En el mismo lodo todos manoseaos

En los países que vivimos, ningún gobierno está exento de que un chico se muera por desnutrición o por alguna otra calamidad parecida. No está bien que así sea, hay que tratar de corregirlo, pero nos estaríamos engañando entre nosotros si supusiéramos que desgracias de ese tipo son atributos de un exclusivo gobierno o que van a desaparecer de la noche a la mañana.

Esta elemental verdad de sentido común la debería tener presente todo gobernante que sepa cuáles son los alcances y los límites de su gestión. En un país normal un presidente gobierna de la mejor manera posible, sabiendo que al poder no lo tiene para siempre y que tampoco es el titular exclusivo de todas las virtudes y todos los defectos. Esto conlleva una actitud política prudente, moderada e incluso cautelosa a la hora de hacer uso de la palabra. Como lo dijera Illia, un país está en problemas cuando el presidente se cree la persona más importante de la nación.

Ninguna de estas consideraciones dictadas por la experiencia e incluso la astucia parece tener en cuenta la Señora. Imprudente, excesiva, burda y hasta temeraria, se “sube” a la cadena nacional y lanza al vehículo en picada sin evaluar las consecuencias de sus palabras, especulando tal vez que enardecer a la mitad de la población con sus disparates es un acto de sabiduría y astucia.

Para colmo de males, a veces la casualidad o la mala suerte le juegan una mala partida. Un niño muere en una playa turca y ella supone que la tragedia es una excelente ocasión para criticar a las democracias europeas, a sus estados de bienestar y manifestar tácitamente su secreta admiración por regímenes como los de Assad, Putin, Maduro o los déspotas chinos.

Lo demás es historia conocida. Termina de montar su escena alrededor de las culpas de los países del norte que permiten que mueran los niños en las playas, cuando a pocos kilómetros de su residencia un adolescente muerte desnutrido. Insisto, en un país normal un presidente no pretende aprovecharse de la muerte de un chico llamado Aylan para obtener réditos políticos y ningún opositor podría asimismo responsabilizar al poder político por la muerte de un adolescente, muerte cuyas causas son diversas y que a cualquier gobierno se le hace muy difícil controlar.

Sin embargo, el que juega al carnaval con nafta no se puede quejar si se propaga un incendio. Una mandataria que se vale de los recursos del poder para fustigar a sus adversarios y propagandizar de manera grosera y mentirosa sus supuestos logros, no puede quejarse que le paguen con la misma moneda.

Repito: es una barbaridad que en el país que produce alimentos para cientos de millones de personas un chico se muera de hambre. Pero admitamos que la pobreza no es nueva en la Argentina y que en el Chaco la miseria y la violencia son datos antiguos, por lo que un gobierno respetable podría explicar muy bien por qué a pesar de sus esfuerzos pueden ocurrir estas incalificables tragedias.

Ocurre que el kirchnerismo no es prudente ni sensato. Se presenta ante la sociedad exhibiendo un relato que pertenece al campo de la ciencia ficción, exhibe un triunfalismo político logrado a partir de las descalificaciones de los adversarios, motivo por el cual no le debe extrañar que esa misma oposición no le deje pasar una y recurra a todos los recursos disponibles para combatirlo ¿Está mal? Puede que sí, pero ése es el clima que se logra crear cuando desde el gobierno se practica la confrontación sistemática.

En esa épica populista y enfangada, todo vale. El problema es el alto costo que paga una nación por sostener este reñidero mistongo. ¿O hacen falta ejemplos históricos para probar que el acuerdo es siempre más productivo que la confrontación permanente? ¿O que la paz es preferible a la guerra y que las naciones crecen en un contexto de colaboración y no en un cambalache de rivalidades facciosas y resentidas?

