La Cumbre,¿ oportunidad o desafío?

«Cuando una vieja verdad ha dejado de tener vigencia es inútil tratar de darla vuelta».(Hannah Arendt)

Quizás lo nuevo en estas periódicas cumbres del Mercosur sea la ausencia de Estados Unidos. En otros tiempos, toda reunión internacional estaba fiscalizada directa o indirectamente por el imperio, y en esa tarea, en más de un caso, colaboraban los propios representantes de los países latinoamericanos. Hoy Estados Unidos está ausente aunque, para ser más preciso, habría que decir que en realidad está ocupado en atender otro frente de guerra, mucho más complicado que el de su tradicional patio trasero. La guerra en Irak y en Medio Oriente, los problemas con Irán, las amenazas de Corea del Norte, la expansión del terrorismo de origen musulmán, son problemas mucho más urgentes que las bravuconadas de Chávez o la retórica de Morales.

En otros tiempos, por mucho menos, Estados Unidos resolvía estas diferencias con una invasión de sus marines a sus republiquetas; hoy quizá no le interese hacerlo y es probable que tampoco pueda hacerlo. El fin de la guerra fría ha reducido la legitimidad del imperio para intervenir en los asuntos internos, pero existe la sospecha de que el poderoso imperio de otros tiempos sigue siendo fuerte, pero ya no es el de antes; y no puede hacerse cargo del control del mundo o atender simultáneamente varios frentes de tormenta.

Sería exagerado decir que Estados Unidos es un tigre de papel, pero también es exagerado suponer que es omnipotente. Los imperios nacen, crecen, llegan a su punto máximo de expansión y luego inician un lento proceso de declinación. Daría la impresión de que los yanquis están en esta etapa, lo cual no autoriza a extender ningún certificado de defunción. En historia, las declinaciones de los imperios han durado siglos.

En América latina, las elecciones de los últimos años llevan al poder a candidatos que pertenecen al populismo o a corrientes de izquierda democrática. Lula en Brasil, Tabaré en Uruguay, Michelet en Chile, Kirchner en la Argentina, Morales en Bolivia, expresan una generación de dirigentes que en los años sesenta y setenta eran considerados subversivos, algunos de ellos estaban detenidos o prófugos y otros estaban en el exilio. Algo ha cambiado en América latina y en el mundo para que hoy sean las máximas autoridades políticas de sus países.

Sin duda que el capital financiero existe, que las multinacionales operan en el mercado mundial y que los hilos de la dependencia económica y financiera siguen funcionando, pero en la actual coyuntura este orden económico no está sostenido por la política del garrote o por dictaduras militares cuyos jefes se habían adiestrado en West Point.

O sea, América latina tiene una gran oportunidad para ensayar un camino hacia el desarrollo. Por esas curiosidades de la historia, Fidel Castro hoy dispone de un consenso que no lo había podido imponer ni siquiera en los tiempos del mito revolucionario, cuando desde Cuba se hablaba del hombre nuevo y de exportar la revolución. Lo sorprendente es que lo que no se logró por la vía de la exportación armada de la revolución parece obtenerse por el camino de los procesos democráticos.

El Che Guevara fracasó en Bolivia, pero hoy algunas ideas políticas del Che están vigentes en Bolivia, aunque no fue la pedagogía de la lucha armada la que logró este resultado. Fidel Castro se inició en Sierra Maestra y hoy su estadía son las sierras de Córdoba. El jefe cubano participa de la cumbre del Mercosur y cuenta con el reconocimiento de la mayoría de los presidentes latinoamericanos. El dirigente que en su momento fuera expulsado de la OEA y cuyo nombre y cuya barba se transformara en sinónimo de guerrilla, lucha armada y revolución social, hoy ingresa al Mercosur y no se sabe bien si su presencia es un fenómeno turístico o político.

No se puede desconocer que Castro es siempre noticia, por un camino o por otro. Fidel es el sobreviviente de los grandes líderes revolucionarios que despertaron grandes odios y pasiones en la segunda mitad del siglo veinte. Haber sobrevivido políticamente ha sido su gran mérito; haber desafiado al imperio y a doce presidentes norteamericanos es históricamente una hazaña más allá de la evaluación política que nos merezca esa hazaña. Castro es un mito; esa es su virtud y su límite; su virtud porque lo transforma en un héroe trágico; su límite porque los héroes de la tragedia deben morir jóvenes, como el Che. No hay héroes viejos, cuando esto ocurre lo que hay son símbolos de consumo y el héroe viejo deviene en viejo dictador.

En estos casos, siempre queda la alternativa de la sabiduría, pero ese no fue el camino que eligió Castro para trascender en la historia; por el contrario, su camino fue el del poder, el de la dictadura y el del desafío al imperio. Lo que hizo puede haber sido una proeza, pero a esa proeza la historia aún no la ha juzgado. Se equivoca Fidel cuando dice que la historia lo absolvió; paradójicamente el que lo absolvió fue Batista después de Moncada, pero el juicio de la historia aún está pendiente.

Castro hoy es un viejo dinosaurio; honorable en algunos aspectos, patético en otros; admirable como político, detestable como dictador. El paleontólogo mantiene con el dinosaurio una relación de curiosidad, esa curiosidad se parece en mucho casos a la curiosidad que en las sociedades de consumo despiertan las venerables antigüedades.

Si Fidel Castro es un mito, Chávez es la caricatura, a veces grotesca, a veces siniestra, de ese mito. Chávez es Fidel después del derrumbe del Muro de Berlín y la muerte de las ideologías. A Chávez hoy no lo hace interesante ninguna proeza heroica sino sus pozos de petróleo. Se dice que, con esos recursos se podría ayudar al desarrollo de América latina, pero yo me conformaría si con la renta petrolera ayudara a Venezuela, algo que está por verse, porque los niveles de pobreza en la nación bolivariana siguen siendo tan altos como en los tiempos que supuestamente Chávez vino a superar.

Más allá de los mitos y las leyendas, lo que se percibe es que a América latina se le abre una gran oportunidad. Toda oportunidad, se sabe, despierta posibilidades cuyo desenlace puede ser el éxito o el fracaso. Si el punto de coincidencia de los mandatarios del Mercosur es el desarrollo y la equidad social, esta puede ser la ocasión de empezar a hace posible ese objetivo. Ahora bien, el dilema que presenta esta oportunidad tiene como contrapartida el hecho de que si se fracasa, se derrumba el argumento ideológico acerca de que era el imperio el responsable exclusivo de la miseria latinoamericana.

En un diario norteamericano salió un chiste en donde caricaturizan las peleas entre mandatarios latinoamericanos: Kirchner le serrucha el piso a Lula; Lula a Chávez; Tabaré a Kirchner, Morales a Bachelet, el escenario se parece al de una refriega en un salón del Lejano Oeste, mientras acomodado en una mecedora el Tío Sam contempla el batifondo y le comenta a su sobrino: «No se los puede dejar solos».

Insisto, Latinoamérica y la Argentina, en particular, disponen de una gran oportunidad; realizarla no es fácil, pero el desafío vale la pena asumirlo. Las grandes batallas hay que darlas. En política es un triste consuelo conformarse con el título de campeones morales; en política la alternativa es ganar y ganar. En este caso, ganar implica asegurar el desarrollo, la calidad de vida de las masas empobrecidas y todo ello en un mundo interdependiente, agobiando por conflictos, aunque con capacidad de promover formidables procesos de renovación científica y tecnológica. América latina tiene una gran oportunidad y ahora, como se diría en la jerga del ajedrez, a los que les toca mover es a los latinoamericanos.

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