El señor Zapata tiene la obligación de saber por lo menos dos cosas: que fue designado ministro y no monaguillo y que el Ministerio de Educación no es una dependencia sometida al Arzobispado. A un ministro de Educación de un Estado laico y democrático no se le exige profesión de fe religiosa y mucho menos que sea sumiso al obispo. Tampoco hay motivos para pedirle que en sus primeras declaraciones jure que está dispuesto a defender la enseñanza privada, entre otras cosas porque hasta tanto alguien diga lo contrario, a nadie en la provincia de Santa Fe se le ocurrió atacar a la enseñanza privada.
Ninguna de estas consideraciones parecieran haber sido tenidas en cuenta por el señor Julio Zapata, quien por el modesto privilegio de ser designado ministro por dos meses se dio el lujo de protagonizar una desmesurada sobreactuación política que no dejará conformes a los destinatarios del gesto, pero sembrará serias inquietudes y alarmas entre docentes, alumnos y ciudadanos en general que esperan de un ministro algo más que un acto de obsecuencia hacia las autoridades de la curia.
En una provincia en donde la exclusión social y la deserción escolar van de la mano, en donde miles de chicos no terminan la primaria y muchos de los que la terminan lo hacen en las peores condiciones, en donde los maestros ganan sueldos miserables por una labor que en los barrios pobres está más cerca de la asistencia social que de la educación, el nuevo ministro se da el gusto de protagonizar una formidable actuación de obsecuencia religiosa y política.
No hace falta ser un experto en materia de educación para recordarle a este caballero que a nadie le importa, políticamente hablando, que un ministro de Educación sea sumiso al obispo. No hace falta ser un luchador social para reclamar que más nos hubiera gustado un compromiso a favor de la escuela pública y no un gesto de obsecuencia hacia la curia, gesto que, por otra parte, nadie parece habérselo pedido. Y tampoco hace falta ser un constitucionalista para recordarle que la exclusiva sumisión que se le exige a un funcionario es a la ley.
Si alguna duda quedaba acerca de los motivos que influyeron para precipitar la renuncia de Germano, el nuevo ministro termina de disiparla. A nadie se le ocurre que Germano sea un librepensador o un militante de la masonería decidido a poner punto final a la enseñanza privada en Santa Fe. Sin embargo, las declaraciones de Zapata a favor de la enseñanza privada no hicieron otra cosa que abrir sospechas respecto de una posible gestión de la curia o de algún otro poder invisible por haberse atrevido a llamar la atención sobre algunas escuelas privadas -una ínfima minoría- que reciben subsidios del Estado mientras le cobran a los alumnos cuotas altísimas.
A todos nos queda la tranquilidad de saber que el paso de Zapata por el Ministerio de Educación será breve e insignificante, como breves e insignificantes parecen ser sus ideas. Sería bueno saber, de todos modos, cuáles fueron las consideraciones que tuvo en cuenta el gobernador Reutemann para designar a un señor que reivindica las virtudes de la sumisión y la obsecuencia y no dice una palabra sobre un sistema escolar en donde el noventa y ocho por ciento de los chicos de los barrios marginales no pueden resolver problemas de matemáticas simples o no conocen los nombres de los símbolos patrios, como lo acaba de probar una investigación realizada por Los Sin Techo.
No deja de ser una cruel paradoja que sacerdotes como Atilio Rosso o Edelmiro Gasparotto, por citar sólo a algunos, dediquen sus vidas a favor de los desprotegidos, convencidos que por ese camino son fieles al Evangelio, mientras que un señor que, por esas casualidades de la historia, llega al Ministerio de Educación, no se le ocurre decir una palabra a favor de los chicos y comete la torpeza de reivindicar adhesiones que nadie le pidió. Por otra parte, ¿en ningún momento se le ocurrió al señor Zapata saber que sus declaraciones pueden ofender, comprometer y violentar a sacerdotes en una orientación que no comparten? ¿nadie le dijo a Zapata que sus declaraciones también podían molestar al propio arzobispo, que en estos temas siempre se ha manejado con mucha prudencia y tacto?
El lunes fui invitado a dar una conferencia en una escuela primaria del norte de la provincia. Conversé con maestras, padres y chicos. En todos los casos el mismo entusiasmo por defender la escuela del pueblo, los mismos esfuerzos para que la escuela funcione y los chicos puedan recibir la mejor educación. Padres que roban horas a su familia para ayudar desde la cooperadora, madres que pasan horas en la escuela colaborando con las maestras, maestras que trabajan más allá de los horarios establecidos para que a los chicos no les falten ni los conocimientos ni los afectos.
Lo que vi en esa escuela sé que se reproduce de manera más o menos parecida en cientos de escuelas desparramadas a lo largo de la provincia. En el corazón del barrio, en el centro del pueblo, perdida en medio del monte, siempre hay una escuela con su maestra, sus alumnos y sus padres trabajando para que a los chicos no les falte nada a pesar de la indiferencia, la agresividad y el maltrato de las autoridades provinciales de turno.
Conozco a las maestras de mi provincia y sé que son talentosas, valientes y sacrificadas; conozco a los chicos y sé que se merecen la mejor educación para sobrevivir en un mundo cada vez más exigente, conozco a los padres de esos chicos y sé que en su inmensa mayoría están dispuestos a colaborar para que a los niños no les falte nada.
A todas esas queridas maestras, a todos esos padres, a todos esos chicos que viven en las escuelas las experiencias más importantes de sus vidas, les hubiera gustado que el ministro de Educación les dirija una palabra de aliento, un gesto de afecto y reconocimiento, una promesa a favor de la educación pública. Ahora saben que esa mínima atención no la pueden esperar de Zapata; el señor está muy ocupado en explicarle al obispo que él es sumiso.