ellos le pedían. El resto del tiempo se entretuvo jugando al golf y haciendo negocios. Recuerdo que algunos periodistas extranjeros se admiraban del tiempo que disponía Menem para practicar deportes y mirar partidos de fútbol. La explicación a tremendo interrogante era sencilla: Menem podía darse ese lujo porque sus atributos de poder eran tan formales como los de De la Rúa. La diferencia entre uno y otro es que De la Rúa se tomó su rol en serio y Menem sólo se dedicó a disfrutarlo.

Los que dicen que Menem es un caudillo carismático, un ejecutor de políticas audaces y otras bellezas por el estilo, no entienden nada. Como dijo en su momento León Rozichner, «Menem nunca existió», fue un símbolo, un fetiche, un grotesco arlequín creado y alentado por un poder económico que manejó sus decisiones hasta en el detalle de ordenarle no presentarse en la segunda vuelta. Menem existió mientras lo dejaron existir y, si alguna vez regresa, será porque la Argentina se volvió a hundir en otro fracaso

Lo de Kirchner es diferente. En primer lugar, este presidente se propone existir por cuenta propia sin deberle favores a nadie, ni siquiera a Duhalde. En segundo lugar, daría la impresión que no pretende reducir su legitimidad a la almidonada formalidad de De la Rúa ni a la aprobación de los grupos económicos que inventaron a Menem.

Yo no sé si el hombre cree en lo que hace o lo hace porque sabe que no hay otro camino para gobernar que no sea a través de fortalecer su poder tomando decisiones que tienden a favorecer a quienes en los últimos años fueron los crónicos perjudicados por las políticas diseñadas desde el poder. Repito: no sé por qué motivos lo hace, pero sí estoy seguro que lo que hace me gusta.

Convengamos además que no está haciendo nada extraordinario. A nadie le debería llamar la atención que un presidente esté a favor de una Corte Suprema de Justicia independiente y creíble; nadie debería sorprenderse que desde el poder exista la preocupación de limpiar al Pami de malandras.

Kirchner en realidad no está haciendo nada del otro mundo. Que promover operativos gigantescos contra la delincuencia o anunciar aumentos a favor de los sectores más postergados de la sociedad nos sorprenda, demuestra hasta dónde fuimos capaces de retroceder y hasta dónde los poderes mafiosos lograron controlar y dominar la política argentina.

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