El Comité de Asuntos Exteriores de la Cámara de Representantes de Estados Unidos tomó una decisión atrevida: calificó con el término de «genocidio» la masacre perpetrada por el régimen turco contra los armenios durante la Primera Guerra Mundial. La votación fue de 27 votos contra 21 y la moción se impuso a pesar de las gestiones del propio George W. Bush y su colaboradora Condoleeza Rice, quienes consideraron que la iniciativa era, en el más suave de los casos, inoportuna.
Por su parte, el gobierno turco expresó a través de su presidente Abdullah Gül, el desagrado por una resolución que a su criterio fue promovida por el poderoso lobby armenio. Recordemos que Turquía niega la comisión del genocidio y en la actualidad cualquier referencia que se haga al tema puede provocar la detención, o algo peor, del audaz. En enero de este año el periodista armenio turco, Hrant Dink, fue asesinado y la causa de su muerte fue su militancia a favor de la condena del genocidio. Orhan Pamuk, Premio Nobel de Literatura, también es considerado casi un traidor a la patria por haber admitido la existencia de la masacre.
La condena al genocidio es un hecho histórico con consecuencias en tiempo presente. Para Estados Unidos, la relación con Turquía es importante porque necesita de sus bases militares para operar en Irak. En ese contexto se entiende la preocupación de Bush, quien seguramente no debe tener la menor idea de lo que ocurrió en Anatolia en 1915.
Políticos europeos consideran que es necesario ganar a Turquía para la causa de Occidente y, por lo tanto, cualquier referencia a la cuestión armenia puede provocar un efecto inverso. Quienes no comparten este concepto, consideran que hasta tanto Turquía no se haga cargo de un pasado que incluye un millón y medio de muertos, no hay ninguna garantía seria de que su incorporación a la Unión Europea sea un factor civilizatorio.
Los gobernantes turcos han dado a entender que cuanto más se presione a su nación con el tema armenio más intransigentes serán en su negativa. En estos momentos, Turquía tiene serios problemas de identidad. Las tensiones entre sus afanes modernizadores y su pasado musulmán son cada vez más fuertes. En los últimos meses se ha agravado el conflicto con los kurdos y el reciente asesinato de militares turcos por guerrilleros del Partido de Trabajadores del Kurdistán, ha dado lugar a reclamos muy firmes.
En estos días, aviones turcos bombardearon posiciones kurdas en Irak y el primer ministro, Yacip Tayyip Erdogan, pidió autorización al parlamento para una incursión terrestre contra los insurgentes ubicados al norte de Irak y al sur de Turquía. Estados Unidos se opone a la intervención turca, pero la exigencia de Erdogan es muy clara: «Si ustedes no pueden poner en línea a los kurdos, permitan que lo hagamos nosotros».
O sea que la declaración de los diputados yanquis sobre el genocidio armenio cayó en el peor momento. En las principales ciudades de Turquía agrupaciones nacionalistas salieron a la calle agitando consignas contra el imperialismo yanqui. A los funcionarios norteamericanos estas expresiones no les preocupan demasiado, pero sí están atentos a lo que ocurre en la base aérea de Insislik.
¿Qué dicen los intelectuales turcos sobre lo sucedido con los armenios en 1915? Sus historiadores no niegan que hubo matanzas, pero consideran que los armenios sobredimensionan las cifras y ocultan el contexto de guerra en el que se produjeron los hechos. Según ellos, en los enfrentamientos murió más o menos la misma cantidad de turcos y todo esto ocurrió cuando se derrumbaba el imperio otomano y los armenios intentaban aprovechar esta crisis para ganar bases territoriales con el apoyo de los enemigos de los turcos.
¿En algún momento Turquía investigó lo sucedido? Lo hizo en 1919. Quienes llevaron a cabo esa tarea fueron los funcionarios otomanos bajo la presión de la diplomacia británica. Hubo detenciones, hubo juicios y algunos responsables de esas masacres fueron ejecutados. En abril de 1919 -por ejemplo- el nacionalista Muhamad Kemal fue ahorcado. Estos antecedentes son los que más reivindican los armenios para probar la comisión del genocidio.
Como se sabe, en 1923 se constituyó la república de Turquía bajo el liderazgo de Mustafá Kemal Ataturk. Allí se detuvieron las investigaciones, los gobernantes turcos atribuyeron a la perfidia británica el tema del genocidio armenio y los ingleses terminaron canjeando presos. Hoy, para los historiadores oficiales turcos, no es justo reprocharle a la flamante república de Ataturk los crímenes cometidos durante un régimen político que, además, se estaba cayendo a pedazos.
¿Es tan así?, ¿la masacre de los armenios fue responsabilidad del imperio otomano, la consecuencia de una disgregación política que habilitó excesos por parte de todos los protagonistas? Se sabe que las principales masacres se cometieron en Anatolia. Esa región estaba controlada políticamente por el Comité de Unión y Progreso dirigido por los nacionalistas turcos. De hecho, este comité funcionaba como un Estado dentro de otro Estado y sus atribuciones militares eran absolutas.
El Comité Unión y Progreso fue entonces el principal responsable del genocidio. Pero no concluyen en este punto las apreciaciones. Lo que importa, y lo que constituye el principal punto de imputación armenia contra el gobierno turco, es que los dirigentes más destacados de este Comité fueron después los funcionarios de la república laica fundada en 1923. Muchos de ellos después fueron premiados por su gobierno e incluso recibieron el respaldo de hombres de conducta irreprochable en temas de genocidios: Hitler y Mussolini.
Nobleza obliga: algunos de estos dirigentes concluyeron sus vidas en los paredones de fusilamiento levantados por Ataturk, pero los delitos que les imputaron no tuvieron nada que ver con la cuestión armenia, sino con conspiraciones contra el poder establecido.
¿Por qué en la actualidad los turcos se resisten a admitir un hecho que está plenamente probado? En primer lugar, por una cuestión de orgullo nacional, muy afianzado en momentos de crisis de identidad cultural como la que está atravesando en estos años. Pero no todo se reduce a una cuestión de honor y buen nombre. Si la imputación de genocidio se aceptara, Turquía debería indemnizar a las víctimas, e incluso debería dar lugar a algunos reclamos territoriales. Reconocer el genocidio, entonces, no sólo sería humillante, también saldría caro.