La Plaza de Mayo llena de gente: un anacronismo que ninguna democracia practica, salvo los argentinos sin saber muy bien para qué, pero con la convicción del líder de turno de que llenando la plaza se es popular y se conquista el corazón del pueblo. Por lo demás, fue un acto previsible, con un discurso previsible y un desenlace previsible. No ocurrió nada que no se hubiera previsto, incluso el hecho más evidente de la política nacional que no necesitaba de la convocatoria a la plaza para saberse: es la hora de Kirchner y el kirchnerismo.
Si alguna duda domina al lector en este tema, le pido que preste atención al siguiente dato: en la Argentina de 2006 hay dos candidatos con votos, tal vez tres: Néstor Kirchner y María Cristina F. de Kirchner. El tercero puede que sea Roberto Lavagna, prestigiado por lo que hizo, pero por lo que hizo mientras fue ministro de Economía de Kirchner.
En política todo es posible, pero admitamos que no le va a ser fácil a Lavagna competir con su ex jefe apoyado por Duhalde, Alfonsín y los sectores que en su momento dijeron incendios de él y de sus políticas. El propio Lavagna se encargó de decir que él es un hombre de centro izquierda, es decir, que no tiene nada que ver con la derecha hegemónica en los noventa.
Ahora bien, si Lavagna es de centro izquierda, habría que preguntarse sobre el margen que dispone para competir con un gobierno que se atribuye ese espacio y que no sólo actúa en esa dirección, sino que se jacta de contar con todos los símbolos de la cultura progresista: Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, cierre de los liceos militares, reforma educativa, bloqueo a Patti en el Congreso, derogación de leyes de perdón a los militares y Mercedes Sosa y Víctor Heredia en el escenario.
A izquierda y a derecha del kirchnerismo los candidatos no superan el diez por ciento de los votos. Una alianza electoral entre ambos espacios opositores no alteraría los resultados, pero esos dirigentes correrían el riesgo de perder su identidad, un lujo que en la Argentina sólo se pueden dar los peronistas sin pagar como fuerza política ningún precio.
Los militantes del ARI se acercaron a Carrió suponiendo que allí existía la posibilidad de construir un espacio progresista de centro izquierda; los seguidores de Macri o López Murphy no tienen nada que ver con los seguidores de Carrió. Juntarlos en un frente o algo parecido es más probable que reste en vez de sumar. Entre Hanna Arendt y Milton Friedman hay diferencias insalvables.
Lo cierto es que a este gobierno le va bien, y le va bien porque ha tenido suerte, pero también porque ha hecho lo necesario para ayudar a la suerte. Si no hay alteraciones importantes para el año que viene, la situación en lo fundamental no habrá cambiado y, por lo tanto, es muy probable que Kirchner o su esposa sean los candidatos de un peronismo hecho a imagen y semejanza de Kirchner, es decir, un peronismo aggiornado a los nuevos tiempos, con un discurso interesante para los sectores medios y altos, con políticas eficaces para las clases populares, mucho asistencialismo para los más necesitados y una coyuntura económica internacional que seguirá siendo favorable.
Este peronismo kirchnerista pretende situarse en el espacio del centro izquierda y, hasta tanto alguien demuestre lo contrario, lo viene haciendo bastante bien. Es un peronismo con poco folclore o con otro tipo de folclore. La Marcha Peronista se canta en situaciones excepcionales, entre otras cosas porque las nuevas generaciones de argentinos no la saben o la han olvidado; muy de vez en cuando se reivindica la figura de Evita y Perón, pero sin exagerar. Como dijo Halperín Donghi, «Kirchner es una mezcla de muchacho peronista con cajero suizo y Cristina se parece más a Hillary Clinton que a Evita».
Y sin embargo, Kirchner es peronista; lo que ocurre es que su peronismo no está en los detalles, está en lo que importa; es decir, en la construcción del poder pero no para Perón, sino para Kirchner. Controlando el gobierno como lo controla y atendiendo a su actual ascendiente popular, el presidente puede darse el lujo de ser pluralista y convocar a dirigentes de otros partidos a sumarse a su proyecto.
Habría que recordar que así actuó Perón en 1945 con los radicales de Hortensio Quijano y algunos tránfugas del socialismo y el anarquismo, pero a nadie entonces le quedaba la más mínima duda de que más que un acuerdo plural, lo que se estaba haciendo era consolidar un liderazgo carismático.
Algo parecido ocurre ahora. La convocatoria transversal, o como se la quiera llamar, tiene como objetivo consolidar el poder político de Kirchner. En ese aspecto, Kirchner es el mejor alumno de Perón. Su manejo de los dispositivos del poder, su obsesivo control, el trato a los disidentes, sus conflictos con la prensa, pertenecen a la más genuina tradición peronista adaptada al año 2006, una advertencia que Perón siempre les recordó a sus seguidores: adaptarse a las circunstancias, no depender tanto de la ideología y aceptar que la única verdad es la realidad; esa realidad que en la década del noventa tuvo signo liberal y se encarnó en Menem y en la década de 2000 parece tener signo de centro izquierda con mucho de populismo y, en más de un caso, con un redituable tufillo conservador.
El presidente inició el discurso de la plaza recordando el 25 de mayo de 1973, una fecha simbólica para los peronistas «setentistas»; luego se refirió a los logros económicos, dio los nombres y apellidos de los responsables de la crisis económica y social de la Argentina, empezando por el FMI, las ideas del neoliberalismo y concluyendo con Menem. Finalizó hablando de la democracia, las libertades, la pluralidad y la participación; un discurso que en sus últimos párrafos perfectamente hubiera firmado un liberal republicano, si se lo hubiera creído, claro está.
Decía que este peronismo se parece al peronismo en lo fundamental, en lo que importa y no en los detalles. En principio, sigue siendo popular y si alguna identidad tiene la palabra «pueblo», eso era lo que había en la Plaza de Mayo. Se dirá que a la gente la trajeron en colectivos y con la disponibilidad de recursos económicos que sólo el poder brinda.
A los que así argumentan habría que recordarles que siempre el peronismo trabajó desde el poder (la llamada resistencia tuvo un empuje importante desde «abajo», pero contó con el financiamiento de los generosos recursos económicos de los sindicatos), siempre se valió del poder para hacer política y dispuso de grandes recursos para movilizar a las masas, salvo que alguien todavía crea, por ejemplo, que el 17 de octubre de 1945 fue un acto espontáneo.
Pero también se sabe que la plata y el «aparato», con ser importantes, no explican las grandes movilizaciones de masas. Digamos que para producir hechos como los del 25 de mayo, hace falta, además, disponer de un crédito político alto, ciertos niveles de convicción entre los militantes y funcionarios y un clima social favorable al gobierno.
Digamos, para concluir, que en los tiempos que corren dispongo de algunas seguridades y de muchas dudas. Tengo la certeza de que ésta es la hora de Kirchner, pero no sé si eso es lo mejor que le puede pasar a la Argentina; sé que las modas políticas cambian, pero no veo nada en el horizonte que me dé señales de que el cambio sería para mejor; no tengo dudas de que Patti fue un torturador repugnante, pero no sé si lo que se decidió en el Congreso es lo mejor para una cultura republicana; estoy convencido de que la Argentina necesita definir una política de carnes, pero no creo o dudo de que lo que está haciendo el gobierno sea lo mejor para el mediano y largo plazo; tengo la certeza de que la Argentina sale del atraso con más educación, más desarrollo y más ética pública, pero dudo de que Kirchner esté interesado en serio en consolidar estos objetivos.