Después de las previsibles idas y venidas, las autoridades de la República Democrática del Congo admitieron la muerte de presidente Laurent Kabila. Más detalles no se dieron. Es probable que el asesino haya sido un militar a punto de ser dado de baja o algún mercenario contratado por sus enemigos, los tutsis.
Lo importante es que, en principio, el esquema político creado en 1997 se mantuvo, como lo demuestra el hecho de que su hijo Joseph, de 31 años, se hiciera cargo de la presidencia. El futuro dirá si va a durar mucho. Por lo pronto, el joven heredero deberá cumplir aquellas promesas que el padre se negó a concretar: respetar los acuerdos de paz firmados en Lusaka y convocar a elecciones.
Por un capricho de los dioses, el asesinato de Kabila coincide con la ejecución del líder histórico del Congo, Patricio Lumumba. Como se recordará, Lumumba fue ejecutado por los mercenarios del régimen de Katanga el 17 de enero de 1961. Seis meses antes, el Congo se había independizado de Bélgica. El presidente del nuevo régimen era Joseph Kasavubu, y Patricio Lumumba, su primer ministro.
Para entonces, Lumumba tenía 35 años y una admirable trayectoria política. En octubre de 1958, fundó el Movimiento Nacional Congolés y, si bien no se identificaba plenamente con el marxismo, sus simpatías por el socialismo eran indisimulables.
Lumumba detona el conflicto
Cuando en junio de 1960 el rey Balduino de Bélgica entregó el poder a las nuevas autoridades, el discurso de Lumumba en el que criticaba el colonialismo y la rapacidad de los intereses mineros alarmó a los representantes de Occidente y a los temibles colonos blancos.
Dos semanas después, Moisés Tshombé anunciaba la separación de la provincia de Katanga y se iniciaban las acciones militares. Tshombé no estaba solo. Detrás de su figura se alineaban mercenarios belgas, franceses, portugueses y sudafricanos, además de los magnates dueños de las minas de diamante y cobre, nucleados en la Unión Minera de Katanga.
También la CIA conspiraba, como lo prueban las memorias del ex agente Philip Agee. Allí se mencionan las declaraciones de Allan Dulles, las partidas de dólares para organizar las dos radios rebeldes, Mafala y Ushulu. También la orden de asesinar a Lumumba y al representante de las Naciones Unidas. Queda claro que en el contexto de la guerra fría las posiciones «marxistas» de Lumumba eran intolerables.
Asesinado Lumumba, gracias a la traición de Kasavubu, el próximo paso era asegurar un régimen confiable. En 1965, con plena fidelidad al principio histórico de que «Roma no paga a traidores», Kasavubu fue derrocado por los mismos intereses que lo impulsaron a entregar a Lumumba. Mobutu Sese Seko se hizo cargo del poder. El Congo pasó a llamarse Zaire y todos sus habitantes, desde el nacimiento, quedaban afiliados automáticamente al Movimiento Popular Revolucionario, el partido creado por Mobutu.
Kabila aparece en escena
Es en ese momento que comenzó a ser conocido Laurent Desiré Kabila, entonces un joven militante de la causa de Lumumba, nacido en la provincia de Shaba en 1941. Como muchos jóvenes de «buena familia», Kabila estudió en París, donde, además de disfrutar de los placeres de Occidente, descubrió al marxismo.
En realidad, los dos líderes históricos que se oponían a Mobutu eran Kabila y Pierre Mulele. Ambos se reivindicaban marxistas, pero su símbolo guerrero era simba (león). En 1965, desembarcó en Kisamba, una localidad levantada a orillas del lago Tanganika, un grupo de revolucionarios cubanos liderados por el Che Guevara. En sus memorias, el Che se refiere a Kabila con los peores términos. Lo que más le indignaba era su cobardía, su ausencia en los frentes de batalla y su estilo de vida fastuoso mientras los guerrilleros pasaban hambre y frío en las montañas.
Refiriéndose a Kabila, dice: «No son revolucionarios, son viajantes; no están nunca donde se los necesita… Se la pasan bebiendo, emborrachándose en público, las reuniones políticas terminan en grandes pachangas…». El texto concluye anticipando una gran verdad: «No creo que Kabila pueda superar estos defectos».
