En la provincia de Santa Fe el peronismo viene gobernando desde hace veinte años. La pertenencia en el poder es algo más que el mantenimiento formal de una sigla. En estos veinte años los peronistas han controlado el Estado provincial y los cambios producidos se han dado en el interior de una cultura típicamente peronista.
Los nombres de los gobernadores han cambiado, pero cierta manera de entender el manejo de la cosa pública sigue siendo, para bien y para mal, típicamente peronista. Vernet no es lo mismo que Reviglio y Obeid no fue lo mismo que Reutemann pero a la hora señalada el «todos unidos triunfaremos» es lo que importa.
Queda claro que los veinte años de dominio peronista en la provincia se explican por sus propios méritos y por las torpezas y los errores de la oposición, quienes hicieron lo imposible para que el peronismo siga ejerciendo el poder. Quizás el paradigma de esa torpeza, confundida con el idiotismo político, fue la aprobación de la ley de Lemas con los votos de Usandizaga y de algunos tránsfugas que «por razones de peso», descubrieron la conveniencia de votar a favor de una ley que estaba pensada para favorecer exclusivamente al peronismo.
El peronismo todo debería algún día marchar en procesión hasta la casa de Reviglio para agradecerle la maniobra política que le permitió seguir en el poder una década más. El principal agradecido de esta proeza política debería ser, sin duda, Carlos Alberto Reutemann, agradecimiento que, a decir verdad, el «filósofo de Guadalupe» supo reconocer cuando le otorgó a Reviglio la titularidad del tribunal de ética del Partido Justicialista, designación que para muchos fue una manifestación de exquisita ironía, pero quienes conocen el paño saben que fue un sincero, emotivo y filosófico gesto de reconocimiento intelectual.
Hasta el día de la fecha, la ley de Lemas sigue siendo la herramienta clave del peronismo para ganar elecciones. Para no dejar ningún factor librado al azar, en los últimos meses el gobierno provincial se ocupó de ajustar algunos detalles con el fin de no sufrir sorpresas desagradables. La reglamentación de la ley impidiéndole a la oposición formalizar alianzas y la constitución de la boleta sábana, son algunos de los detalles que se implementaron con el objetivo de favorecer exclusivamente al oficialismo.
Está claro que el héroe histórico del peronismo se sigue llamando Carlos Alberto Reutemann. Sin su presencia el peronismo hace rato que hubiera perdido la provincia, dato político que como tal no dice nada nuevo, ya que a todos nos quedan serias dudas de lo que hubiera sido el destino de Santa Fe en manos de liderazgos que en muchos aspectos demostraron que no hubiesen hecho nada cualitativamente distinto a lo que realizó el corredor de autos.
Especulaciones al margen, Reutemann sigue siendo hoy el principal referente político del peronismo provincial y, en donde Kirchner se descuide un poco, puede volver a serlo en el orden nacional. La disputa de los dirigentes peronistas por llevarlo en su sublema y la bronca de la oposición por esta maniobra, corrobora que si Reutemann se presentara de nuevo como candidato a gobernador, una mayoría tal vez no tan contundente como la de 1999, lo volvería a votar.
La gran virtud del peronismo, lo que lo transforma en una fuerza política que mantiene con el poder una relación casi morbosa, consiste en esa inusual capacidad para incorporar a su seno las variantes más antagónicas de la política y presentarlas como auténticamente peronistas. Así como en el orden nacional el peronismo fue capaz de transitar desde la versión neoliberal del menemismo a la variante nacional y popular de Kirchner sin demasiados traumas, en el orden provincial el proceso se inició con las versiones «ortodoxas» de Vernet y Reviglio, para luego anclar en la versión deportiva de Reutemann, pasando por la variante clásica de Obeid.
Hoy Reutemann no sólo que sigue siendo el principal referente del peronismo provincial, sino que es muy factible que lo seguirá siendo con independencia de la victoria o la derrota del peronismo. ¿Cómo explicar semejante hazaña de supervivencia política? ¿Cómo se entiende que un personaje intelectualmente mediocre, incapaz de caminar y masticar chiclets al mismo tiempo y responsable de muchos de los fracasos sociales y políticos de la provincia, siga despertando adhesiones significativas?
Reutemann ha sido tal vez el invento más perdurable de Menem. Al gobernador le molesta que hoy lo comparen con Menem, pero en nombre de la historia convengamos que llegó a la política de la mano de Menem y si bien en cierto momento aprendió a soltarse de esa mano, en las manifestaciones fundamentales el sello del maestro está presente.
Reutemann es probablemente el último caudillo menemista, aunque hoy para ser fiel a las lecciones aprendidas deba negar ese origen. La política es a veces misteriosa y los políticos suelen ser personajes enigmáticos. Reutemann, por ejemplo, es de derecha y no lo sabe, del mismo modo que es menemista aunque él mismo no termina de creerlo.
