Una lectora me pregunta si conozco el nombre del futuro gobernador de la provincia. Le respondo que no tengo la menor idea. Que a lo sumo puedo pensar en los escenarios políticos presentes y en las posibilidades de los candidatos. Nada más. Para lo otro hace falta ser brujo, hechicero o adivino, nobles y añejos oficios a los que me está vedado acceder. Dicho con otras palabras: con muchas dificultades podemos conocer el pasado y algo del presente, pero el futuro sigue siendo un misterio y las profecías que acertemos pertenecen exclusivamente al campo del azar.
En lo personal, admito que a esta altura de mi vida no me avergüenza decir que soy algo conservador con mis preferencias. Me explico. Pertenezco a un tiempo en que los roles estaban más o menos asignados: el médico curaba, el tambero ordeñaba, el estudiante estudiaba y el político hacía política. Todavía nadie me ha convencido de que ése era un mal tiempo o una mala manera de pensar la organización social. ¿Los tiempos cambiaron? Puede ser. Pero yo no tengo por qué seguir el rumor de vientos que sospecho que llevan a ninguna parte.
Dicho esto, expreso mis críticas y recelos a la mezcla edulcorada y gaseosa de farándula y política. Mis argumentos no son jurídicos, sino existenciales. Tiene razón el Filósofo del Guadalupe cuando dice que la fama ganada en la farándula y volcada a la política no está prohibida por la ley, pero tengo los años suficientes para sospechar que en ese pasaje festivo de la farándula a la política hay algo tramposo o algo que decididamente no me gusta.
La farándula política vende felicidad y lugares comunes. Disfrutarla no cuesta nada, pero sospecho que en algún momento los costos se pagan. ¿Hay alguna alternativa para superarla? No se me ocurre ninguna. Por su parte, a los dirigentes políticos que se quejan de esta suerte de invasión, lo único que se les ocurre es tratar de mimetizarse con los nuevos tiempos. Los resultados están a la vista. Por ese camino, en el futuro, los candidatos serán Marcelo Tinelli, Susana Giménez, Mauro Viale, Jorge Rial y la Mona Jiménez.
Los socialistas se quejan de Torres del Sel y su cultura Midachi. Pero ellos, no vacilaron en ganarle la senaduría a Hugo Marcucci recurriendo a métodos parecidos. Lo explico. Emilio Jatón es un hombre respetable pero no le ganó a Marcucci por sus ideas o sus obras, sino por su imagen mediática. Algo parecido es lo que está haciendo Torres del Sel ahora.
Otra lectora me pregunta si los socialistas hicieron fraude. Contesto que no lo creo. A los socialistas los podemos criticar por muchas cosas, pero no son tramposos. Sí, hubo irregularidades. Pero fraude, operación política ilegal que modifica el resultado de las elecciones a favor del oficialismo de turno, no hubo. Si lo hubiera habido los socialistas no habrían salido segundos, salvo que alguien suponga que se perpetra un fraude para perder.
Dicho esto, importa señalar que de todos modos algo pasó, a ese “algo” los socialistas no lo han explicado bien o directamente no lo explicaron. Cuando se cometen estos errores no hay derecho después a sorprenderse por las acusaciones de los rivales y la circulación de rumores. Así es el mundo en que vivimos y así suelen ser de impiadosos los recursos que se emplean cuando lo que se disputa es el poder. Repito: creo que no hubo fraude, pero amplios sectores de la sociedad pensaron y piensan que sí lo hubo. ¿Cómo convencerlos de lo contrario sesenta días antes de las elecciones? Difícil, sobre todo cuando los reflejos son lentos y torpes.
El gobernador Bonfatti dice que el único error fue haber cometido un exceso de transparencia. Como chiste es malo, como diagnóstico es falso y como respuesta política es deplorable. Con todo respeto al señor gobernador, digo que lo único excesivo en este caso es su lenguaje. Y, por supuesto, la ausencia absoluta de autocrítica, con un tono que a la necedad le suma la soberbia.