A este gobierno, no hay que criticarlo porque está equivocado, hay que criticarlo porque miente, porque es corrupto, porque su concepto del poder es mafioso y porque nos está llevando como nación a un callejón sin salida. Lo más intolerable es el cinismo con que sus principales dirigentes exhiben sus vicios. Hoy, el verdadero rostro del kirchnerismo no es Daniel Scioli, es Aníbal Fernández. En la causa K, los nombres emblemáticos son por demás sugestivos: Amado Boudou, Lazaro Baéz, Julio de Vido. Los nombres y las cosas: Ciccone, Hotesur, Skanska…

Es verdad que no hay ningún gobierno en el mundo que no tenga que lidiar con algún episodio de corrupción. Pero lo que diferencia a un gobierno decente de uno mafioso, es que unos rinden cuentas y otros practican la impunidad; unos crean instituciones para poner límites al poder y otros barren a las instituciones que limitan al poder; unos advierten sobre los riesgos de la corrupción y otros la estimulan con cinismo. Al respecto, no deja de llamar la atención que una presidente que practica una locuacidad morbosa, guarde un sugestivo silencio con temas como la inflación, la corrupción y la inseguridad, palabras ausentes en su vocabulario donde caben todas las desmesuras y excesos del diccionario.

Y de pronto, salta el llamado “caso Niembro”. El periodista deportivo que encabeza la lista de diputados nacionales del PRO aparece involucrado en una maniobra de contratos ilegales con la Ciudad de Buenos Aires. Honestamente, los argumentos de Niembro no me convencieron. Me parecieron triviales, confusos y tontos. No sé si Niembro debe o no renunciar, pero sí sé que con esos amiguitos se le va a hacer muy difícil a Macri ganar las elecciones. ¿Por qué? Porque cuando se libra la lucha contra la corrupción y se pretende encarnar el cambio hay que ser y parecer. Además, Macri debe saber que por motivos misteriosos la sociedad argentina a los únicos que les perdona su condición de ladrones es a los peronistas.

Dicho esto, observo sorprendido lo siguiente: la increíble y bulliciosa alegría de los K al enterarse de que en el PRO también podría haber corruptos. Los muchachos estaban exultantes. “No estamos solos; somos corruptos, pero no somos los únicos”. Ya no se trata de probar que no se es corrupto; para el alma K basta y alcanza con probar que los otros también lo son. El escenario ideal: todos embarrados en el mismo charco; el resto se resuelve con clientelismo, fraude, mentiras y cadena nacional, mucha cadena nacional.

¿Es corrupto Niembro? No lo sé pero las presunciones no lo ayudan. “Es el Boudou de Macri”, dijo un kirchnerista satisfecho. ¿Es el Boudou de Macri? No estaría tan seguro. No cualquiera es Boudou en la política argentina. ¿Niembro? Confuso y torpe, de todas maneras el hombre se presentó ante la Justicia, cosa que los señores K involucrados con la corrupción no lo hacen ni en broma. Además, en la Legislatura porteña el bloque del PRO votó con la oposición a favor de un pedido de informes, un comportamiento que los K no han tenido en su vida y, por último, no hay motivos para suponer que Macri vaya a cambiar jueces, fiscales o procuradores para asegurar la impunidad de su protegido, un hábito que los K practican con obsesión de adictos.

Lula mientras tanto se fotografía con Scioli. El romance entre el político menemista y el legendario dirigente del Partido de los Trabajadores suscita interrogantes en las almas simples. En efecto, para que esta pareja pueda haberse constituido es porque alguien ha cambiado, alguien ya no es el mismo. Y si alguien cambió, ese alguien no es precisamente Scioli, sino el señor que fue presidente de Brasil en dos oportunidades, un señor cuyos principales colaboradores están procesados y entre rejas y que la única excusa que dispone para decir que él no ha tenido nada que ver con esas trapisondas es la de alegar que es tonto y que debido a esa condición durante ocho años no advirtió que a su alrededor sus colaboradores robaban a dos manos.

Lo dijo Fernando H. Cardoso: “El Partido de los Trabadores es el peronismo brasileño; alguna vez fueron de izquierda, pero ahora les gusta más robar que ser de izquierda”. Si esto es así, la foto de Scioli y de la Señora con Lula es previsible y lógica.

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