Mi sensación es que, dentro de tres meses, el tema del pago al FMI estará archivado y nadie se acordará de lo que durante una o dos semanas estuvimos discutiendo con tanto entusiasmo. Si como dijo Carlos Marx en un texto considerado como el gran manifiesto de la modernidad, «todo lo sólido se desvanece en el aire», va de suyo que aquello que apenas alcanza a ser aire, por más que se lo presente de otra manera, se desvanecerá mucho más rápido.
Dentro de tres meses la Argentina no será ni más rica ni más pobre, ni más independiente ni más sometida, ni más justa ni más injusta; en todo caso, deberá afrontar con más rigor las exigencias de problemas reales que no se resuelven con grandes anuncios sino a través de gestiones limpias, sostenidas, prolongadas en el tiempo.
Objetivamente hablando, el pago al FMI no nos libera ni nos somete. Está más cerca de un asiento contable que de un acto de independencia, y mucho más cerca de un acto de sometimiento que de un acto revolucionario. Creo que la noticia está sobreactuada, que pagarle al FMI en sí mismo no es ni bueno ni malo en tanto que en política lo bueno y lo malo para una nación no se define por saldar la deuda con el FMI en cuotas o al contado.
Ciertas corrientes históricas postulan que los hechos no existen, que las que existen son las interpretaciones. Algo parecido dijo en su momento Federico Nietzsche. Pues bien, el pago al FMI es un hecho, por lo que pareciera que mucho más importante que el asiento contable son las interpretaciones que hacen el oficialismo y la oposición.
El gobierno ha presentado al gesto como un acto de liberación. Según este razonamiento, pagarle al FMI no es someterse a sus exigencias sino liberarse del acreedor. A diferencia de Brasil, Kirchner ubica simbólicamente al FMI como un enemigo del pueblo argentino que ahora dejará de serlo gracias al simple y obvio trámite de satisfacer lo que el enemigo reclama.
El argumento de Kirchner me recuerda a la heroína de aquella novela que para evitar ser violada no se le ocurrió nada mejor que entregarse, para después decir que ella no había sido violada sino que había hecho el amor. A través de ese recurso tan práctico, el violador habría sido burlado en sus intenciones, porque en lugar de forzar a una dama se encontró con una novia amorosa y ardiente. La novela relata la alegría del violador y las dificultades de la heroína para convencer y convencerse de que lo que había hecho era lo más inteligente.
Si las interpretaciones son las que valen, está claro que las interpretaciones que se elaboren desde el poder tratarán de imponerse para constituir el sentido común de la sociedad. Se sabe que por buenas y malas razones el FMI es, para la percepción mayoritaria, el villano de la película y se sabe, luego de más de dos décadas de debate, que la deuda externa es una cadena que tenemos atada al cuello.
Lo que el gobierno ha hecho con este operativo es presentar el pago al FMI como un acto de rebeldía social relacionándolo con el fin de la deuda externa. El sentido común de las clases populares se constituye con imágenes inconexas; algunas reales, otras ficticias. El sentido común es por definición fragmentario y opera sobre la superficie de los hechos. Vivimos en la era del vacío -Lipovetsky dixit- y, en ese universo regido por la ideología del consumo, una amplia mayoría se apropia de ciertos mensajes del poder en sus versiones más gruesas sin entrar en detalles o sin importarle demasiado los detalles.
No es que la gente sea estúpida -que los hay los hay, pero no viene al caso ahora hablar de ellos-, lo que sucede es que la atención o el interés de la sociedad están puestos en otro lado. Para el hombre medio, saldar la deuda con el FMI es algo equivalente a saldar la deuda externa. No sabe, y otras veces no le interesa demasiado saber, que la deuda con el Fondo es el nueve por ciento del total de la deuda. Conocer este detalle reclama un paso reflexivo que los consumidores de imágenes muchas veces no dan, por lo que a nivel de impresión general el enunciado oficial -pagar la deuda al FMI- equivale a pagar toda la deuda y por lo tanto cuenta con la inmediata aprobación popular.
Recurrir a estas estratagemas discursivas es una de las constantes de todo dispositivo de poder. Transformar el vicio en virtud, el blanco en negro, la opresión en liberación, es el producto de un intenso y efectivo proceso de manipulación que provoca eficaces resultados debido a los grados de alienación social existentes, y porque la propia devaluación de la política ha degradado el debate público al manejo ligero pero deliberado de consignas.
En realidad, como dice Terragno, la decisión de que se pague la deuda no fue de Kirchner sino del FMI, institución que en los últimos meses definió una estrategia orientada en esa dirección y que, a juzgar por lo sucedido en Brasil, Rusia y la Argentina, le está saliendo muy bien. La única diferencia entre estos países pagadores no es el momento del pago sino las interpretaciones: para Rusia y Brasil se trata de saldar deudas, que es lo que corresponde hacer cuando se debe plata y se es decente. Para la Argentina la decisión tiene una original vuelta de tuerca: se paga pero se insinúa que el pago es un directo a la mandíbula del FMI.
Con todo, la cara de alegría de Rodrigo de Rato está muy lejos de parecerse a la de quien ha recibido un doloroso cross en la mandíbula. Más audaces, algunos militantes «K» hablan de una decisión antiimperialista y una señal elocuente de la dirección nacional y popular del gobierno, con lo que arribaríamos a la situación absurda en la que si los que pagan son de izquierda, los que no pagan al FMI serían de derecha o algo parecido. En este punto, los intelectuales «K» demostrarían que la letra inicial que invoca su causa alude más a Kafka que a Kirchner.
Empresarios, dirigentes rurales e intelectuales de la derecha argentina han manifestado su conformidad con la decisión. El propio diario La Nación, tan vituperado por el gobierno, ha dicho y repetido que mucho mejor que no pagar es pagar y que, por lo tanto, lo que se ha hecho es bueno. De la derecha se pueden decir muchas cosas, menos que se equivoque o que no sepa en qué lugar están sus intereses.
Curiosa medida liberadora la del oficialismo, que dibuja una ancha y sensual sonrisa en el rostro del supuesto verdugo y cuenta con el aval de quienes fueron calificados por el propio gobierno como los representantes del privilegio, o algo mucho peor.
Por su parte, la izquierda ortodoxa está radicalmente en contra de lo que se ha hecho. Que la izquierda, y muy en particular la izquierda argentina, esté en contra, no quiere decir mucho, pero no está de más recordar su posición, aunque más no sea para que a nadie se le ocurra decir que este gobierno es izquierdista o algo parecido.
Vivimos una época de inversión de valores y devaluación de paradigmas. Maradona habla con Fidel Castro y Lula es considerado el mejor alumno del FMI. El presente agobia y el futuro atemoriza. Lo real ha perdido consistencia a expensas del poder que se encarga de otorgarle el significado que considere más conveniente. El poder se apropia de las palabras y las despoja de su identidad para transformarlas en su contrario. Sólo así se entiende que pagarle al FMI sea un acto de liberación y que ese acto de liberación cuente con el apoyo del setenta por ciento de la población.