El libro «La secta socialista» escrito por Sergio Battistoni y Jorge Lagna no pretende ser un texto histórico, ni siquiera un tratado político, sino, como ellos mismos lo manifiestan, un conjunto de certezas que la militancia peronista debería recordar o tener en cuenta.
El objetivo del libro está planteado en el título, «La secta socialista», en la foto de tapa, en donde se lo ve a Binner con De la Rúa caminando -me parece- por la peatonal de Rosario, y en una frase del propio Binner en donde asegura que los socialistas no son gorilas, un recurso irónico porque lo que el libro pretende demostrar, entre otras cosas, es que los socialistas son gorilas y, muy en particular, los socialistas de Santa Fe.>
Más allá de las opiniones que me merezca el libro, uno de sus méritos es el de esforzarse por abrir un debate ideológico acerca de las identidades políticas a través de la historia. El otro mérito es que sus intenciones están planteadas desde el primero hasta el último párrafo. En lo que vendría a ser una suerte de prólogo dice «Ésta es una historia muy simple, la historia de una secta que en sus más de cien años de historia lo que ha hecho es estar en contra del pueblo y sus representantes..(y) lo único que han aportado es resentimiento y odio hacia las mayorías populares argentinas».>
La última frase del libro, en la página 130, define los objetivos electorales de los autores: «Es una tarea de los justicialistas enfrentar la infamia y demostrarles a estos personajes, mal que les pese, que la Invencible fue y será peronista.»>
No está mal que un peronista se proponga hacer campaña electoral con un libro. Lo que llama la atención es la ingenuidad, si se permite la palabra, de sus objetivos. Conviene insistir al respecto sobre el derecho que le corresponde a los señores Battistoni y Lagna de escribir un libro y dar a conocer sus puntos de vista, pero lo que queda claro, es que lo que explica la existencia del libro es la certeza o el miedo de que Binner pueda ganar las elecciones. Si esa certeza no existiera el libro no se habría escrito.>
No tengo el gusto de conocer a los señores Lagna y Battistoni, lo cual en este caso es bueno porque mis opiniones no estarán teñidas por lealtades u ofuscaciones personales. Los autores escriben desde su identidad peronista y hacen muy bien en hacerlo, pero la primera observación que les haría es sobre la innecesaria agresividad, y digo innecesaria, porque si alguien se tomara en serio lo que allí se dice estaríamos ante una verdadera declaración de guerra, cosa que no es tal y que ni siquiera está en el ánimo de Lagna y Battistoni.>
Lo que distingue a los panfletos de los textos más elaborados es el uso de las adjetivaciones, muy sonoras y efectistas, pero muy pobres a la hora de ayudar a pensar. El límite que presenta el recurso de las adjetivaciones es el de presentar las antinomias en una relación de blanco y negro, de buenos y malos. En el libro los peronistas son geniales, extraordinarios, brillantes, mientras que los socialistas destilan odios enfermizos, son mediocres, diabólicos, infames, vendepatrias y cipayos.>
Con ese tono, las diferencias parecen quedar claras, pero lo que se ha bloqueado es cualquier posibilidad de pensar, porque las verdades se han transformado en una suerte de trincheras en donde los enemigos no razonan, se agreden, no buscan la verdad original sino el insulto original.>
La otra observación importante a hacerle a los autores es su anacronismo teórico. Las referencias intelectuales a las que recurren aluden a la galería de próceres de la cultura peronista de hace más de cuarenta años. Allí están Jauretche, Scalabrini Ortiz, Abelardo Ramos, Hernández Arregui, Rodolfo Puiggrós, entre otros. Todos estos autores son respetables, en más de un caso han escrito libros interesantes, pero admitamos que sus textos hoy no dan respuestas a los desafíos políticos de los argentinos.>
