La crisis radical

El radicalismo se dividió en dos oportunidades: en 1924 y en 1957. Personalistas y antipersonalistas protagonizaron la primera división; balbinistas y frondizistas protagonizaron la segunda. Algunos antipersonalistas regresaron al partido en la década del treinta, otros se hicieron conservadores y fueron ministros o gobernadores de Justo y Ortiz. La división de 1957 dio origen a la UCRP y a la UCRI. Las elecciones de 1958 fueron ganadas por Frondizi, pero la continuidad histórica del radicalismo fue expresada por Balbín.

En 1944, el entonces coronel Juan Domingo Perón intentó ganar a la UCR para su causa. La propuesta la dirigió a Amadeo Sabattini, el dirigente más representativo del partido. Don Amadeo le contestó a Perón que si quería incursionar en política lo primero que tenía que hacer era afiliarse al partido.

Perón no se dio por vencido con ese desplante y continuó en su tarea de captar radicales. Para fines de 1944, Antille, Greca, Quijano y Cooke eran algunas de las conquistas que exhibía. También había conversaciones con los radicales de Forja, pero con ellos no había mucho que hablar porque ya estaban dejando de ser radicales y, a decir verdad, muy representativos no eran. Forja existió, pero la leyenda fue muy superior a su importancia real.

En su momento, Perón le ofreció a los radicales todos los cargos del futuro gobierno, menos, claro está, la presidencia. Finalmente, el resultado no estuvo a la altura de sus ambiciones. Hortensio Quijano, más un viejito pintoresco que otra cosa, lo acompañó en 1946 y 1952 como vicepresidente, pero la UCR en su conjunto cerraba filas en el bando opositor.

O sea que históricamente el radicalismo se ha fraccionado varias veces y, en diferentes oportunidades, dirigentes nacionales como Justo y Perón, intentaron cooptarlo para sus objetivos. En 1931 Justo estaba decidido a ofrecerle la candidatura a Alvear, pero don Marcelo la rechazó; en 1973, Perón había pensado en la candidatura de Balbín.

El radicalismo nació en el siglo XIX como consecuencia de una fracción interna. En 1891 el primer disidente se llamaba Bartolomé Mitre; unos años más tarde, el segundo disidente era Bernardo de Irigoyen. Para esa misma época abandonaba el partido, duelo con Yrigoyen mediante, Lisandro de la Torre. En los años veinte los radicales de San Juan, Mendoza y La Rioja crearon partidos provinciales que reivindicaban la sigla radical, pero de hecho se constituían como partidos disidentes.

Esta historia de fraccionamientos y rupturas no destruyó al partido; por el contrario, en más de un caso, la UCR salió fortalecida. En 1928 los candidatos antipersonalistas Leopoldo Melo y Vicente Gallo, encabezaron una fórmula que contó con el apoyo de los conservadores y los socialistas independientes. Se suponía que la fractura del partido lo había debilitado, pero para sorpresa de los observadores y, muy en particular de los conservadores, el radicalismo hizo la mejor elección de su historia.

Después de la ruptura con Frondizi, la UCR, a través de Balbín, se consolidó como el partido que políticamente defendía a la democracia y socialmente se apoyaba en las clases medias. Hoy, la consolidación del discurso democrático le ha quitado el carácter de defensor excluyente de la tradición republicana, mientras que el proceso de pauperización de las clases medias plantea en otros términos los niveles de representación partidaria.

Las crisis partidarias lo han debilitado, pero sigue siendo un partido extendido a lo largo y a lo ancho del país, con un alto nivel de representación territorial y cultural que trasciende a los serios problemas electorales que ha sufrido en los últimos años.

La propuesta transversal de Kirchner agrava su crisis y puede precipitarla. Más allá de las buenas razones que dé el peronismo para ganar a los llamados radicales K, lo que está fuera de discusión es que el cumplimiento de este meta objetivamente perjudica a la UCR, la debilita, pone en tela de juicio su identidad.

Hoy Kirchner está a punto de lograr lo que Perón no pudo hacer en 1945. Entonces, los radicales P fueron contados con los dedos de la mano; hoy, los radicales K están representados por seis gobernadores y más de doscientos intendentes. No es poca cosa para un partido que en la última elección sacó el dos por ciento de los votos.

Los radicales K argumentan que no dejan de ser radicales por arribar a un acuerdo con Kirchner. En política se sabe que una cosa es lo que se dice o se desea y otra, muy distinta, es lo que después ocurre. Los radicales que en 1930 se fueron con Justo, en 1945 marcharon con Perón o en 1958 se alinearon con Frondizi también reivindicaban su identidad radical, pero lo cierto es que en poco tiempo la mayoría de ellos no se acordaba de que alguna vez había sido radical.

El pacto con Kirchner no es una concertación igualitaria entre partidos. Básicamente se constituye como un proceso de cooptación de opositores por parte del oficialismo. Que en el futuro Cobos ocupe el cargo de Scioli, no quiere decir nada; ya desde la época de Sarmiento se sabe que la tarea del vicepresidente es la tocar la campanilla del Senado.

Dos razones a favor de los radicales K pueden presentarse. Los gobernadores radicales llegaron al poder en sus provincias a través de acuerdos locales con expresiones del peronismo que habitualmente disentían con el peronismo oficial. Así fue en Catamarca, Corrientes o Santiago del Estero. Estos radicales tienen buenos argumentos políticos para acordar con un gobierno nacional con el cual muchos de estos peronismos provinciales se identifican.

¿Por qué un acuerdo con Duhalde y no con Kirchner?, ¿por qué lo que es bueno en el orden provincial no lo puede ser en el orden nacional? Son las preguntas que se hacen sin escuchar una respuesta convincente o dada por alguien con autoridad o legitimidad partidaria.

El otro argumento a su favor, postula que el radicalismo viene de una crisis electoral catastrófica y los dirigentes responsables de esa derrota son los que hoy intentan decir lo que se debe o no se debe hacer. Es verdad que la estructura orgánica de la UCR se ha renovado, pero el grupo liderado por Alfonsín sigue promoviendo estrategias con independencia de la estructura orgánica. Razonablemente, los radicales K se sienten fastidiados por la presencia en la estructura del partido de dirigentes que en los últimos veinte años han sido verdaderos mariscales de la derrota y que hoy la única candidatura que pueden ofrecer es la de Lavagna, otro extrapartidario, ya que ninguno de ellos puede presentarse como candidato.

Los radicales están molestos con el peronismo porque se mete en su interna. Deberían saber que la responsabilidad de que esto ocurra no la tiene el peronismo, que hace lo que hace todo partido con su adversario cuando lo ve débil. Radicales K, radicales lavagnistas o radicales en general deberían ponerse de acuerdo sobre temas más importantes. La UCR necesita replantearse las relaciones con las clases populares, la necesidad de adaptar el partido a las nuevas exigencias de una sociedad que ya no es la de hace treinta años y, por sobre todas las cosas, elaborar un programa de gobierno que defina dos o tres puntos básicos relacionados con el desarrollo económico y la distribución de la riqueza.

Por último, los radicales K deberían preguntarse hasta dónde la decisión de sumarse al oficialismo responde a razones ideológicas y hasta dónde obedece a la seducción irresistible de la chequera del presidente.

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