El corredor dice que no es menemista porque a él no le gustan las salidas nocturnas. Es más, hasta tanto alguien demuestre lo contrario, yo sigo creyendo que Reutemann no será un santo pero tampoco es un malandra, afirmación que no podría hacer en el caso de Menem.
Pero la pertenencia al menemismo es algo más que salir de noche con chicas de la farándula o ser amigo de Al Kassar. El menemismo de Reutemann es más refinado, es como quien dice, un menemismo de cabellos rubios y ojos azules, un menemismo protagonizado no por un caudillo musulmán sino por un suizo alemán formado en los rigores de los jesuitas y en la cultura del gringo pijotero y desconfiado.
Pero en donde Reutemann es menemista, es en su concepción frívola y superficial de la política, lo es también en su mirada conservadora y fundamentalmente en su visión institucional de la república, como lo demuestran sus intervenciones en la modelación de la Corte Suprema o el Tribunal de Cuentas.
También lo es en su olímpica capacidad para desentenderse de sus actos. Sólo un discípulo de Menem puede mirar con tanta impavidez para el otro lado cuando le preguntan por las muertes de Rosario en diciembre de 2001, y nadie más que un menemista puede explicar su responsabilidad en la inundación diciendo «a mí nadie me dijo nada»o transformándolo a Alvarez en el chivo expiatorio.
¿Y por qué una mayoría de santafesinos sigue creyendo en él? Uno podría responder a esta pregunta diciendo que el pueblo nunca fue un paradigma de sabiduría política, pero creo que sería una respuesta incompleta. Concretamente, Reutemann sigue siendo reconocido por muchos santafesinos como un hombre confiable, como alguien que a pesar de sus errores trata de hacer las cosas bien. Reutemann es para muchos el arquetipo del sentido común, alguien que no hará cosas extraordinarias, pero tampoco hará disparates. Esa combinación de sentido común, honradez y buenas intenciones explican la calidad de las adhesiones.
¿Y se puede hacer un balance de la provincia antes y después de Reutemann? Se puede hacer, pero sería incompleto. Lo que sí es cierto es que Reutemann realizó una gestión conservadora gracias a la cual mantuvo las cuentas en orden, aunque el precio a pagar por ello haya sido un significativo retroceso en el orden social y competitivo, como lo demuestra con elocuencia el informe de la Fundación Mediterránea.
Reutemann gobernó en clave conservadora y de los viejos conservadores mantuvo algunas de sus virtudes y resucitó todos sus vicios, entre otros, la tendencia a acomodar parientes y amigos en el gobierno o manipular las leyes electorales. Tampoco aprendió de los conservadores el talento de rodearse de gente capaz, ya que los más capaces que lo acompañaron en algún momento fueron alejados del poder.
A modo de síntesis, podría decirse que Reutemann no fue una catástrofe para Santa Fe, pero tampoco fue un reformador o alguien que se preocupó por provocar cambios trascendentales. Demasiado inseguro, demasiado prisionero de sus complejos y debilidades, la historia le brindó la oportunidad de entrar por la puerta grande y respondió al desafío con los miedos y recelos de un tambero, con perdón de los tamberos.
¿Y los otros candidatos? En el peronismo daría la impresión de que la figura más relevante en votos es Jorge Obeid, quien se ha preocupado no sólo de gestionar la adhesión de Kirchner, sino también de poner el nombre de Reutemann en su sublema. La ventaja de Obeid consiste en ser el más peronista de los candidatos, pero su desventaja se expresa en que es demasiado peronista y no junta un voto fuera del peronismo. Por su lado, Hammerly depende exclusivamente de la capacidad de Reutemann para traccionar votos y Cavallero ya no es el tigre de otros tiempos. Lo demás es papel picado.
En la oposición, Binner es el gran referente. Socialista, moderado, intendente de Rosario, decente, es al mismo tiempo un político de larga militancia. De hecho, él solo pelea contra todos los sublemas peronistas. La puja es despareja en apariencia, porque no sería la primera vez en la historia que esa soledad sea al mismo tiempo la clave de su fuerza.
En definitiva, lo que se vota el próximo domingo es la continuidad o el cambio, pero todo parece indicar que la sociedad va a inclinarse mayoritariamente a favor del cambio a pesar que, por esas astucias de la política, nadie, ni siquiera el más oficialista, quiere presentarse como el referente de la continuidad, aunque la cara de Reutemann sea, supuestamente, la que atrae más votos.
El 7 de setiembre se conocerán los resultados y esperemos que a la hora del escrutinio no se corte la luz, no aparezcan urnas flotando en la laguna Setúbal o no se caiga el sistema. Como ciudadano tengo el deber de creer en la honorabilidad de las autoridades, pero como ciudadano tengo el derecho a desconfiar y de extremar las medidas de control.
Es que conociendo lo que pasó en esta provincia en otras ocasiones y sabiendo que el peronismo no es precisamente el partido Liberal de Finlandia integrado por sonrosaditos contribuyentes luteranos, tengo derecho a desconfiar y advertir sobre futuros riesgos.