Límites y beneficios de un feriado

Un feriado es un día de fiesta; así lo dice la etimología y así lo sabe la gente. El feriado se declara para recordar un aniversario colectivo importante o para celebrar una jornada épica. Nada de esto ocurrió el 24 de marzo de 1976 y no hace falta abundar en adjetivaciones sonoras para demostrar que lo sucedido entonces fue lo opuesto a una fiesta.

Es verdad que los peronistas no declaran el feriado porque estén de acuerdo con el golpe. Sería faltar a la verdad desconocer que con más o menos énfasis los peronistas lucharon contra la dictadura y celebraron su caída, motivo por el cual el debate abierto no tiene que ver con interpretaciones distintas sobre una fecha que la inmensa mayoría de los argentinos considera nefasta.

¿Qué es lo que se discute, entonces? La oportunidad de una decisión oficial. La política también se teje con delgadas y consistentes fibras simbólicas. Decíamos que en sus trazos gruesos la mayoría de las fuerzas políticas coincide en la evaluación sobre el 24 de marzo. ¿Por qué las diferencias? Porque el oficialismo tiene una tendencia marcada a sobreactuar sus gestos políticos, y porque en la tradición peronista el feriado es una mezcla de fiesta y conquista social.

Pero, ¿qué se conquista en este caso? Se conquista el derecho a repudiar una fecha a través de un feriado. Por supuesto que la mayoría de los partidos políticos no comparte este estilo saturnal de los peronistas, esta suerte de ansiedad que domina a Kirchner por demostrar que él estuvo en contra de la dictadura. Pero ya se sabe que a los peronistas los suele tener sin cuidado lo que piensen los opositores.

Partidos e instituciones de Derechos Humanos consideran que el feriado no sólo puede ser una falta de respeto a las víctimas del golpe de Estado, sino que la decisión transformaría una jornada de reflexión y crítica en un inofensivo descanso dominguero. No son pocos quienes piensan que los feriados cristalizan una jornada de lucha, integran en la legalidad estatal un movimiento rebelde y, con el paso de los años, convierten a una fecha en un buen negocio para los vendedores de empanadas, locro y choripanes.

En 1924, el presidente Marcelo Torcuato de Alvear declaraba al 1° de mayo feriado nacional. Los trabajadores anarquistas se opusieron a esta iniciativa. Para ellos, el 1° de mayo era una jornada de lucha, el día en que salían a la calle a recordar a los mártires de Chicago y a reclamar por sus reivindicaciones sociales.

Tan furiosos estaban los anarquistas por esta decisión de Alvear que sus militantes solicitaban que les descontase el día, porque un libertario con sangre en las venas no podía aceptar que la fecha de lucha más importante del almanaque se transformase en una jornada de descanso y, mucho menos, que el Estado le abonase el jornal, como si efectivamente el 1° de mayo fuera un pacato domingo burgués.

Lo que los anarquistas se negaban a aceptar es que el movimiento obrero se fuera integrando a la sociedad capitalista, ya que uno de los síntomas más visibles de esa integración era precisamente la incorporación al calendario de fiestas estatales de lo que en otros tiempos eran los temibles 1° de mayo, cuando los obreros con sus banderas rojas y negras salían a la calle a protestar contra «el Estado, Dios y el burgués».

Habría que preguntarse si el feriado votado en estos días no cumple la misma función de integración que en su momento cumplió el 1° de mayo. Si bien se trata de acontecimientos distintos, lo que tendría en común sería esa lógica estatal orientada a integrar aquello que en su momento parecía inasimilable. Si esto fuera así, queda claro que dentro de unos años el 24 de marzo se parecerá a un soleado domingo.

Repasemos: creo que, si corresponde un feriado, la fecha no debe ser el 24 de marzo, sino el 10 de diciembre. Creo que a los peronistas en el gobierno les gusta sobreactuar los hechos y, además, sospechan o intuyen que el 10 de diciembre los acerca peligrosamente a la victoria de Alfonsín y a la derrota de Luder, el candidato peronista que entonces prometía aceptar la ley de amnistía propuesta por los militares.

