El Islam y los desafíos de la libertad

Tres o cuatro millones de personas salieron a la calle a condenar el terrorismo islámico. Muchos de los manifestantes expresaron su coincidencia con las ideas de las víctimas, algunos no ocultaron sus críticas al dudoso humor de la revista, pero lo que importaba en todos los casos era afirmar el principio de que nadie merece ser asesinado por sus opiniones.

La libertad en el país que supo hacer de esa palabra una consigna, una pasión y un estilo de vida, una vez más estuvo en la calle. La libertad en el sentido más pleno de la palabra, la libertad como oposición al despotismo, la arbitrariedad, la esclavitud y la muerte. En circunstancias como éstas, importa insistir en lo obvio. La gente salió a la calle para defender la libertad. La afirmación es necesaria porque ya se han levantado voces que parecen más preocupadas por la supuesta islamofobia que por el acto de guerra declarado por el islamismo al mundo libre.

Importa insistir una vez más que el responsable de lo sucedido no es un colonialismo francés archivado en el basurero de la historia, tampoco una supuesta marginalidad de los musulmanes que viven en Francia, entre otras cosas porque los asesinos de los caricaturistas de Charlie Hebdo, como los asesinos de Van Gogh o los sicarios de Dinamarca, los que volaron Atocha, los que decapitan periódicamente a franceses, alemanes, norteamericanos, ingleses o españoles o los que destruyeron las Torres Gemelas, no son pobres, no pasan hambre, y su marginalidad es más el producto de una elección de vida que de un imperativo social.

Pretender justificar el crimen por el supuesto colonialismo europeo de otras épocas es una imbecilidad o una felonía. El enemigo -por si a alguien la cabe alguna duda- es el radicalismo islámico. El enemigo no es una invención nuestra o el pretexto para justificar alguna fechoría política. El enemigo es el islamismo por la sencilla y elocuente razón de que ese islamismo así lo ha declarado.

¿Todos los musulmanes son extremistas? Por supuesto que no, como no todos los alemanes eran nazis. Pero hecha esta aclaración, corresponde decir que si bien no todos los musulmanes son terroristas, tampoco son pocos los que por diferentes caminos comparten, adhieren, consienten o coinciden con los objetivos religiosos y políticos de los terroristas.

Que en el Islam hay un componente violento, expansionista y totalitario es una verdad que sólo los tontos pueden desconocer. No se trata de una sospecha, una intuición o un prejuicio; es lo que dicen, escriben y vociferan muchos de sus representantes. En Europa, este operativo cuenta con la complicidad de los propios europeos, de los teóricos del multiculturalismo, de los herederos de Chamberlain y Daladier, de los enemigos de Israel y los Estados Unidos, y de la amplia colonia de tontos que suponen que van a calmar a los nuevos bárbaros haciéndoles concesiones, cediendo ante sus pretensiones o dejándose sobornar por sus millones.

Los asesinos de Charlie Hebdo estudiaron en las escuelas francesas, disfrutaron de sus políticas sociales ¿Dónde aprendieron a matar? En Francia, adoctrinados por los imanes autorizados por el Estado francés a lanzar sus anatemas y sus promesas de muerte en nombre del multiculturalismo. Muchos de ellos no necesitaron ir a Arabia Saudita, Irán, Yemen o Qatar para transformarse en máquinas de matar. Al oficio de carniceros lo aprendieron en Francia y cuando viajaron a los paraísos islámicos de Medio Oriente ya eran cuadros religiosos y militares formados.

Hay que decirlo de una buena vez: Europa no importa terroristas islámicos, los exporta. Motivo por el cual, de alguna manera Europa es cómplice de lo que está ocurriendo, cómplice por su permisividad, por su tolerancia suicida, por sus alienaciones ideológicas, por sus culpas, por sus negociados con los jeques multimillonarios, por permitir que en cada mezquita funcionen escuelas de adoctrinamiento y capacitación militar. No se trata, por lo tanto, de perseguir a los musulmanes en abstracto, sino de desmantelar sus redes terroristas, sus mezquitas trasformadas en nidos de criminales, sus imanes que predican la intolerancia, el fanatismo y la muerte.