Por su parte, el ministro Galassi informa alrededor de las diez de la noche del domingo que, gracias a un sistema muy ingenioso e inteligente que elaboraron, los resultados de las urnas los dan como ganadores a ellos. No es la primera vez que el señor Galassi hace estos chistes, pero el dudoso arte de tropezar dos veces con la misma piedra tampoco puede ser una excusa.
Mientras tanto, el candidato a gobernador, Miguel Lifschitz, guarda silencio. A Lifschitz, habría que recordarle que no es Hipólito Yrigoyen, el caudillo radical que ganaba elecciones desde el silencio y el misterio. ¡Curioso, Lifschitz que es el que debe hablar entre otras cosas porque la mitad de la provincia no lo conoce, guarda silencio, mientras que quien debería guardar silencio, es decir Galassi, sale a hablar! Con desinteligencias de ese tipo, nadie debería sorprenderse de que la opinión pública esté, por lo menos, confundida.
Repito, creo que no hubo fraude, pero no somos muchos en Santa Fe los que pensamos lo mismo. Los socialistas deberían saber que, como la mujer del César, hay que ser y parecer. También deberían saber que esta sociedad a los únicos que les perdona errores y atrocidades es a los peronistas. Con todos los demás sus exigencias son altísimas. ¿Está mal? Tal vez, pero así son las cosas.
¿Torres del Sel será el nuevo gobernador? Puede que sí, puede que no. Algunos lo presentan como la solución, otros como un salto al vacío. Acerca de la solución, habrá que verlo, porque hasta ahora lo que mostró es poco y nada; respecto del salto al vacío, no lo creo.
Su situación política por lo pronto es muy favorable. Desde donde está parado dispone hacia el 14 de junio de varias posibilidades: los votos del Frente Renovador, el apoyo de los peronistas que suponen que votarlo es la mejor decisión para derrotar a los socialistas, y el voto de una franja del radicalismo fastidiado por los abusos y malos tratos de sus socios en el Frente Progresista.
Ni Lifschitz ni Perotti disponen de ese amplio margen de adhesión política. El único inconveniente que se le presenta a Torres del Sel es él mismo. Su estilo, su manera de ser le ha permitido ganar votos, pero también esa manera de ser ha despertado grandes resistencias. Si a ello le suma desbordes verbales y renovadas groserías, no debería llamar la atención que en vez de sumar empiece a restar. Si yo fuera su asesor, trataría de explicarle que los votos conquistados con chistes verdes y palabrotas ya los tiene seguros; ahora debe proponerse ganar a un sector más exigente. ¿Podrá hacerlo? No lo sé. Por lo pronto, seguro que no lo hará diciendo que a los narcos hay que echarlos de la provincia; o gambeteando las preguntas complicadas hablando de equipos técnicos que nadie conoce y nadie vio.
El otro candidato que tercia para el 14 de junio es Omar Perotti. Hizo una buena elección atendiendo las posibilidades o las imposibilidades del peronismo en la provincia, pero dudo de que pueda ampliar su base electoral. Perotti en términos personales es probable que sea el candidato que exhiba el currículum más completo y meritorio: intendente, ministro, legislador, en todos los casos se desempeñó con probidad y eficacia. Pero así como el problema de Torres del Sel es él mismo, el problema de Perotti no es él, sino los que lo rodean. Como decían las madres de antes: “Omar es bueno pero tiene cada amiguitos…”. Dicho con palabras más gráficas: Perotti es una niña, pero detrás de él vienen Drácula, el Hombre Lobo, Frankestein y el Viejo de la Bolsa. No sólo vienen, sino que además se nota que vienen. Admitamos que con esa troupe no hay muchos motivos para ser electoralmente optimista.
Torres del Sel, Lifschitz, Perotti. Todos llevan en su mochila el bastón de mariscal. Ninguno nos va a llevar al Paraíso, pero tampoco nos va a hundir en el Infierno, entre otras cosas porque los santafesinos no lo permitiremos. Votemos en consecuencia por el candidato que más nos guste, con la tranquilidad de saber que en todos los casos lo que va predominar es la continuidad y no la ruptura.