«No hay nada que decir, pero es necesario seguir hablando». Samuel Beckett
Habrá que ver si estamos ante una noticia o un aviso publicitario. La noticia trasciende en el tiempo, produce efectos transformadores, se inserta en la historia; el aviso publicitario se agota en sí mismo; conmueve, sensibiliza, agita, pero al otro día nadie se acuerda. Las grandes noticias las crean y las anuncian los estadistas, los avisos publicitarios los diseñan los expertos y suelen ser el recurso de manipuladores y tramposos.
Por lo pronto, los primeros satisfechos por los anuncios de Kirchner son los propios funcionarios del FMI. Es verdad que la retórica del gobierno abunda en consideraciones críticas hacia el organismo oficial, pero lo cierto es que se hace lo que ellos reclamaban.
La política suele encerrar paradojas y los peronistas son particularmente habilidosos para fabricarlas. Guiñar a la izquierda y doblar a la derecha constituye una de las grandes verdades del peronismo. A los que nos gusta recordar el pasado, no olvidamos que también, allá lejos y hace tiempo, se les hizo creer a los argentinos que la nacionalización de los ferrocarriles era un acto de soberanía nacional y mientras las multitudes festejaban de la mano del gobierno el gesto soberano, el negociador británico -mister Eady- le mandaba un telegrama a su gobierno con dos palabras muy elocuentes: «Lo logramos».
En realidad pagamos un ojo de la cara por hierro viejo que no supimos administrar y mucho menos modernizar. Eso sí, la iniciativa le permitió a Perón hacer un par de movidas muy importantes: la convocatoria a la constituyente que aseguró su reelección y preparar el clima para la campaña electoral. Si el zorro cambia el pelo pero no las mañas, algunos políticos peronistas cambian las palabras pero no las picardías. Mientras los argentinos nos entretenemos discutiendo sobre el presunto acto de soberanía nacional llevado a cabo por el gobierno, el presidente mantiene fija su mirada estrábica en las elecciones de 2007. Desde el cielo, o desde donde sea, Perón aplaude.
La realidad es misteriosa, dice Borges. La política criolla lo es mucho más. Hace unos años el mejor remedio contra el FMI era no pagarle; ahora la medicina pareciera reclamar exactamente lo contrario. Los mismos políticos que hace cuatro años festejaban el anuncio de Rodríguez Saá son los que ahora festejan el anuncio de Kirchner. A esa variante de acrobacia política se la designa con el nombre de pragmatismo.
Alguien podrá decir que de Rodríguez Saá a Kirchner hay dos tácticas diferentes para lograr el mismo objetivo. Se puede decir eso por supuesto, pero de allí a que uno lo crea hay una gran distancia, la misma que existe entre el oportunismo y la convicción, entre la verdad y la simulación, entre la sinceridad y la manipulación.
¿Qué ganamos cancelando la deuda con el FMI? Mayor credibilidad internacional, ahorro de intereses cuya cifra aún es un misterio y, desde el punto de vista estrictamente político, sacarnos al FMI de encima. Convengamos que cada uno de estos puntos pueden contradecirse. A la credibilidad internacional también la podríamos haber tenido pagando en cuotas. De modo que creer que con este pago nos sacamos al FMI de encima es, en el mejor de los casos, una ingenuidad, porque en el mundo globalizado nadie se puede sacar de encima al FMI y nadie se desafilia del FMI, entre otras cosas, porque a nadie le conviene.
Admitamos que el FMI hoy es una sombra de lo que fue. Desde izquierda y derecha es considerado una burocracia inservible y dilapidadora. En los últimos años se ha equivocado en lo más importante y sus errores han sido reconocidos por sus propios funcionarios, aunque, claro está, esos funcionarios no fueron los que pagaron las consecuencias de esos errores.
Hoy el FMI es el chivo expiatorio más tierno y jugoso, el bocado preferido de los populismos de turno. A la institución se la puede criticar y desobedecer sin pagar nada a cambio. Responsabilizar al FMI por nuestras desgracias locales es como enojarse contra el usurero después de haberle pedido plata prestada para ir a jugar al casino. Kirchner dice que ahora nos hemos sacado de encima al vampiro. Yo le sugeriría que, como el personaje de «La danza de los vampiros», se cuide, porque, ¿a quién le va a echar la culpa cuando las cosas le salgan mal?
