A una semana de las elecciones

Aunque Kirchner es el ganador de estas elecciones, de allí a decir que fue plebiscitado hay una gran distancia. Si el presidente considera que su representatividad es fuerte y que en estos comicios ha superado el complejo de inferioridad que le dejó en su momento la deserción de Menem, podría decirse que su pensamiento está bien encaminado. Por el contrario, si piensa que el pueblo está con él porque es un líder nacional predestinado a la gloria, se equivoca de punta a punta.

Kirchner ha ganado en la provincia de Buenos Aires y en Córdoba, pero ha perdido en Santa Fe, en Capital Federal y en Mendoza. Su porcentaje de votos supera el 40 % pero no llega al 45 %. Si estas elecciones hubieran sido presidenciales seguramente debería competir con otro candidato en una segunda vuelta.

Los argentinos le han otorgado al presidente una representatividad que se merece pero no tiene ningún cheque en blanco y, cualquier mirada que se haga de los números obliga a aceptar que en este país el rasgo más distintivo es el pluralismo. Si Kirchner fuera un demócrata -y seguramente lo es hasta tanto demuestre lo contrario- debería estar muy contento con este resultado y con los límites de este resultado; si en cambio a lo que aspira es a conquistar una mayoría absoluta, este resultado es pobre pero, además, es probable que pensando de esa manera el futuro lo sancione con noticias mucho más desagradables.

La experiencia histórica enseña que si un presidente controla las variables económicas, asegura un mínimo de estabilidad y despierta expectativas razonables acerca del futuro, cuenta con el apoyo de la sociedad. Alfonsín ganó en 1985 con el Plan Austral y perdió cuando el Plan Austral hizo agua. Un mamarracho como Menem gobernó diez años gracias a la supuesta confianza que generaba la estabilidad. De la Rúa se tuvo que escapar por los techos de la Casa Rosada porque no pudo dominar la economía. No se trata de ser deterministas pero, admitamos que si un gobierno controla el orden económico, todo lo demás le será dado por añadidura.

Kirchner hoy es un presidente fuerte porque la sociedad está pasando por un momento de bonanza económica, de la cual él como presidente es más o menos responsable. Si esta onda de bienestar se prolonga hasta el 2007 no hay duda de que su reelección es un hecho pero, si por esas cosas de la vida, o de la historia, la economía se derrumba, Kirchner podrá darse como muy bien pago con concluir su mandato en el 2007.

¿Son responsables los políticos de lo que sucede con la economía? Lo son, mas sobre la base de condiciones establecidas de antemano. El genio político de Perón fue importante pero mucho más importante fueron las condiciones económicas que heredó de la posguerra.

Desde el punto de vista estrictamente político la victoria del presidente es significativa, no tanto por sus votos, que no son pocos, sino por la fragmentación de la oposición. Digamos que Kirchner no cuenta con una oposición articulada y mucho menos con un liderazgo alternativo. En política no sólo se gobierna atendiendo a la fuerza propia sino también a la debilidad de los adversarios. En ese sentido la victoria de Kirchner ha sido completa, tan completa que en un solo acto le ganó a la oposición externa y a la oposición interna. Dos años le bastaron para liquidar a Menem y a Duhalde. No es poca cosa.

¿Qué hará de aquí en más? Kirchner es peronista y como todo peronista que se precie de tal tratará de asegurar su liderazgo personal sin reparar en detalles formales. Se sabe que los grandes partidos están pasando por una etapa de transformación. Kirchner no subestima el liderazgo peronista porque en términos prácticos sigue siendo su soporte más consistente, pero sospecha que para gobernar como él quiere no alcanza con el peronismo.

El proyecto de la transversalidad apunta a recrear un movimiento más amplio, abierto hacia la izquierda, aunque sin cerrar las puertas a nadie. La transversalidad permite diferentes niveles de integración pero reclama una sola exigencia: que el líder de esa transversalidad sea Kirchner. En ese punto nadie puede ni debe equivocarse.

