La peor predicción se cumplió, el peor de los escenarios posibles se hizo realidad: las elecciones en Irán dieron como ganador a Mohammed Ahmadinejad, ex alcalde de Teherán, considerado un ultraconservador, un simpatizante manifiesto de la teocracia y un político interesado en adquirir tecnología plena de enriquecimiento de uranio, una frase que envuelve con cierta delicadeza la aspiración real y descarnada de contar con bombas nucleares.
El candidato perdedor, el clérigo millonario Alí Ahbar Rafsanjani, ha dicho que las elecciones fueron fraudulentas, pero se ha olvidado de decir que su imagen popular fue siempre muy baja y que una sociedad empobrecida, obligada a elegir entre un integrista populista y un multimillonario desprestigiado, no tiene demasiadas alternativas.
Bush y la camarilla de la Casa Blanca tampoco contribuyeron demasiado a alentar una salida más razonable. Desde 1997 en Irán estaban en el gobierno los llamados sectores reformistas; no eran unos demócratas volterianos pero se hallaban seriamente interesados en secularizar la sociedad y, para ello, libraban una lucha, a veces visible a veces invisible, contra la ortodoxia religiosa. Sin embargo, la diplomacia yanqui siguió insistiendo en desconocer matices, diferencias internas y en calificar a Irán como un activo integrante del «eje del mal» junto con Irak y Corea del Norte, obligando a los reformistas a realizar permanentes actos de fe antioccidentales para no ser acusados de proyanquis o pro satánicos o algo parecido.
Digamos que los reformistas iraníes fueron ahogados por la maniobra de pinza armada por el integrismo musulmán y el integrismo derechista de Bush. Ahora para unos y otros las cosas están claras, el enemigo está definido y lo lamentable de todo esto es que las víctimas serán, como siempre, los sectores civiles de la población que pretenden vivir en condiciones de mínima normalidad, lejos de los fanatismos y los delirios mesiánicos.
Irán es el cuarto exportador de petróleo en el mundo, pero esa riqueza no se refleja en la vida cotidiana de la sociedad, en las posibilidades reales y efectivas de ese veintinco por ciento de los jóvenes desocupados. El Estado nacional controla el ochenta por ciento de las exportaciones de petróleo y obtiene el ochenta por ciento del valor de esas exportaciones. No obstante ello, debe importar una parte del combustible que consume porque no tiene suficientes refinerías.
El sistema político instalado en 1979 se define como una república islámica y el fundamento, la base de poder del sistema, está expresado en el Consejo de Guardianes, una institución integrada por clérigos chiítas que cuenta con atribuciones absolutas y puede revisar las decisiones del Poder Legislativo o el Poder Judicial. El jefe absoluto de esta teocracia es el ayatola Alí Jameini, sucesor de Komeini, el ayatola que derrocó al sha Rheza Pahlevi y ajustó cuentas con los torturadores y sádicos que integraban aquella policía secreta conocida con el nombre de Savak.
Dos acontecimientos públicos pintan de cuerpo entero la mentalidad de este sistema teocrático: en 1990 decretó la fatwa, es decir la orden para que cualquier musulmán en el mundo asesine al escritor Shalman Rushdie por haber escrito el libro «Versos satánicos» supuestamente irrespetuosos contra el Corán; el segundo episodio está relacionado con la guerra de ocho años que sostuvieron Irán e Irak, una guerra que movilizó a la población de ambos países y que nació en nombre de intereses religiosos cuando en realidad, como suele ocurrir en todas las guerras religiosas, lo que se disputaban las facciones eran cuestoness mucho más materiales y pedestres.
La guerra que se extendió durante ocho años significó cerca de un millón de muertos, con lo que una vez más se demuestra que las grandes carnicerías en el mundo musulmán no la realizan los occidentales, sino que las protagonizan ellos mismos. Recordemos que los palestinos supuestamente están en guerra contra Israel, pero nadie mató más palestinos que los sirios y los jordanos, del mismo modo que nadie mató más iraquíes que Saddam Hussein. Nada de ello justifica, por supuesto, las intervenciones militares yanquis, pero convengamos que a la hora de sumar muertos las masacres más terribles de los últimos cuarenta años o cincuenta años fueron las que se hicieron los musulmanes entre ellos.
Retornando a Irán, recordemos que Mohammed Jatami, considerado representativo de los sectores reformistas, es decir, de aquellas corrientes de opinión que sin desconocer su identidad chiíta, están a favor -con los matices del caso- de un orden político democrático, secular y respetuoso de los derechos humanos y las libertades civiles, llegó al poder en 1997 y fue reelecto en el 2001. Con las dificultades previsibles se logró ampliar el campo de las libertades y se abrió un interesante debate acerca de la extensión de los derechos y las relaciones de la política con la religión.
Las mujeres, en particular, lograron conquistas impensables en los tiempos de Jomeini. Sus relaciones con el trabajo, con la actividad pública en general, con su vestimenta y su propio cuerpo, se modificaron y si bien esas conquistas no alcanzaron a todas, se sentó el precedente de que la mujer tiene derechos y que no está condenada a vivir escondida debajo del chador y a ser una esclava de su amo o un número más en el harén.
Digamos, para concluir, que esta elección ha sido un retroceso significativo para quienes con vacilaciones y dificultades intentaban hacer de Irán una nación moderna. Habrá que seguir con atención el desarrollo de los acontecimientos y observar cuáles son los grados de realismo que exhibe el nuevo mandatario, hasta dónde hace valer más las dotes de político y estadista por sobre las de «soldado del Corán».
Irán no puede organizar su sociedad con los valores de la Edad Media ni es justo que el país continúe siendo una suerte de santuario de terroristas. Lamentablemente este resultado electoral no alienta las mejores expectativas y, a juzgar por los resultados, daría la impresión que los extremismos de un signo y otro una vez más se han dado la mano.