La deuda con el FMI representa el nueve por ciento del total de la deuda. Del resto de la deuda, por un camino o por otro los organismos internacionales con el FMI a la cabeza seguirán haciendo lobby para cobrar. Entre los llamados organismos usureros internacionales también están el Banco Mundial y el BIR. Nadie en el gobierno ha dicho una palabra al respecto, porque todos saben que los necesitamos.
La Argentina seguirá formando parte del FMI como lo hace desde 1956, por lo que la tentación de sacar un nuevo préstamo estará a la orden del día. En todo caso, lo que importaría discutir son las condiciones internas que permiten que en algún momento necesitemos de créditos para seguir funcionando. Dicho con otras palabras: que hoy hayamos pagado la deuda no quiere decir que mañana no volvamos a endeudarnos.
Si descartamos como inviable la estrategia de no pagar, queda pendiente evaluar si no era más conveniente o más inteligente seguir pagando en cuotas aprovechando que los intereses del FMI son los más bajos de la plaza. Endeudarse no es malo en sí mismo; es malo cuando el endeudamiento excede nuestras posibilidades o es una coartada para enriquecer a ciertos grupos económicos a costa del trabajo de todos los argentinos.
Algunos expertos se preguntan si lo más prudente no hubiera sido destinar ese dinero para cancelar otros créditos más caros. Todo esto por supuesto merece discutirse, y seguramente se va a debatir en todos los ámbitos extraoficiales, menos en el que corresponde: el Congreso, porque una vez más, su decisión será una suerte de acto de adhesión que confirmará el decreto de necesidad y urgencia.
Si fuera verdad que el FMI es una banda de usureros dedicados a chuparle la sangre a los pueblos, lo que se hizo es muy bueno porque al usurero lo que le importa es cobrar intereses, no que le salden la deuda. De todos modos, habrá que probar que la banda de usureros es tal, sobre todo cuando se sabe que los intereses que cobra son bajos. Y lo que habrá que probar es que efectivamente esta medida afecta al FMI, porque si así fuera, Rodrigo Rato y sus colaboradores han demostrado ser los mejores simuladores de la historia, ya que en lugar de derramar lágrimas por la acción de Kirchner, lo que han hecho y hacen es sonreír y festejar.
Salvo que estemos ante una de esas medidas neutras que dejan conformes a todos, uno de los protagonistas miente. O miente Rato expresando su satisfacción por el pago de la deuda o miente el oficialismo cuando nos quiere hacer creer que los muchachos del FMI están con los ojos llenos de lágrimas.
Al presidente Kirchner le gustan los golpes de efecto, le seduce la idea de ocupar la primera plana de los diarios con anuncios que en muchos casos no son más que fuegos artificiales. Es verdad que en política la publicidad es un recurso permitido y necesario, pero lo que diferencia a la política seria de la otra es que detrás del anuncio, del jingle o de la espuma hay verdades consistentes. Personalmente tengo mis dudas respecto de que lo realizado sea trascendente para la nación y favorable para los sectores populares, en nombre de los cuales se dice que se hace lo que se está haciendo.
El antecedente de Kirchner en la materia es Lula pero con una diferencia: Brasil paga con dólares subvaluados, el pago afecta un porcentaje menor de reservas, sus relaciones con los organismos de crédito es mucho más distendida, la economía nacional es más fuerte y, por sobre todas las cosas, no declaró el default ni tiene pleitos graves con los acreedores privados.
De todos modos habrá que seguir con atención el desarrollo de los acontecimientos, porque en estos casos hay que admitir que la información disponible es incompleta. Puede que lo que se haya hecho sea correcto o por lo menos prudente. Lo que resulta más difícil de digerir es la sobreactuación del gobierno y el esfuerzo por querer hacernos creer que lo que acaba de hacerse es el acto revolucionario más audaz de América latina desde la Segunda Declaración de La Habana a la fecha.