El Che abandonó el Congo cansado de soportar las intrigas tribales y el espectáculo de canibalismo y corrupción de los «socialistas» africanos. Guevara estaba dispuesto a realizar los mayores sacrificios por la revolución; sin embargo, por más esfuerzos que hizo para adaptarse al medio, no pudo soportar la costumbre de los soldados de comerse el corazón del enemigo.
Entre tanto, Mobutu se fortaleció en el poder gracias a los buenas gestiones de la CIA, que lo consideraba el hombre confiable, mientras Kabila continuaba su itinerario de líder en el exilio, participando de cuanto congreso de solidaridad con África se hiciera en Europa, La Habana o Pekín.
Culpas y disculpas
No sabemos si alguna vez Mobutu creyó en los valores de Occidente; lo que sí sabemos es que se enriqueció como un califa, a tal punto que, al momento de morir, su fortuna superaba los cinco mil millones de dólares. También sabemos que contó con el respaldo incondicional de los Estados Unidos. Como una señal de los nuevos tiempos, hace dos años el presidente Clinton pidió disculpas al pueblo africano en nombre de su país por haber apoyado a estos personajes siniestros. Como las disculpas del Papa con los judíos, el pedido de perdón de Clinton fue bienvenido, aunque habría que preguntarse cómo actuarían en el futuro si volvieran a presentarse las mismas circunstancias.
Lo ocurrido en el Congo prueba que las riquezas naturales de un país pueden ser, en ciertas circunstancias, el factor decisivo de la pobreza de sus habitantes. Desde hace años, el Congo es el mayor exportador mundial de cobalto, el cuarto productor mundial de diamantes. Figura entre los diez primeros países exportadores de uranio, cobre y manganeso. Sin embargo, este país cuatro veces más grande que Francia y con una población de casi cincuenta millones de habitantes, es uno de los más pobres del mundo.
El problema de la corrupción y el saqueo en el Congo no empezó ni terminó con Mobutu. Esa tierra fue colonizada por el rey Leopoldo II de Bélgica, quien la explotó como una empresa privada. Un reciente libro escrito por Adam Hochschild prueba que, como consecuencia de la labor civilizadora de Leopoldo II (1835- 1909), fueron asesinados alrededor de diez millones de habitantes, una cifra que supera con creces el genocidio de los nazis contra los judíos. El flemático e impasible Leopoldo siempre negó ser el autor de esa verdadera carnicería, pero los datos de Hochschild son irrefutables. Y entre los testimonios de la época merecen señalarse los del excelente escritor norteamericano, Mark Twain.
A la hora de la rapiña y del saqueo, Kabila demostró no ser mejor que sus enemigos de derecha. Sus negocios fueron siempre el contrabando de piedras preciosas y el tráfico de drogas. Cuando el poder le cayó desde el cielo, lo primero que hizo fue acomodar a parientes y legalizar los robos. Popular y querido por amplios sectores, Kabila fue un típico exponente de esa clase dirigente africana, corrupta y venal más allá de las ideologías y la retórica antiimperialista.
El precio de los errores
En realidad, Mobutu no cayó por la acción política de Kabila, sino por sus propios errores, su enfermedad terminal y, muy en particular, por las acciones militares emprendidas por el gobierno de Ruanda en apoyo de los rebeldes tutsis, una minoría que estuvo a punto de ser exterminada por los escuadrones de la muerte de los hutus al servicio del dictador de «birrete de leopardo y bastón de caoba».
Ante el empuje de las tropas de Ruanda, la dictadura se cayó a pedazos. Fue allí donde «inventaron» a Kabila, quien desde hacía por lo menos quince años vivía en Tanzania, dedicado a enriquecerse, divertirse y -como diría el Che- a viajar por el mundo presentándose como lo que nunca había sido: un bravo guerrillero africano. El poder le cayó como un regalo, y a los dos meses de hacerse cargo, todos supieron que el temible socialista podía llegar a ser tan corrupto como Mobutu.
Al momento de ser asesinado, tres guerrillas nucleadas en el Frente de Liberación del Congo operaban a lo largo y a lo ancho del país. La muerte de Kabila parece no haber alterado los fundamentos del régimen, pero todo hace pensar que, si el heredero quiere mantenerse en el poder o, al menos, conservar su vida, deberá cumplir con los acuerdos firmados en Lusaka e iniciar un proceso de democratización más o menos sincero.
No obstante, suponer que de aquí en más el Congo puede ingresar en una etapa de democratización política y crecimiento económico sería un imperdonable exceso de optimismo.