Mirjana Markovic, la influyente esposa del presidente Slobodan Milosevic, declaró a la prensa apenas conocidos los resultados de las elecciones del domingo que «llegamos al poder con derramamiento de sangre y sólo lo dejaremos con derramamiento de sangre».
Atendiendo la realidad de una región en donde matar por una diferencia política, racial o religiosa es un acto habitual y corriente, las declaraciones de la dulce e izquierdista Mirjana no pueden dejar de ser inquietantes.
Queda la esperanza de que esta buena señora haya exagerado o lo suyo no sea más que el desplante femenino de quien sabe que tarde o temprano va a perder el poder (a Mirjana muchos la comparan con Elena, la mujer de Ceacesceau, que también influía en política y, como Mirjana, salía en las conferencias de prensa tomada de la mano de su marido, como si fueran una dulce y enamorada parejita) pero nadie puede descartar que las declaraciones de esta señora sean el anticipo de lo que realmente van a hacer si pierden el poder.
Más sensato o más taimado, Milosevic ha reconocido que fue derrotado por su contrincante Vojislav Kustunica, aunque ha advertido hasta el cansancio que la presidencia de Yugoslavia deberá dirimirse en una segunda vuelta prevista para el 8 de octubre.
Kustunica, un liberal nacionalista experto en derecho constitucional en un país en donde casi nunca se respetó el derecho, insiste en que ganó en la primera vuelta y no está dispuesto a marchar a una nueva elección. Apoyado por 18 partidos y las llamadas grandes naciones de Occidente, Kustunica no deja de repetir hasta el cansancio su profesión de fe nacionalista, su condena a los recientes bombarderos de la OTAN y su rechazo a que Milosevic sea condenado por el tribunal de La Haya.
Todos son nacionalistasEn Yugoslavia, ser nacionalista es más una idiosincrasia o una manera de ser que una posición política. En los Balcanes, una región atormentada por los conflictos étnicos y religiosos, para muchos la frontera histórica entre la cultura musulmana y cristiana, el nacionalismo es la única posición política posible y nadie está dispuesto a ceder esa bandera.En todo caso la discusión gira alrededor de los métodos a aplicar para sostener la Federación Yugoslava, o si es o no necesario mejorar las relaciones con la Unión Europea, pero en los Balcanes, nacionalistas son todos y si ha llegado el momento de despedir a Milosevic no es porque lo que diga o haga sea malo, sino porque se ha equivocado y no ha sabido defender como corresponde valores y principios que todos comparten.Tan fuerte es el sentimiento nacional en Yugoslavia que en esas tierras, hasta el comunismo se tiñó de ese color. Sin dudar de la identificación del mítico mariscal Tito con el marxismo-leninismo, hay que reconocer que en todo momento privilegió más los intereses nacionales que la ideología internacionalista de sus maestros.Es así como apenas terminada la Segunda Guerra Mundial, Tito emerge como el líder de Yugoslavia gracias a su talento y prestigio interno, pero también gracias a su decisión de romper con Stalin e impedir que su país se transforme en un dócil satélite soviético.Tito logró en los Balcanes lo que no lograron los Habsburgo con su peso dinástico ni Milosevic con sus baños de sangre y sus siniestras limpiezas étnicas, es decir, la unidad alrededor de Serbia, Croacia, Bosnia-Herzegovina, Eslovenia, Macedonia y Montenegro. La hazaña la llevó a cabo no sólo porque aplicó mano dura cuantas veces fue necesario, sino también porque su dureza política fue acompañada de una curiosa flexibilidad para reconocer las autonomías regionales y respetar las diferencias religiosas.A esto habría que sumarle su indiscutido carisma político, su creatividad, su capacidad para plantear alternativas nuevas hacia adentro y hacia afuera -pensemos en el tercermundismo fundado con Nasser y Sukarno, y en el socialismo autogestionario- un talento que ni el destino ni la naturaleza le han otorgado a Milosevic o al propio Kustunica.
De Tito a Milosevic
Durante los casi treinta y cinco años que Tito ejerció el poder la Federación Yugoslava funcionó con un nivel de integración medianamente aceptable. Se podrá decir que las cosas no deben de haber sido tan buenas porque apenas murió Tito la federación estalló en varios pedazos, pero su permanencia en una región cuyo nombre es sinónimo de división, ya es una hazaña.
Sin ir más lejos, los problemas en la provincia serbia de Kosovo comenzaron cuando Milosevic desconoció el estatuto de autonomía de 1974 otorgado por Tito. Allí fue donde la mayoría albanesa de Kosovo comenzó a reivindicar la independencia. Simultáneamente crece el Ejército de Liberación de Kosovo y ante la inminencia de la invasión serbia, se produce la intervención de Occidente con los resultado conocidos: setenta y ocho días de bombardeos sobre Yugoslavia y la estampida de casi 600.000 kosovares hacia Macedonia y Albania.
Los famosos acuerdos de Rambouillet, desconocidos por Milosevic y motivo del ataque de la OTAN, en realidad eran inaceptables para cualquier nación que quisiese defender su integridad territorial.
Según estos acuerdos, Kosovo debía decidir en un plazo de tres años su independencia mediante un referéndum. Las tropas de la OTAN garantizarían la pureza del sufragio y a los serbios no le quedaría otra alternativa que aceptar el resultado.
El problema es que Milosevic ya venía desgastado por los sangrientos episodios de Bosnia-Herzegovina y Croacia, en donde sería un error suponer que los malos fueron los serbios y los bosnios y croatas unos angelitos. A su torpeza política y militar se le sumaba la corrupción interna, el terrorismo político contra la oposición y los ajustes de cuentas con los dirigentes de sus propias filas.