No es una tarea simple la que se avecina. Y no lo es porque hay muchos millones de dólares comprometidos. Los millones del petróleo, las inversiones y los negocios que de allí se derivan. No es una tarea sencilla, pero Occidente, si quiere ser leal a sus valores conquistados en los tres últimos siglos, deberá asumir el desafío con la misma pasión con que en su momento decidió ponerle fin a la bestia nazi.

A quienes los desvela la culpa de librar una guerra contra los pobres del Tercer Mundo, habría que decirles, a modo de consuelo, que se tranquilicen, porque el combate de fondo es contra jeques, imanes, califas y déspotas multimillonarios que someten, excitan e idiotizan a sus pueblos con el brebaje de una religión que no en vano alguna vez un señor barbudo y amigo de los buenos cigarros, calificó como opio del pueblo.

No sé si hay un islamismo moderado; por lo pronto, lo que resulta evidente es que donde el Islam es mayoría, lo que se impone son las teocracias y los despotismos. Me consta que hubo teólogos e intelectuales que se esforzaron por otorgarle al Islam una dimensión humanista, pacífica y tolerante, pero también me consta que todos fueron derrotados sin atenuantes. No sé si en sus orígenes el Islam fue pacífico; los historiadores aseguran que sus afanes de conquista y expansión estuvieron presentes desde los tiempos de Mahoma. Algo de esto intentó decir Benedicto XVI, y la respuesta fue el incendio de seis conventos, cuatro iglesias y el asesinato de tres monjas.

Tolerancia o fundamentalismo, Estado laico o régimen teocrático, convivencia o guerra religiosa, serán los temas dominantes en el siglo XXI. Las aguas se dividirán alrededor de la respuesta que se le dé a estos desafíos. En la Argentina, esta contradicción se expresará con sus propios tonos. No es casual que a la hora de manifestar la solidaridad con Francia, el hecho más llamativo hayan sido las ruidosas ausencias y los calificados silencios.

El gobierno de la Señora condenó el atentado, pero no dijo una palabra sobre la libertad de expresión. Conociendo el paño, ese silencio no debería sorprender a nadie. Como aquel funcionario alemán de triste memoria, cada vez que un K oye la palabra libertad de prensa o de expresión empieza a acariciar lentamente la culata de su Lüger. Habría que verificar la certeza de un rumor que circula acerca de un comedido que le sopló al oído de la Señora que Charlie Hebdo es una revista financiada por Magnetto.

Por lo pronto, los muchachos de Carta Abierta brillaron por su ausencia, tal vez porque para su mirada nac&pop de la realidad, la masacre de Charlie Hebdo se trate de un operativo anticolonialista inspirado en las mejores lecturas de Fanon. Capítulo aparte merecen los chicos de la Cámpora, quienes probablemente se olvidaron de asistir porque no se enteraron de la noticia. En cualquier caso, no deja de dar algo así como vergüenza ajena la indiferencia de los llamados militantes populares respecto de un país como Francia, que en los años de plomo nos abrió sus puertas para que nos refugiáramos, viviéramos y estudiásemos.

¿Por qué tanto silencio?, ¿por qué hacerse los distraídos? Basta escuchar a Hebe de Bonafini, D’Elía o la benemérita decana de periodismo de la Universidad de la Plata para responder a estos interrogantes. Es que para el relato nac&pop el “contexto” que explica lo sucedido es el enunciado por ese otro caballero rentado por cuanta dictadura pulula en el continente: Atilio Borón, un señor para quien seguramente los terroristas están equivocados pero no mucho, sobre todo porque el bendito contexto le dice que, equivocados o no, los terroristas luchan contra el imperialismo yanqui y el sionismo judío. Y -ya se sabe- todo lo que empuje en esa dirección siempre es bueno.

Borón, Bonafini, D’Elía ¿creen en lo que dicen? No lo sé. Lo que si sé es que este conflicto no ha hecho más que poner en evidencia la bancarrota moral y política de una izquierda cómplice e idiota, útil para el juego que practican jeques y califas multimillonarios.

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