Santa Fe y los santafesinos

Una ciudad con casi el cuarenta por ciento de la población hundida en la pobreza debería ser una señal de alarma; la misma ciudad con el cincuenta por ciento de la población menor de catorce años en estado de pobreza ya es un escándalo, o por lo menos así deberían asumirlo sus habitantes y sus autoridades. Las cifras son elocuentes. No es necesario manipularlas; hablan solas.

Sería muy cómodo responsabilizar de lo ocurrido al imperialismo norteamericano o a las multinacionales. Inventar un enemigo y transformarlo en una abstracción es un típico recurso del populismo conservador, para eludir las culpas propias y dejar todo como está. Las coartadas y las justificaciones se terminaron: las responsabilidades de lo que sucede en la ciudad de Santa Fe la tenemos los santafesinos, su clase dirigente y muy en particular sus autoridades políticas, más preocupadas en administrar la pobreza, cuando no servirse de ella, que resolverla a través del trabajo genuino y de la educación.>

Importa preguntarnos como santafesinos qué se puede hacer para revertir una situación que año tras año tiende a agravarse. No se trata de acusar a Balbarrey o a Obeid por lo que no hicieron o hicieron mal, se trata de movilizar todas las energías sociales y políticas para dar una batalla a fondo contra la pobreza, el hambre y la degradación moral y material de amplios sectores. Importa luchar contra la pobreza, no contra Balbarrey. El intendente se va, la pobreza queda y los santafesinos quedamos. Balbarrey es una anécdota; la miseria no.>

La convocatoria debería transformarse en una política de Estado, es decir, en una estrategia compartida por todos los partidos políticos, organizaciones sindicales y credos religiosos, con independencia de sus legítimas diferencias ideológicas. No es imposible ni es necesario convocar a la revolución social para proponerse reducir los niveles de pobreza y exclusión a un porcentaje mínimo. Santa Fe es una provincia rica, con excelentes recursos económicos y humanos. Algo debe estar funcionando mal, muy mal, para que con tantos beneficios naturales y culturales las cifras de pobreza y miseria en la ciudad sean tan altas.>

Puede entenderse que en San Pablo, con una población que supera los veinte millones de habitantes ciertos temas sociales excedan a las autoridades. En Santa Fe, con una población que no supera el medio millón de habitantes este drama podría manejarse, siempre y cuando, claro está, exista una firme voluntad política decidida a poner punto final a esta vergüenza.>

Los santafesinos debemos tomar conciencia de que el destino que nos aguarda es el fracaso como comunidad si no resolvemos estos problemas. En nuestra ciudad, uno de cada dos chicos es pobre, y uno de cada cuatro chicos menores de catorce años es indigente. Para expresarlo en otros términos: en la ciudad de Santa Fe viven alrededor de 120.000 chicos menores de catorce años, y de ellos setenta mil, es decir, más del cincuenta por ciento es pobre. Y treinta mil viven en la indigencia absoluta.>

A ver si se entiende: para estos chicos no hay futuro o el futuro que existe es la marginalidad, la delincuencia, la cárcel o la degradación cotidiana en la pobreza. Para estos chicos no hay estudios, no hay profesiones, ni siquiera oficios. Su presente es la carencia, su futuro es la oscuridad. Estos chicos son inocentes absolutos, pero están absolutamente condenados. A ellos no se les puede imputar culpas ni responsabilidades, porque para que ello ocurra, es necesario que alguna vez hayan tenido la posibilidad de elegir.>

Todos los partidos políticos y todas las corrientes religiosas están de acuerdo en que la pobreza, la miseria y la marginalidad son un mal. Hay un consenso mayoritario en admitir que una sociedad o una ciudad con tales índices de pobreza es injusta y esa injusticia salpica en primer lugar a su clase dirigente.>

La pobreza no es un tema teórico a debatir porque ya todo lo que se tuvo que decir se dijo; la lucha contra la pobreza es un imperativo moral y político a realizar. En este tema no hay soluciones mágicas, ni salvadores supremos, ni caudillos mesiánicos; lo que debe haber es conciencia y responsabilidad política para sumar fuerzas. La lucha contra la pobreza no es una causa perdida, ni siquiera es una causa cuyos resultados recién se podrían apreciar dentro de un siglo. Si las cosas se hacen bien, si existe una clara voluntad política para hacer las cosas bien, si los punteros y caudillos se sacan de la cabeza la urna que tienen incrustada y se preocupan en serio por curar nuestras llagas sociales, en poco tiempo los resultados favorables empezarían a ser visibles.>

El imperativo moral exige poner punto final a la pobreza, pero también lo exigen elementales criterios prácticos relacionados con la convivencia civilizada. Como le gustaba decir a Sarmiento cuando libraba su lucha a favor de la educación y los interpelaba a los políticos de su tiempo: no lo hagan por generosidad, háganlo por egoísmo, porque les debería dar miedo vivir en una ciudad donde la mitad de la población está fuera del sistema.>

En Santa Fe, si continuamos por la misma senda, los índices de pobreza y marginalidad seguirán creciendo, porque ya está instalada una estructura social que tiende a reproducir la pobreza. Una encuesta reciente probó que mientras en el mundo de la pobreza las familias tienen un promedio de tres o cuatro hijos, entre las clases medias y altas este porcentaje se reduce a uno. A este dato hay que sumarle otro que debería preocuparnos: muchos hijos de clase media, que estudiaron o se capacitaron en nuestra ciudad, se están yendo a buscar trabajo a otras ciudades. Con esa tendencia, el futuro que nos aguarda, si no cambiamos, no es el de Finlandia sino el de África.>

Nuestro deber como ciudadanos no se reduce a vivir el presente; el compromiso de toda persona que se respete y tenga un mínimo de sensibilidad consiste en mirar más lejos, en hacernos de cargo que tenemos el deber de dejarles a nuestros hijos y nietos una ciudad mejor que la que recibimos. Mi adolescencia transcurrió con la intendencia de Lofeudo y el gobierno de Tessio. Aquellos no fueron años fáciles, ninguna época lo es, pero convengamos que el presente y el futuro de Santa Fe eran más esperanzado que los tiempos actuales.>

De los santafesinos depende el futuro de Santa Fe. No hay excusas ni justificaciones ideológicas. La izquierda tradicional supone que sólo se puede terminar con la pobreza a través de una revolución social; la derecha es indiferente o cree que las inversiones y su propia riqueza provocarán en algún momento el derrame que automáticamente resolverá los problemas sociales. Los gobiernos por su parte, están atados a sus compromisos, a sus ambiciones miserables; por un camino o por otro son prisioneros de una red clientelar interesada en que todo siga como está porque a la masa de indigentes se la puede manipular electoralmente.>

Santa Fe depende de los santafesinos; también para nosotros vale el principio de que a la ciudad la salvamos entre todos o no la salva nadie. No estamos solos, en todo caso estamos dispersos y desconectados. En Santa Fe existe un extraordinario voluntariado social, hay mucha gente valiosa interesada en hacer algo, en impulsar iniciativas, en transformar a nuestra ciudad en un lugar digno de ser vivido. No todo es fraude, trampa, corrupción. Si la ciudad todavía sigue siendo el lugar donde vivimos es por el esfuerzo diario, cotidiano de miles de santafesinos que se esmeran por hacer las cosas de la mejor manera posible. No lo olvidemos: lo más valioso en Santa Fe no son sus gobiernos, son sus vecinos. >

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