Ladran Sancho

Carlos Sancho no perdió el poder en Santa Cruz porque nadie pierde lo que nunca ha tenido. Sancho nunca manejó nada en la provincia y no es verdad que lo echan porque ordenó reprimir, una decisión a la que jamás se hubiera atrevido un pusilánime que sólo estaba adiestrado para cumplir órdenes. Las posiciones duras, las órdenes de no negociar y de reprimir no fueron dadas en Río Gallegos, llegaron desde Buenos Aires, de la residencia de Olivos, para ser más precisos.

Cuando la situación se hizo insostenible, a Sancho lo echaron del mismo modo en que lo habían nombrado: con un telefonazo. Se equivocan los que creen que en esta provincia es el parlamento el que decide. En Santa Cruz lo que importa no se decide ni en el parlamento ni en la Casa de Gobierno, se decide en la Casa Rosada. La provincia no responde ni a las instituciones ni al partido gobernante, responde a una familia que somete al partido y a las instituciones a sus designios.>

Santa Cruz no es una provincia federal porque es evidente que carece de autonomía; tampoco es una provincia unitaria porque hasta en el sistema unitario más centralizado siempre se responde a las instituciones y en ese rincón patagónico la única institución que gravita es la familiar. Santa Cruz por lo tanto es un feudo, una ínsula gobernada despóticamente por un clan familiar.>

Incluso el modo de resolver la crisis se hizo con métodos cesaristas. A Sancho lo sacaron de un plumazo y de un plumazo lo instalaron a Daniel Peralta. También de un plumazo borraron los obstáculos institucionales que se presentaban en la Legislatura. Todo se decidió y se cocinó en Olivos. Y después Kirchner se enoja cuando la oposición lo responsabiliza a él por lo sucedido.>

Lo que hoy entra en crisis en Santa Cruz no es la calidad de vida de los docentes, quienes efectivamente ganan los sueldos más altos de la Argentina pero cobran los básicos más bajos, sino un sistema de dominación que con las modalidades del caso no es diferente al que en su momento implantaron los Saadi en Catamarca, los Menem en La Rioja, los Juárez en Santiago del Estero o los Romero Feris en Corrientes.>

Kirchner puede permitir disidencias y rebeliones en cualquier lugar del país, sobre todo cuando sabe que no le queda otra alternativa que aceptarlas, incluso se puede dar el lujos de pretender capitalizar a su favor las dificultades de otros gobernadores, pero lo que no puede permitir, ni puede permitirse, es que en su provincia, en el territorio que considera su estancia, contradigan sus decisiones y pongan en discusión su autoridad.>

Tal como se inició la crisis en Santa Cruz, el conflicto hubiera podido arreglarse en una semana. Para ello era necesario aceptar las demandas razonables de los maestros y proceder en consecuencia. Pero Kirchner no estaba dispuesto a admitir que se ponga en discusión su autoridad o lo que él cree que es su autoridad. La soberbia, la prepotencia y la impunidad hicieron el resto. Tiraron de la cuerda hasta que perdieron el control de la situación. Cuando quisieron arreglarla, ya era tarde. Los gremialistas moderados habían sido sobrepasados por los combativos y la oposición política interna estaba en la calle.>

Por supuesto que en cierto momento las reivindicaciones salariales pasaron a un segundo plano y las movilizaciones adquirieron un claro objetivo político. La oposición política provincial y nacional no se iban a perder la oportunidad de poner en evidencia los costados autoritarios y prepotentes de un poder que se conecta en línea directa con la Casa Rosada. Kirchner de pronto se vio colocado en el mismo lugar que él, un mes antes, había intentado colocar a Sobisch. No sólo sintió que lo colocaban en ese lugar, sino que además se descubrió usando las mismas palabras que todos los hombres con poder usan cuando no los obedecen: patoteros, subversivos, infiltrados… >

Santa Cruz hoy es un espejo de la política real del presidente, de lo que efectivamente piensa sobre las instituciones, la protesta social y la cultura democrática. Lo escribí hace mucho: para saber lo que pensaba Menem de la sociedad o del poder había que prestar atención a lo que sucedía en La Rioja; para saber lo que piensa Kirchner, hay que mirar a Santa Cruz. No está del todo equivocado Barrionuevo cuando dice que Kirchner en la Casa Rosada se hace el Fidel Castro pero en Santa Cruz es Fulgencio Batista. Lo que habría que agregar a esa agudeza, es que esa manera tramposa de concebir el poder abreba en las más rancia tradición peronista.>

Hoy Kirchner está probando en Santa Cruz la misma medicina que le obligó a paladear a Sobisch en Neuquén. Colocados ante la crisis, los dos reaccionaron de la misma manera: insultando a los manifestantes y militarizando la ciudad. Lo distintivo es que Sobisch supo pilotear la crisis, mientras que el final santacruceño sigue estando abierto. La otra diferencia es que en Neuquén hubo un muerto, aunque, a decir verdad, en Santa Cruz no lo hubo de casualidad. >

Kirchner debe hacerse cargo de que sus diferencias con Sobisch no disimulan una misma concepción acerca del ejercicio del poder y el orden. En todo caso la diferencia está en que Sobisch asume sus responsabilidades sin disimulos, mientras que Kirchner pretende obtener ventajas políticas sobre los riesgos que todo ejercicio del poder conlleva.>

Si Kirchner fuera un presidente responsable, no se hubiera sumado a la tragedia de la muerte de Fuentealba con recursos oportunistas, presentándose como un abanderado de los derechos humanos o, como le dijera el propio Sobisch, con un comportamiento miserable. Un presidente serio, un político de raza, se hubiera hecho cargo de la responsabilidad del poder, porque hasta por razones prácticas debería haber previsto que lo que le sucedió a Sobisch muy bien podría pasarle a él en cualquier momento, sobre todo en un país en donde el Estado no está en condiciones de lidiar con una protesta social que suele salirse de los cauces institucionales

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