Sexualidad y moral laica

«De todas las aberraciones sexuales, la más singular tal vez sea la castidad». Bernard Shaw

Una mujer discapacitada y presuntamente violada no podrá interrumpir su embarazo porque los médicos consideran que al quinto mes de gestación la intervención quirúrgica es un riesgo cierto para la vida de la madre. La familia de esta mujer no dispone de recursos económicos. Si en algún momento se le hubiera ocurrido hacerla abortar en una de las tantas clínicas que funcionan en la Argentina, no lo habría podido hacer, porque las tarifas que cobran están muy por encima de las posibilidades de familias modestas. Al respecto, ya se sabe que el aborto, con las máximas seguridades clínicas es un lujo, no un derecho, por lo menos en la Argentina.

En los embarazos no deseados a los pobres no les queda otra alternativa que traer los hijos al mundo, no importa si esos embarazos provienen de una violación o de una aventura sexual. La alternativa que se les presenta para hacer otra cosa son siempre riesgosas: la partera improvisada o la gestión en el hospital público.

Lo que esta familia no sabía es cómo funcionan las burocracias judiciales y su infinita capacidad para triturar los reclamos más razonables por la vía del expediente. La respuesta de la Justicia fue aleccionadora: la jueza decidió rechazar este pedido y reclamar más pruebas para proceder. Se sabe que el pedido de interrupción de un embarazo debe resolverse en un tiempo breve porque si no es imposible hacerlo. Es como aquel relato kafkiano del hombre que se está ahogando y el bañero decide consultar a las autoridades del club si lo autorizan a salvarlo. Por supuesto, cuando recibe esa autorización, ya no hay nadie a quien salvar.

¿Interrumpir el embarazo es un crimen? Para la Iglesia Católica no hay dudas. El otro criterio es el que considera que la unión del óvulo con el espermatozoide es un proyecto de vida que, como todo proyecto, importa realizarlo, pero si las circunstancias no son propicias puede interrumpirse. No conozco a ninguna mujer -y les aseguro que conozco a muchas- que haya abortado porque estaba aburrida. Para la mayoría de las mujeres esta decisión se recuerda como uno de los momentos más difíciles de su vida.

¿Son criminales por eso?, ¿es criminal la chica violada, la mujer que trabaja y tiene cinco hijos y sabe que no puede hacerse cargo del sexto?, ¿y las mujeres que ingresan a los hospitales desangradas? Una mujer, señores, no es una incubadora, no es un depósito que reproduce óvulos y recibe espermatozoides. La decisión que toma una mujer de abortar merece ser respetada, porque todo acto que incluye un desgarramiento, un dolor, merece respetarse. Y a la que más hay que respetar es a la mujer pobre, porque sabemos que las mujeres con recursos interrumpen sus embarazos en secreto y con todas las seguridades, pero las mujeres pobres carecen de esos privilegios y mueren desangradas, desgarradas por sus culpas y su soledad.

¿Es posible un embarazo indeseado? Quienes más o menos conocemos la vida sabemos que es posible. Para ciertos sectores integristas de la Iglesia Católica esta figura no existe. Todo embarazo es una obra de Dios, dicen. Escapa a mi inteligencia saber si Dios está detrás o delante de cada relación sexual; lo que sé es que a través del sexo vienen los hijos, pero que la gente no practica las relaciones sexuales solamente para tener hijos. Es más, la mayoría de las relaciones sexuales se hacen atendiendo al legítimo principio del placer y no pensando en tener hijos.

El sentido común más elemental indica que la mejor manera de impedir estos embarazos es, por ejemplo, a través del uso del preservativo. Esta verdad la comparte la inmensa mayoría de la población, incluso muchos que dicen de la boca para afuera estar en contra del preservativo. El problema que presenta la Iglesia es que no comparte el uso del preservativo.

¿Cómo resuelve la Iglesia este tema? A través de lo que llama la sexualidad responsable. ¿En qué consiste la sexualidad responsable? Para el rector de la Universidad Católica de La Plata no hay duda alguna: mantener relaciones sexuales sólo con objetivos de procreación. Para este señor, cuya opinión merece ser tenida en cuenta por las responsabilidades que ejerce, el sexo cumple funciones prácticas. El principio del placer no existe. Habría que agregar que esta concepción de la sexualidad instala al ser humano en el mismo lugar que los animales, ya que sólo estas criaturitas ejercen la sexualidad como una función destinada exclusivamente a la reproducción.

Dicho con todo respeto, el placer y el amor son invenciones humanas. Negarlas es negar la condición humana, o reprimirla, lo cual viene a ser más o menos lo mismo. La reproducción es importante, pero no es un absoluto. La mujer no es una yegua a la que hay que servir para que tenga cría. El ser humano no tiene cría, tiene hijos y esos hijos deben ser el resultado de una decisión libre y compartida, de una decisión nacida del amor y no del dogma o de la hipocresía, que es su contracara funcional.

Está claro que la opinión del rector de La Plata no es la opinión de todos los católicos, pero admitamos que las religiones tienen un problema serio con la sexualidad, problema que de alguna manera expresa un conflicto sin resolver respecto de la libertad de los hombres. Todos sus símbolos están marcados por esta obsesión: la madre del Hijo de Dios es virgen; Jesús también lo es; los sacerdotes son célibes, las monjas hacen votos de castidad…

¿Se puede reducir la sexualidad a la procreación? Se puede, a condición de reprimirlo. Y ya se sabe que todo lo reprimido regresa contaminado y por caminos torcidos y perversos. De todos modos, a nadie se lo sanciona porque decida ser casto o mantener relaciones sexuales con su mujer tres veces en la vida. Cada uno es libre de hacer lo que mejor le parezca y cada uno sabe lo que pierde o gana con estas decisiones.

Se sabe que en la vida real pocos, o muy pocos, siguen estas enseñanzas. Las diferencias no están entre quienes practican la castidad y los que no; las diferencias están entre los que mienten y los que no mienten, entre los hipócritas y los sinceros y entre los reprimidos y los libres.

Si hay relaciones sexuales libres y consentidas, puede haber embarazos indeseados. No hay ninguna ley que le prohíba a una mujer tener un hijo si así lo desea. Lo que la ley no permite, hasta la fecha, es interrumpir el embarazo. Sabemos que la ley no lo permite, pero también sabemos que en la Argentina se realizan cientos de abortos por día. ¿Estas personas son asesinos seriales?, ¿son delincuentes que disfrutan asesinando niños indefensos? Si así fuera, deberíamos admitir que en la Argentina y en el mundo los asesinos seriales son mayoría, una conclusión un tanto disparatada, pero que parece lógica porque se sostiene sobre premisas disparatadas.

Conclusión: el sexo es algo demasiado complejo, intervienen en su gestación los demonios y los ángeles, la felicidad y la angustia, el placer y el dolor, como para que pretenda resolverse a través de un dogma. En tono de broma le decía a un sacerdote amigo que aceptaba sus consejos en materia de espiritualidad, pero que en temas de sexualidad, los consejos los daba yo sobre la base del principio de que cada uno habla de lo que sabe y practica.

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