Pat el evangélico

El pastor evangelista Pat Robertson propuso asesinar al presidente de Venezuela, Hugo Chávez. La iniciativa no la conversó en voz baja entre sus íntimos, sino que la dijo por la televisión, en su programa de la Christian Broadcasting Networp, el canal que compró hace unos años para, según sus propias palabras, «alabar a Dios todopoderoso».

El principal beneficiario de esta bravuconada fue el propio Chávez, ya que ante semejante amenaza hasta sus enemigos más empecinados salieron a defenderlo y a condenar al pastor magnicida. Acorralado hasta por sus propios socios -que entienden que ciertas cosas se pueden pensar o hacer, pero nunca decir- Robertson aclaró que él no llamó a asesinar a Chávez, sino a eliminarlo, actividad que podría incluir, por ejemplo, el secuestro. «No aclare que oscurece» es un refrán viejo que parece hecho a la medida de nuestro evangélico pastor.

En cualquier lugar del mundo, y en Estados Unidos en particular, las leyes prohíben promover el asesinato, pero daría la impresión de que esta prohibición no alcanzará a Robertson, entre otras cosas porque es un abnegado militante del Partido Republicano, un íntimo amigo de George Bush padre y de Dick Cheney y un colaborador económico de las campañas electorales.

Con respecto a este último punto, corresponde aclarar que su generosidad no es gratuita ya que, atendiendo a su patrimonio, Robertson dispone de una fortuna calculada en los 200 millones de dólares, cifra enriquecida en los últimos tiempos con sus inversiones en minas de África, en sociedad con su amigo Mobuto, el dictador del Zaire, corrupto, venal y sanguinario, virtudes que parecieran no escandalizar a nuestro pastor evangélico.

Como todos estos negocios se realizan en nombre de Jesús y de Dios Padre, jurídicamente formalizada a través de la llamada «Coalición Cristiana» , el gobierno de Estados Unidos no le cobra impuestos, porque considera que estas obras benéficas están eximidas de esa carga. Coherente con estos puntos de vista, hace unos años inició una campaña a favor de la rebaja de los impuestos y, muy en particular, el impuesto a la herencia, todo ello, claro está, en nombre de Dios, un personaje con quien el pastor conversa periódicamente y de quien recibe cada uno de los mensajes que hace público desde sus programas de radio y televisión.

Convengamos que la vida de Robertson no es para nada desagradable. Vive en una lujosa mansión en Newport Beach, se calcula que su presupuesto anual de gastos supera el medio millón de dólares y, como sus ocupaciones son múltiples, para asistir a las diversas reuniones religiosas y políticas se traslada en un avión particular, máquina que se la reconoce de lejos porque en letras grandes y claras está escrita la consigna que precede todos sus actos: «Alabado sea el Señor». Como muy bien dijo un pastor de San Francisco: «Si Robertson va al cielo, a mí no me gustaría acompañarlo».

Digamos que de Robertson pueden decirse muchas cosas, menos que sea desagradecido con Dios, el caballero que, según sus palabras, lo ha bendecido con una calidad de vida que él mismo califica de evangélica. Hace unos años intentó presentarse como candidato a presidente de Estados Unidos, pero se retiró cuando las encuestas le demostraron que su amigo Bush tenía más posibilidades. Las diferencias electorales no afectaron la amistad, motivo por el cual al pastor se lo suele ver fotografiándose con las vacas sagradas del Partido Republicano o frecuentando los salones de la Casa Blanca.

Queda claro, por lo tanto, que nuestro pastor no es un simple ciudadano, un personaje anónimo que dice cosas imprudentes desde su inocencia o ignorancia, como intenta presentarlo Donald Rumsfeld para eximirlo de culpas. A nadie se le escapa que si un pastor o alguien parecido hubiera alentado la muerte de Pinochet seguramente la Justicia habría intervenido, pero como en el caso que nos ocupa se trata de un amigo de los republicanos y, más que un amigo, un socio del gobierno, la ley no lo molestará, entre otras cosas, porque lo que Robertson dijo en voz alta es más o menos compartido por el actual staff que se aloja en la Casa Blanca.

Como podrá apreciarse, el tema es serio, porque estas amenazas no las vierte un personaje aislado, sino un pastor considerado el más importante de Estados Unidos después de Billy Graham. Digamos que nadie puede tomar a broma una convocatoria al magnicidio en el país, cuyas autoridades aún no han dado explicaciones satisfactorias respecto de la muerte de Kennedy, el asesinato de Allende o el accidente que sufrió Omar Torrijos.

Nobleza obliga, hay que señalar que un número importante de iglesias evangélicas condenaron las declaraciones de Robertson. Por su parte, el reverendo Jesse Jackson no sólo que lo condenó, sino que está gestionando una entrevista con Chávez para pedirle disculpas personalmente en nombre del Evangelio y de los millones de creyentes que no comparten las teorías de Robertson a favor del magnicidio.

El vicepresidente de Venezuela, Vicente Rangel, al enterarse de la noticia se limitó a hacer un comentario irónico: «Qué buen cristiano…» dijo. Tal vez el mismo comentario hicieron en su momento las feministas de Estados Unidos cuando el pastor dijo de ellas que «practican la brujería, estimulan la matanza de niños y se convierten en lesbianas con el tiempo».

Hace unos años, Robertson fue noticia porque se pronunció en contra del seguro social. Según su punto de vista, el seguro social es un invento comunista y prometió castigar con un huracán o alguna catástrofe parecida a la ciudad de Washington por promover una causa satánica. Nuestro evangélico pastor sostiene que los huracanes y terremotos son castigos de Dios por los pecados de los hombres y, por supuesto, convence a su platea de que él dispone de facultades divinas para ordenar la dirección de los vientos.

Cuando los terroristas del Al Qaeda derrumbaron las Torres Gemelas en Nueva York, sus declaraciones fueron memorables: «Fue un castigo divino, porque esa ciudad está llena de paganos, abortistas, feministas, gays, lesbianas y organizaciones liberales de toda índole».

En su último mensaje convocó a sus fieles a rezar contra el sexo oral. Y hace un mes manifestó su oposición a que los musulmanes ocupen puestos gubernamentales de jerarquía.

Para concluir, diría que el problema no es Robertson, en tanto que fanáticos, alienados y corruptos hay en todas partes; el problema son sus seguidores, que suman millones, y que con su lealtad al pastor ponen en evidencia los niveles de sensibilidad civil y conciencia política que dominan a amplias franjas de la sociedad norteamericana.

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