El futuro dirá sobre el éxito de este emprendimiento, aunque la propuesta no es nueva ni original: algo parecido soñaban los alfonsinistas cuando hablaban del tercer movimiento histórico. La transversalidad de Kirchner está hecha con las ambiciones, los sueños y las codicias de quien quiere consolidarse como líder nacional y supone que alguien debe heredar la tradición fundada por Hipólito Yrigoyen y Juan Domingo Perón.

En la provincia de Santa Fe Binner se consolidó como la figura opositora más representativa. Su victoria era previsible pero nadie podía asegurar de antemano que le iba a ganar al peronismo, por más desgastado que estuviera y por más que llevase como candidato a una figura de «descarte» como fue Agustín Rossi.

En su momento Bielsa, Rosatti y el propio Reutemann rechazaron la posibilidad de competir. No se sabe qué hubiera pasado si el peronismo hubiese candidateado a estos dirigentes, pero el hecho mismo de que ellos hayan declinado la oferta revela la crisis del peronismo, crisis que incluye entre otros datos la sospecha de que, más allá de candidaturas más o menos prestigiadas, el peronismo no tenía la victoria asegurada de antemano y, al decir de Hipólito Yrigoyen, al menor indicio de riesgo los «pechos fríos» dan un paso al costado.

Creo que no es demasiado importante determinar quiénes son los responsables de la derrota del peronismo. Lo que queda claro es que si el peronismo hubiera ganado los titulares de la victoria serían Obeid y Reutemann, es decir, los dos dirigentes más importantes a nivel provincial. Como el peronismo perdió, es legítimo pensar que los responsables son los mismos que se habrían atribuido el triunfo si las cosas hubiesen salido bien.

De todos modos, no se trata de hacer nombres. El peronismo gobierna la provincia de Santa Fe desde hace más de veinte años. En el camino han quedado Martínez, Vanrell, Reviglio, Massat… y hay más nombres. Ni el partido liberal calvinista de Dinamarca podría soportar un período tan prolongado en el poder sin desgastarse.

El peronismo está muy lejos de parecerse a los calvinistas daneses, aunque convengamos que la culpa de que el peronismo haya prolongado su estadía en la Casa Gris durante más de dos decenios no la tienen los peronistas sino la oposición, que siempre se las ha ingeniado para perder las elecciones cuando todo estaba a su favor.

De aquí al 2007 falta mucho y nadie, ni el oficialismo ni la oposición pueden darse el lujo de empezar a gastar a cuenta. Binner está constituyendo un liderazgo signado por la moderación. No es un opositor sistemático ni tampoco es un hombre a quien puedan sumar con facilidad a estrategias que no comparte. Kirchner no tendrá un enemigo en el Congreso pero tampoco tendrá a un incondicional.

Precisamente, uno de los tantos errores de Rossi en la campaña fue haberse presentado como el hombre de Kirchner en el Congreso, cuando a los santafesinos les importaba más un diputado que discuta con el presidente temas tales como la coparticipación, las retenciones, los dineros para políticas sociales, que un obsecuente que se limite a levantar la mano.

Falta mucho para 2007 pero daría la impresión de que los grandes contendientes para disputar la gobernación serán Binner y Reutemann. Habrá que ver si Reutemann acepta participar en el 2007 o prefiere el rol de «pecho frío». Repito: falta mucho para esa fecha y las cartas del naipe pueden repartirse de muchas formas.

Aunque Reutemann se ha acercado a Kirchner en los últimos tiempos, hoy es más creíble que el proyecto de centroizquierda que pretende liderar Kirchner cuente con el aval de Binner que con el de Reutemann, salvo que alguien crea que el célebre «filósofo de Guadalupe» se ha transformado en un abnegado militante de izquierda, partidario de la distribución de la riqueza, tarea que emprendería -claro está- de la mano, por ejemplo, de Juanchi Mercier, José María Candioti, Freddy Esquivel, Alberto Hammerly, aguerridos y bizarros militantes de la izquierda santafesina.

 


 

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