Los desafíos de Berlín

Si no fuera tan extensa y tan poblada de contrastes geográficos y de los otros, Berlín sería una ciudad para caminarla de punta a punta y de este a oeste. Con más de cuatro millones de habitantes, la ciudad da la sensación de que se está rehaciendo permanentemente, como lo manifiestan las incontables obras públicas que se están realizando.

La caída del Muro obligó a reformas urbanas que se desarrollan sin pausa. El Berlín comunista es hoy un territorio poblado de obras en construcción que intentan otorgarle a ese sector de la ciudad un nivel de modernidad que durante cincuenta años ignoró olímpicamente.

Daría la impresión de que, si bien la caída del Muro representó la absorción de una Alemania por otra, la ciudad que se está edificando en estos últimos años será diferente de la del este y la del oeste.

Si bien la derrota del comunismo significó el derrumbe de una experiencia política, es importante destacar que el impacto también influyó en el sector capitalista. La transformación los afectó a ambos y los logros y las dificultades que se presentan en la agenda pública son hoy un problema de todos los alemanes.

De todas maneras, la integración de esa parte de la ciudad que durante medio siglo fue la sede oficial del régimen comunista es, en la actualidad, el desafío más serio que se le presenta al gobierno. La caída del régimen puso en evidencia las contradicciones culturales de sociedades que, de aquí en más, deberán vivir juntas. Luego de las fiestas por el reencuentro, los berlineses se dieron cuenta de que los años transcurridos habían dejado profundas heridas que no se cicatrizarían con discursos a favor de la libertad o el milagro de la economía de mercado.

La ciudad pobre empezó a sufrir las consecuencias del cambio de régimen y, así como en su momento sus habitantes comprendieron que el comunismo no era el paraíso que le habían prometido los rusos, supieron luego que el capitalismo tampoco se propone ser el paraíso que ahora le prometen los políticos tradicionales.

A la desocupación se le sumaron la pobreza y los visibles contrastes culturales entre una sociedad abierta y cosmopolita y otra ciudad cerrada, tradicionalista y poco afecta a consumir las bellezas del capitalismo. El problema es que estas diferencias se están tratando de procesar en el espacio de una misma ciudad, con un sector de la población que en pocos años vio caer «las seguridades del comunismo», sin que todavía perciba las seguridades del capitalismo.

Berlín es hoy una sola ciudad desde el punto de vista jurídico y político, pero desde la perspectiva de las mentalidades, la ciudad sigue dividida y la sombra del Muro sigue pesando sobre unos y otros. Las diferencias no son groseras, pero tampoco sutiles. A los berlineses del este se los reconoce porque su ropa es más modesta, sus modales más vulgares y porque trabajan en los servicios peor remunerados.

A estos contrastes se les suma el hecho curioso de que los rebrotes de racismo tienen como centro el sector este de la ciudad. Las manifestaciones no son mayoritarias, pero tampoco hay que subestimarlas. Para muchos berlineses educados durante años en los rigores de la dictadura comunista, todo lo que les está ocurriendo no es más que una pesadilla en la cual los villanos son los extranjeros que les disputan los puestos de trabajo.

En ese contexto a nadie le debe extrañar que una parte de la población añore la bucólica paz comunista, cuando todos trabajaban y el Estado velaba por todos. La gran mayoría sabe que es no sólo indeseable, sino también imposible retornar al pasado, pero justamente la crisis es grave porque se sabe que el pasado no regresa, el presente es inclemente y el futuro es tan incierto como la memoria de ese pasado.

En Berlín, la población extranjera no es mayoritaria; sin embargo, su peso específico es lo suficientemente denso como para poner nerviosos a nazis de las clases altas y lúmpenes de las clases populares. Los vecinos aseguran que la ciudad es tranquila y que después de las experiencias vividas en este siglo todos aprendieron la lección sobre los perjuicios que ocasiona aferrarse a los criterios de raza superior o nación guía.

Sin embargo, a pesar de las seguridades que ofrecen, esos mismos vecinos recomiendan no andar por los parques a ciertas horas de la noche ni pasearse solo por algunos barrios del este, donde los neonazis se pasean en manadas.

Por si hiciera falta alguna nueva prevención, no está de más recordar que, en los últimos diez años, cien extranjeros fueron asesinados por las bandas de nazis. Cuando uno conoce estos datos, comprende las extraordinarias dificultades que debe afrontar una ciudad que fue la frontera entre el capitalismo y el comunismo, y donde las sospechas acerca de que en Alemania las semillas sembradas por Hitler pueden brotar en cualquier momento, funcionan como prejuicios cada vez más inquietantes.

En ese contexto, no dejan de ser admirables los esfuerzos políticos realizados por la actual clase dirigente para superar estas contradicciones. Así como los nuevos edificios y los planes de modernización permiten la progresiva integración urbana, del mismo modo se están realizando ingentes esfuerzos para derrumbar el muro mental que aún sigue dividiendo a los berlineses.

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