Los verdaderos desafíos de la política

Es previsible que en un año electoral se discutan nombres y candidaturas y predominen más las consignas que las ideas, las frases hechas que los enunciados complejos. En el mundo que vivimos daría la impresión de que lo que se imponen son los perfiles personales de los candidatos puestos a consideración de una sociedad que legitima con su voto la representación política.

En las campañas electorales hay mucho de frivolidad, de consumo banal para un público cada vez más indiferente o escéptico a las soluciones políticas propuestas. Hasta los candidatos más responsables deben someterse a estas reglas de hierro de la democracia contemporánea. Por su parte, los ciudadanos cada vez creen menos que sus problemas cotidianos se vayan a resolver a través de la política. La participación en las elecciones se reduce en cantidad y en calidad. La crisis afecta al sistema político en su conjunto y excede las responsabilidades individuales.>

En la Argentina, -pero más o menos lo mismo puede decirse de cualquier país en donde funcione la democracia representativa-, la sensación que predomina es que los políticos nunca hablan de lo que importa y, si lo hacen, lo que abunda es un tono concesivo que en más de un caso raya en la demagogia. La inteligencia o la sabiduría no son los atributos preferidos, sino los lugares comunes, las frases hechas, aquello que la sociedad acepta o consiente con el menor esfuerzo intelectual posible.>

Los políticos se parecen a personajes de la farándula, se promocionan con los mismos métodos y las consignas que elaboran poseen la estructura de un spot publicitario. El objetivo no es la verdad o la reflexión sino la satisfacción de las gratificaciones más inmediatas. No se trata de convencer o de estimular la inteligencia sino de seducir. Demás está decir que el político que no se somete a esas reglas de juego fracasa en toda la línea.>

Las recientes elecciones en Francia o las campañas electorales en Estados Unidos confirman esta hipótesis y nos demuestran que lo que está en crisis no es un sistema político en particular sino el sistema político como paradigma civilizatorio. Esta crisis puede demorar años en resolverse, pero de lo que no caben dudas es que la crisis existe. Que en Estados Unidos un señor como George W. Bush sea presidente durante dos períodos gracias al voto popular, o que en la Argentina un mamarracho como Menem haya sido durante diez años el gran presidente demuestra que lo que está pasando va más allá de los vicios y los límites de un candidato.>

El tema es complejo y hoy es motivo de reflexión entre los dirigentes responsables y motivo de estudio en los centros académicos. Si la democracia es perfectible o es un sistema que como tal se está agotando, es un dilema que ningún intelectual serio puede responder con ligereza. Lo que está fuera de discusión es la existencia de la crisis y la certeza de que su superación puede llevar años. Si el agotamiento de las monarquías absolutas en Occidente demoró por lo menos tres o cuatro siglos, no hay motivos para suponer que el modelo de república democrática diseñado por la modernidad se prolongue por un largo período.>

Sin embargo, las lecturas más o menos pesimistas respecto del futuro no nos eximen de la necesidad de dar respuestas a los dilemas de nuestro tiempo. Nos esforzamos por entender la realidad no para resignarnos o someternos a ella sino para trascenderla. En todos los casos lo que está en juego es la convivencia social y la condición humana. Es muy poco lo que sabemos del futuro, pero el desafío no consiste en adivinar lo imposible sino en esforzarse por diseñarlo de acuerdo con los valores que la humanidad ha ido construyendo a lo largo de la historia.>

Yo no sé cómo será la vida de mis nietos, pero sí deseo que vivan en un mundo más justo que el que yo recibí, un mundo más igualitario y más libre, un mundo en donde el hombre como realidad histórica y trascendente al mismo tiempo, sea la medida de todas las cosas. Lo mío es un deseo, pero un deseo que pretende tener consecuencias políticas y sociales y por lo tanto es un deseo que pretende perfeccionarse en la historia.>

Conozco los rigores de la política y el peso de sus implacables reglas. Sé de los límites que impone lo posible pero también sé que los dirigentes que hicieron cosas grandes fueron quienes en su momento se propusieron hacer cosas grandes. No se puede hacer política negando la realidad, pero tampoco se puede hacer política, en el sentido más noble de la palabra, sometiéndose a ella. El temible y mal leído Maquiavelo decía que «el verdadero realismo consiste en ver los acontecimientos como cosas por hacer».>

Pertenezco a una generación que pensó a la política como compromiso, como transformación de la realidad, como proyecto cargado de valores disparado hacia el futuro. Para nosotros la política era por definición el campo de las ideas, de los valores y de la entrega generosa. Seguramente hubo errores y excesos, pero más allá de las trampas y celadas de la ideología lo que estuvo presente como deseo, como pasión, fue el proyecto siempre deseado de una sociedad más justa. >

Pretender el retorno al pasado sería negar la historia y las leyes de la política, pero aceptar sin beneficio de inventario una realidad cada vez más miserable sería complicidad con lo peor del presente. O la política es proyecto de transformación o es simplemente un dispositivo de poder, una administración impiadosa de lo dado.>

Seguramente importa saber si el candidato del peronismo será el marido o la esposa o si el candidato de la oposición será una mujer de peso o un hombre con pesos, pero mucho más importa saber para que, unos y otros, quieren ser presidentes. Hasta el momento se ha escuchado mucho de cuestiones personales y poco de proyectos colectivos.>

No alcanza con decir que la Argentina debe ser más justa o más libre, hay que decir cómo se logran esas metas. Aceptar las reglas del capitalismo: la propiedad privada y el mercado, es apenas un punto de partida para empezar a pensar. No hay un solo modelo de capitalismo como tampoco hay un solo modelo de organización democrática. Resolver los dilemas del crecimiento y la distribución, de la productividad y la inclusión social, deberían ser temas centrales del debate público, temas que deberían discutirse no sólo como ejercicio académico sino como presupuestos para la acción.>

Lamentablemente no suelen ser éstos los temas preferidos por los dirigentes y por amplios sectores de la sociedad. Importa más el detalle que el conjunto, la anécdota que el contenido, la espuma que el torrente. Sin embargo, los tonos esperanzados del futuro no los van a inventar los escépticos, los acomodaticios o los perezosos, sino aquellos que sean capaces de proponer respuestas a los grandes dilemas de una nación. Así fue en tiempos de Sarmiento, en tiempos de Yrigoyen y Perón o en tiempos de Frondizi e Illía.>

Nadar a favor de la corriente reclama también clarividencia, saber distinguir un cauce profundo de un pantano, un río de aguas inquietas que se abre hacia el horizonte, de un hilo de agua que va a morir en el barro. La historia la han hecho los hombres que han hablado en cada momento de las cosas que importan, los que se han propuesto sacudir la modorra que a veces ataca a los pueblos, los que en todas circunstancias prefieren apostar a la inteligencia, elevar la calidad del debate, los que en definitiva, apuestan a que una campaña electoral sea un momento de ideas, de proyectos, un momento en que se lo respeta al soberano no en la alabanza sino en la exigencia

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