Otro tema es el relacionado con los alcances simbólicos de la fecha. Al respecto, creo que con el paso de los años inevitablemente los recuerdos se irán debilitando. Lo siento mucho por mí, pero para nuestros nietos y para los nietos de nuestros hijos el 24 de marzo no tendrá las mismas significaciones subjetivas ni provocará las impresiones dolorosas que nos causa a muchos de nosotros.

Lo que la historia enseña es que los efectos de los procesos históricos tienen un determinado alcance en el tiempo. Para un alemán nacido en 1960 la memoria del nazismo no es la misma que la de un alemán que sufrió o padeció a Hitler; para un español de la misma época, el juicio de la guerra civil no es el mismo que la de ese republicano y ese franquista que se balearon sin piedad en las trincheras; para un argentino de veinte años, la relación con el golpe de Estado nunca podrá ser la misma que la que padecimos quienes fuimos contemporáneos de esas jornadas.

Ninguna de estas consideraciones impide que sigamos hablando del golpe de Estado como efectivamente lo hacemos, pero la conciencia histórica nos debe preparar para que aceptemos que el paso inexorable del tiempo diluye las huellas del pasado, sin hacerles desaparecer, pero debilitándolas, otorgándole otra densidad.

¿Y la memoria y el «nunca más» y tantas consignas que juramos mantener vigentes? A nuestra generación, a quienes vivimos ese tiempo de sangre, muerte y martirio le corresponde mantener viva la memoria. No seríamos fieles a nuestro destino si no lo hiciéramos. Sin embargo, el entusiasmo, la fe, el compromiso no pueden hacernos perder de vista que para las futuras generaciones el 24 de marzo de 1976 nunca será lo que fue para nosotros.

¿Escepticismo, desesperanza? Creo que en estos temas estamos condenados a actuar y dudar, a creer y vacilar. La generación del sesenta y la del setenta quedaron marcadas de por vida con el 24 de marzo. Su destino será el de asumir esa marca y actuar en consecuencia. Pero como la sensibilidad y la inteligencia a veces están por encima y por debajo de la historia, no debemos perder de vista que otras generaciones vivirán otros problemas, padecerán otros dramas, se les plantearán otras urgencias y otros desafíos.

Alguien me dirá que, de todas maneras, hay que seguir predicando para que nunca más lo que padecimos nosotros se repita. Estoy de acuerdo, y me parece una honrosa tarea. Ahora bien, dicho esto, quiero que se me permita agregar que, si en el futuro se crean condiciones parecidas a las que provocaron el desenlace de 1976, es muy probable que los hombres de entonces vuelvan a tropezar con la misma piedra.

En efecto: los que enmudecieron cuando secuestraban a su vecino, los que se excitaban con la plata dulce, los que salieron desaforados a la calle en el mundial de fútbol de 1978, los que agitaban banderitas cuando los militares ocuparon las Malvinas, los que en definitiva constituyeron la base social cultural y política de la dictadura no fueron una minoría y no hay razones para suponer que hayan desaparecido o para creer en su compromiso con los valores de la democracia.

Divagaciones al margen, no me alegra ni me satisface que el 24 de marzo sea feriado. Tampoco me simpatiza esta suerte de unanimidad contra la dictadura, esta suerte de pensamiento político correcto que nos permite a todos acogernos al tibio regazo del poder. Y no me satisface porque no creo en esta unanimidad y porque en lo personal, muy en lo personal, me estimulaban más los tiempos en que hablar contra la dictadura representaba un riesgo, marcaba una diferencia, daba cuenta de un testimonio. Ahora, hasta las chicas de Pancho Dotto están en contra de los militares y dispuestas a disfrutar de los beneficios del feriado.

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