El PT y la traición a los ideales

El presidente Lula no es culpable ante la Justicia, pero es sospechoso ante la opinión pública y algo más que sospechoso ante los afiliados de su propio partido. El argumento de que las denuncias de corrupción están motorizadas por la derecha no convencen a nadie, ni siquiera a los dirigentes del Partido de los Trabajadores (PT), como tampoco satisface a nadie la excusa de Lula de que él es una paloma blanca e inmaculada y los corruptos son los que lo rodean.

El escándalo ahora adquirió estado público, pero quienes mantenemos relaciones con dirigentes del PT o seguimos atentamente el desarrollo de esta experiencia política, sabemos que desde hace años en este partido se vienen perpetrando actos por lo menos dudosos en nombre del sentido común, el pragmatismo y las ya percudidas excusas que siempre elaboran los corruptos de todo pelaje, a la hora de justificar sus conductas.

El PT se constituyó hace ya treinta años y en su momento se presentó como el partido que iba a desarrollar un socialismo con rostro democrático. Izquierdistas, cristianos, socialistas, militantes de base se sintieron convocados por esta experiencia que prometía la justicia y la libertad, la transparencia y la ética. La construcción política del PT fue ejemplar en tanto se hizo como le gusta a la izquierda: desde abajo, con amplitud, en nombre de los más altos ideales de la humanidad y prometiendo para Brasil una sociedad más justa, más libre, más solidaria.

Cientos de miles de brasileños se esforzaron con su militancia para hacer posible este objetivo: los padres le enseñaron a sus hijos a querer al PT, las banderas invocando el nombre de Lula se transformaron en símbolos políticos pero también cotidianos: Lula y el PT formaban parte de la vida privada de trabajadores, intelectuales, estudiantes, campesinos. La consigna «lulala» era cantada por hombres y por mujeres, por niños y por ancianos; se trataba de cambiar el mundo y cambiar la vida, de juntar a Rimbaud con Marx, a Bandeira con Prestes, a Jorge Amado con Helder Cámara, nada más y nada menos.

Esta base, estos militantes que colocaron sus mejores sueños y dedicaron las horas más creativas de su vida por el PT son las que ahora piden rendición de cuentas, quieren saber lo que pasó y no se sienten conformes con el argumento de que los jueces están investigando o que la derecha está trabajando para desprestigiarlos. El PT y sus dirigentes convocaron en nombre de ideales y de sueños muy caros como para que ahora pretendan con palabras leguleyas explicar lo inexplicable.

El desencanto de muchos militantes del PT no proviene porque las transformaciones no sean tan aceleradas como ellos creían, o porque haya que realizar concesiones al poder; el desencanto proviene de razones mucho más pedestres y que poco y nada tienen que ver con la velocidad de los cambios, o la intransigencia de las ideologías; el desencanto, para decirlo con palabras directas, proviene porque existe la certeza de que en la cúpula del PT y en los lugares por donde circula el poder y el dinero, los que deciden son ladrones o conviven con ladrones; el desencanto se explica porque el socialismo con rostro humano no sólo no es socialismo ni nada que se le parezca, sino que el rostro está disimulado por el antifaz y en las manos, en lugar de un martillo o una hoz, hay una ganzúa y una cachiporra.

Lo que corresponde preguntarse en estos casos es si la llegada al poder provoca fatalmente estos trastornos. Se sabe que no es lo mismo el llano que el poder, y se sabe que desde el poder la mirada se hace más realista y los cambios que se pensaban en el llano pueden ser más lentos, pero ninguno de esos datos insoslayables de la realidad autoriza a que los dirigentes se corrompan, se hagan millonarios de la noche a la mañana, o se jacten de recibir autos de más de cuarenta mil dólares de regalos por los favores prestados.

No hay izquierda, no hay transformación social posible y ni siquiera hay democracia en serio si no existe por parte de la dirigencia un liderazgo ético moral fuerte, tal como lo planteó en su momento Antonio Gramsci, un izquierdista que supo soportar la cárcel de Mussolini de la que podría haberse liberado con el simple trámite de pedir clemencia, acto que rechazó invocando los valores que hoy la cúpula del PT traiciona.

Todo se puede entender: el poder de los grupos económicos, la resistencia de los privilegiados a aceptar los cambios, las concesiones que necesariamente impone la realidad, lo que no se justifica bajo ningún punto de vista es que además sean ladrones, que además invoquen los ideales más caros de una sociedad para llenarse los bolsillos.

Triste ironía de la historia: el partido que se proponía confiscarle a la oligarquía el poder a lo único que se ha animado hasta la fecha es confiscarle los sueños a sus propios votantes. El partido que prometió el asalto al cielo, lo único que ha sido capaz de asaltar son las arcas fiscales. El partido que se ensañó contra Color de Melo y denunció las maniobras siniestras de PC Farías, hoy, gracias al talento de sus dirigentes, han transformado a Color y Farías en improvisados ladrones de gallinas. Como me decía un amigo: «Volvé Fernando Henrique, te perdonamos».

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