Kirchner, dos años después

Una predisposición a conservar y una habilidad para mejorar, tomadas juntamente, constituyen mi modelo de estadista. Todo lo demás es vulgar en la concepción y peligroso en la ejecución». Edmund Burke.

Es curioso lo que ocurre con Néstor Kirchner: fue el presidente que llegó a la Casa Rosada con menos votos y hoy es uno de los presidentes que mantiene los niveles más altos de aceptación pública luego de dos años en el poder. Al mandatario que ayer se lo criticaba por su aparente debilidad, hoy se lo critica por su supuesto autoritarismo; ayer se temía la anarquía y el caos, hoy se teme el ejercicio hegemónico del poder.

La Argentina está mucho mejor que hace dos años; esto es evidente y negarlo sería necio. Es verdad que en el horizonte se observan nubes, que para algunos son apenas inofensivas turbulencias y, para otros, la amenaza de tempestades devastadoras. Pero la historia nacional nos enseña que ningún gobierno tiene la estabilidad comprada para siempre, por lo que nada se gana y nada se aporta diciendo que las alegrías de hoy serán las lágrimas de mañana.

Kirchner ha tenido suerte y ha sido habilidoso. Suerte, porque llega a la presidencia cuando la sociedad estaba harta de la corrupción menemista y la ineptitud de De la Rúa; porque el derrumbe político de la Alianza, la devaluación y el default habilitaban un nuevo espacio y un nuevo discurso político que no hubiera sido posible en las circunstancias anteriores, y porque se agotó la coyuntura internacional de los años noventa.

Y fue y es habilidoso, porque supo reconstituir la autoridad política y expresar con un lenguaje tosco pero efectivo, plagado de lugares comunes pero apropiado para la coyuntura, las nuevas necesidades y deseos de una sociedad que había pasado del conformismo de la convertibilidad al nihilismo del «que se vayan todos».

El poder de Kirchner funciona con relación inversa a la debilidad de la oposición, al punto que podría decirse que el principal componente de poder del oficialismo es esa debilidad. Kirchner está donde está en parte por sus propios méritos, pero sobre todo por la ineptitud de la oposición de derecha o de izquierda para plantear alternativas viables.

Convengamos, de todos modos, que hoy no es fácil ser oposición para nadie. Para los progresistas es incómodo, porque muchas de sus banderas hoy las enarbola Kirchner; para la derecha es complicado, porque son los que han gobernado en los últimos diez años y las consecuencias de sus recetas todavía las estamos digiriendo.

Queda claro que en la Argentina la historia de las crisis y sus resoluciones se escriben con lenguaje peronista, pero también queda claro que históricamente ha sido ese partido el que nos ha hundido en las crisis más devastadoras. En su condición de peronista, Kirchner es el actual piloto de tormentas. Sé que muchos peronistas le niegan esa identidad, pero desde que este movimiento nació a la vida pública siempre hubo quienes negaban identidad a los peronistas que gobernaban, por lo cual, lo que le sucede a Kirchner, paradójicamente no hace más que ratificar su condición de peronista.

Decisionista y orgulloso de serlo, implacable con sus enemigos y generoso con sus amigos, ávido de poder y autoridad, oportunista y dotado de una inusual capacidad para adaptarse a los humores de la sociedad, Kirchner reúne todas las condiciones del peronista clásico, con algunos componentes culturales propios de quien sabe que tiene que hacer política en el 2005 y no en 1945. En definitiva, Kirchner es un peronista que cree más en su estrella y su talento que en el peronismo, una condición que el primero que la desarrolló en la Argentina fue el propio jefe del movimiento.

Su discurso progresista, con los matices del caso, tal vez no sea sincero pero es real, entre otras cosas porque es el único posible para gobernar una Argentina que había agotado sus ilusiones acerca de la panacea neoliberal de los años noventa. Seguramente, las clases populares se sienten identificadas con este presidente que no pierde oportunidad de halagarlas, pero los que efectivamente se sienten mejor representados con Kirchner son los sectores medios y una franja importante del progresismo.

La gran novedad que el actual presidente aporta a la tradición peronista es esta reconciliación con las clases medias, tradicionalmente enfrentadas al populismo, salvo en esa breve primavera camporista, cuando las clases medias se peronizaron a través de la juventud, pero en un contexto exasperado por la violencia que el propio Perón se encargó de alentar primero y reprimir después con sus métodos preferidos, con la delicadeza que lo distinguía y recurriendo para ello a sus colaboradores más leales: Isabel, López Rega, Osinde, Brito Lima, etc., etc.

A quienes se asustan con el presunto izquierdismo de Kirchner, habría que decirles que no exageren ni se agiten demasiado. Kirchner no es de derecha, pero tampoco es tan progresista como lo pintan, y mucho menos es de izquierda. El hombre es, valga la redundancia, un peronista que ha entendido que en las actuales condiciones históricas es importante plantearse algunas cuestiones relacionadas con la soberanía nacional y el mercado interno.

Como buen político, el presidente entiende que es importante que el pueblo descargue sus frustraciones contra algunos enemigos imaginarios o reales. Es probable que en algunos momentos abra demasiados frentes de tormenta, pero sus compadreadas nunca clausuran la posibilidad de un acuerdo posterior.

Kirchner ha dicho cosas muy duras contra el FMI, el Banco Mundial y algunos operadores europeos, pero si se presta atención a sus embates se observará que nunca le mojó la oreja a George Bush y que sus arrebatos de guapo jamás se dirigen contra la Casa Blanca.

¿Está mal que así sea? No lo sé ni creo que sea posible saberlo. El sentido común enseña que éstos no son buenos tiempos para enfrentarse con los Estados Unidos, pero la experiencia también enseña que la estrategia de las relaciones carnales no da buenos resultados. Kirchner practica por lo tanto el antiimperialismo que hoy se puede practicar: un poco retórico, agresivo hacia algunas de sus manifestaciones, pero no demasiado, y siempre teniendo en cuenta que a la hinchada le gusta que el presidente de vez en cuando se haga el guapo sin pagar por ello demasiados costos.

Kirchner es de los políticos que entiende a la política como un juego de relaciones de fuerza, relaciones de poder. Bush es demasiado poderoso para enfrentarlo, pero sí se puede hacer algo parecido con el FMI o el Banco Mundial, ya que nadie, ni siquiera los que se benefician con ellos, los saldrán a defender, y porque, entre otras cosas, es la derecha republicana más recalcitrante la que reclama desde hace años que es necesario liquidar al FMI.

Tres cuestiones básicas constituyen los desafíos de una Nación. A partir de la respuesta que se les dé, será posible juzgar una gestión de gobierno. A saber: inserción internacional, modernización productiva y calidad de vida de la sociedad. Si somos generosos a la hora de la evaluación podemos decir que es más el trayecto que falta por recorrer que el que efectivamente se transitó. Un opositor de derecha diría que el camino que se empezó a transitar nos lleva al infierno; un opositor progresista diría que el camino existe, pero que el presidente ni siquiera lo empezó a recorrer. A las imputaciones de derecha Kirchner les respondería diciendo que no cree en el infierno; y a las imputaciones progresistas les recordaría que más importante que arribar al fin del camino es haber empezado a recorrerlo.

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