La campaña iniciada por la derecha argentina contra la posible designación de Eugenio Zaffaroni en la Corte Suprema de Justicia no nos dice nada importante sobre Zaffaroni, pero nos dice bastante sobre el carácter fanático, oscurantista y reaccionario de una fracción de esa derecha que no vacila en mentir y difamar con tal de justificar sus prejuicios o defender sus estrechos intereses.
En Europa o en Estados Unidos, Zaffaroni sería un liberal apenas corrido hacia la izquierda. Trotskistas o comunistas le reprocharían su adhesión al derecho capitalista y el garantismo burgués. Seguramente tendría algunos problemas con las corrientes conservadoras de la Iglesia Católica por sus posiciones divorcistas, pero nadie se sorprendería por esa diferencia, ya que en el Primer Mundo están acostumbrados a escuchar a la Iglesia en los temas que la Iglesia realmente sabe, y mirar para otro lado cuando la Iglesia se viste con los andrajosos ropajes de la Inquisición.
Sin embargo, en la Argentina, la sola mención del nombre de Zaffaroni puso histéricos a los Ramos, Hadad, Laje, Neustadt, Grondona y algún que otro obispo curiosamente afligido por la soltería de Zaffaroni. Ante semejante reclamo de vindicta pública, habría que recordar que resulta por lo menos sorprendente que los mismos que durante años no dijeron una palabra o a lo sumo hicieron alguna referencia al pasar por la designación de Julio Nazareno en la Corte, ahora se rasguen las vestiduras por la posibilidad de que un académico como Zaffaroni llegue al máximo tribunal.
También es motivo de asombro que su soltería sea motivo de impugnación. Si hiciéramos caso al razonamiento de Ramos, dirigentes como Juan José Paso, Juan Bautista Alberdi o Lisandro de la Torre, por ejemplo, deberían haber sido desterrados de la política nacional.
La imputación hecha a Zaffaroni por haber sido un juez de la dictadura militar forma parte de la antología del disparate político criollo. No deja de ser gracioso que periodistas y políticos que si alguna diferencia tuvieron con la dictadura militar fue porque no reprimió con más dureza, ahora simulen estar escandalizados por la supuesta complicidad de Zaffaroni con el Proceso. Resulta patético contemplar cómo los mismos que blanquean los ojos y alzan los puños al cielo por la supuesta filiación comunista de Zaffaroni, son los que acto seguido se visten de izquierdistas y lo denuncian por haber estado comprometido con la dictadura militar. Produce una pequeña sensación de náusea observar cómo personajes que desde el punto de vista intelectual y ético no estarían en condiciones de lustrarle los zapatos a Zaffaroni se laven la boca hablando de su vida privada.
A los lectores no se les escapará que a esta altura de los hechos el problema no es Zaffaroni, sino la existencia de una derecha que haría poner rojo de envidia a McCarthy y Hoover. La pregunta del millón es hasta dónde estos personajes que han desempolvado prejuicios y dogmas de la edad de piedra son representativos del pensamiento político de la totalidad de la derecha argentina.
Por mi parte, quiero creer que son una minoría, un anacronismo más cercano a la curiosidad y el folclore que a la política. Pero algo me dice que no hay que tomarlos tan a la ligera, que más allá de los detalles pintorescos y anécdotas morbosas, esta derecha puede llegar a expresar en el plano de las ideas los sentimientos, rencores y prejuicios dormidos de amplias franjas de las clases dirigentes. Si así fuera, lo siento por nuestras instituciones pero, por sobre todas las cosas, lo siento por la Argentina, porque con una derecha de estas características nuestro destino más próximo es Colombia o Africa.
No se trata de discutir el derecho de la derecha a expresarse, sino su deber de ser coherente con ella misma. Una derecha democrática decidida a defender la propiedad privada, las jerarquías sociales y el orden burgués no necesita recurrir al arsenal de la Edad Media para cumplir con sus metas. Si yo no estoy mal informado, el progreso y la tolerancia son valores que han distinguido a la civilización burguesa. ¿Tanto les cuesta asumir sus propios valores? ¿Es tan difícil decidirse a ser modernos en serio?
El tema lamentablemente no es nuevo. Ya a principios del siglo veinte hombres como Joaquín V. González o Roque Sáenz Peña estaban interesados en construir una derecha democrática y pluralista. Para estos hombres estaba claro que el dominio económico debía ir acompañado de un dominio político consensuado con las clases populares. La llamada Ley Sáenz Peña nació inspirada en esa ilusión que se cayó a pedazos el 6 de setiembre de 1930, con marchas militares e invocaciones a la hora de la espada como telón de fondo.
En la derecha criolla siempre coexistieron, a veces en armonía a veces en conflicto, corrientes democráticas con sectores autoritarios o abiertamente fascistas. Según las circunstancias o la coyuntura, en ocasiones predominó una u otra. Para muchos historiadores, el fracaso político de la Argentina se debió a la incapacidad de las clases propietarias de construir una derecha fuerte. Sus principales voceros prefirieron durante décadas la conspiración corporativa o la intriga militar que la competencia democrática. No se sabe bien si su incapacidad para juntar votos los llevó a golpear la puerta de los cuarteles o si fueron a golpear la puerta de los cuarteles porque nunca les interesó demasiado el consenso.
Se podrá decir, y con razón, que en la izquierda también existe una corriente democrática y otra autoritaria. La afirmación es verdadera, pero para completarla hay que decir que la izquierda en la Argentina nunca fue gobierno, mientras que la derecha en sus diferentes variables ha controlado siempre el poder político. Habría que agregar, además, que la izquierda revolucionaria fue siempre minoritaria, y en la actualidad languidece en anacrónicos nichos sectarios.
Pero atendiendo a los rigores de la realidad histórica, se podría concluir señalando que el fracaso nacional se explica, en parte, por la incapacidad para construir corrientes políticas que expresen a derecha e izquierda las expectativas de cambio y orden, justicia y libertad, integración y progreso que distingue a las sociedades modernas.
Se dirá que en la Argentina, el radicalismo y el peronismo disolvieron la contradicción derecha e izquierda. Es posible que así sea, pero basta que a alguien se le ocurra, por ejemplo, proponer a Zaffaroni en la Corte o discutir con las empresas el porcentaje de sus ganancias o programar una política de cobro de impuestos, para que la derecha en sus versiones más retardatarias aparezca en la escena sin preocuparse por los maquillajes, la calidad de la ropa, la pureza del lenguaje y la distinción de los modales.