Cualquier político hoy sabe que con los libros de Ramos y Puiggrós, pero también con los libros de Justo o Ghioldi, puede recrearse una versión parcial del pasado, pero allí no hay ninguna respuesta a los problemas que hoy se nos plantean a los santafesinos. Los autores no tienen la culpa de haber escrito tratando de entender su tiempo, la responsabilidad en todo caso la tienen quienes cincuenta años después pretenden encontrar en esos autores las claves que les permitan explicar el presente.>
La historia trabaja el pasado, pero la política tiene la obligación de ser contemporánea. A los historiadores les interesa estudiar, por ejemplo, las diferentes alternativas que se presentaban en la década del cuarenta en la Argentina, pero a un ciudadano del año 2007 esos estudios no le dicen nada sobre lo que pasa ahora. ¿No hay ninguna relación entre el presente y el pasado? La hay, pero es una relación, no una repetición; es una búsqueda no una verdad ya dada; es una relación mediada no lineal. Entre el pasado y el presente existe una dialéctica articulada entre lo que cambia y lo que permanece; esa dialéctica está ausente en el libro de Lagna y Battistoni, porque lo que hay allí es una visión circular y cerrada de los procesos históricos, en donde las antinomias se repiten a lo largo de la historia de manera idéntica: la lucha contra Binner es la misma que libraban los caudillos federales contra Rivadavia, por ejemplo.>
Decía que los autores de «La secta socialista» atacan al socialismo con los dispositivos teóricos de hace cincuenta años. ¿Nada pasó en la Argentina y en el mundo? ¿Jauretche o Scalabrini Ortiz qué hubieran dicho de Menem y el neoliberalismo? ¿La Argentina de 1945 o la de 1960 es la misma que la de 2006? ¿El peronismo de 1945 o el de la resistencia es el mismo que el peronismo de Kirchner? A ninguno de estos interrogantes el libro da respuesta.>
Es verdad que los partidos políticos son instituciones históricas, pero porque lo son hay que interrogarse en serio sobre los cambios y las permanencias de ellos en un tiempo en donde la noción misma de partido político está en crisis. Que los radicales hayan sido el partido popular en 1916 no los habilita a pensar que lo seguirán siendo hasta el fin de sus días. Sería necio desconocer que los peronistas en el cuarenta y cinco fueron capaces de dar respuestas a cuestiones sociales que otras fuerzas políticas no pudieron resolver o resolvieron mal, pero esos aciertos de cincuenta años atrás no son un pasaporte histórico para el presente.>
A lo largo de itinerarios históricos difíciles, cambiantes, los partidos políticos han acertado y se han equivocado. Juzgar al socialismo por los errores de Américo Ghioldi, es tan injusto como juzgar al peronismo por López Rega. Desconocer que el peronismo instaló efectivamente la justicia social en la Argentina no es un error, es ceguera; pero ignorar el aporte militante de los socialistas es torpeza o ignorancia.>
«La secta socialista» descalifica con violencia y más que proponer un debate lanza una declaración de guerra. Sin embargo, esa agresividad tampoco es contemporánea. Lagna y Battistoni critican e insultan con argumentos, palabras y tonos que pudieron explicarse hace cuarenta años pero que hoy han perdido total vigencia.>
Como la agresividad del texto es impostada, no debe ser tomada en serio. Battistoni y Lagna no quieren matar a los socialistas; su objetivo es más modesto, más pedestre si se quiere: que los socialistas no ganen las elecciones en la provincia. Quien tuvo más lucidez para entender esta lógica agresiva en la superficie, pero profundamente electoralista en el fondo, fue el propio Binner, quien sabiendo que el libro era una suma de descalificaciones e insultos en su contra, decidió en un gesto que dice de él más que cien libelos, asistir a la conferencia.>
En ese acto hubo fotos, abrazos y saludos. Todos parecían amigos y todos parecían cordiales. En un costado de la mesa estaba el libro con su carga de anacronismo y violencia, que para bien de los santafesinos nadie tomó en serio, al punto que muy buen podría decirse que en esa reunión compartida entre socialistas y peronistas lo único que estaba de más era el libro.>