Una evaluación posible acerca de los acontecimientos que agitan a la provincia de Tucumán debería rehuir en principio la tentación de suponer que se trata de hechos locales, episodios lugareños de provincias empobrecidas dominadas por clanes políticos, pero por sobre todas las cosas debería incorporar a la reflexión las resistencias que generan comportamientos y conductas reñidas con las más elementales normas de civilización política.
Tucumán no es una lamentable excepción en la Argentina, a tal punto que no sería arriesgado sostener que en los últimos meses, y al calor de los acontecimientos electorales, las sucesivas irregularidades pusieron en evidencia los vicios del sistema político, vicios que -¿es necesario decirlo?- son la manifestación más o menos lineal, más o menos compleja, de hábitos y conductas que parecen recrudecer en tiempos electorales, cuando el poder se disputa sin disimulos y límites de la mano de gobiernos autoritarios, corruptos y demagógicos.
Con los matices y las inevitables diferencias del caso, a lo de Tucumán deben sumarse las sugestivas irregularidades electorales en la provincia de Santa Fe, los votos robados en provincia de Buenos Aires, la muerte sospechosa de un joven radical en Jujuy, episodios que ponen en evidencia tendencias que, en caso de extenderse, pondrían en riesgo las bases mismas del orden democrático.
Al respecto, importa recordar que los procesos de degradación institucional operan a través de la lógica del plano inclinado, o, para expresarlo en otros términos, mediante la naturalización o el acostumbramiento con el mal. ¿Importa insistir, una vez más, en que una democracia de ciudadanos exige protagonistas alertas, hombres y mujeres decididos a no admitir la convivencia resignada con la violencia o la anomia?
Sin dudas no son buenas noticias las que en los últimos días ocupan la atención de la opinión pública. Pero los bochornosos acontecimientos que presenciamos no pueden hacernos perder de vista el dato consistente y esperanzador expresado en las voces que se levantan condenando lo sucedido: a la Argentina autoritaria y corrupta se le opone una nación que manifiesta su voluntad de resistir los atropellos tramados desde las cuevas de un poder sin controles y sin escrúpulos.
A contramano de algunos voceros mediáticos del oficialismo nacional, en esta batalla por la república cumplen una labor destacada los medios de comunicación al expresar los rigores de la realidad con la eficacia de las imágenes. La imposición de los «hechos» arrastra incluso a más de un medio oficialista, a los que se les hace muy difícil cerrar los ojos o las cámaras a una realidad que se impone con fuerza dramática.
Es sabido que el poder autoritario necesita, para funcionar, del miedo, de las sombras y del silencio. Cuando las luces se encienden, cuando las cámaras muestran imágenes, cuando las palabras de los cronistas empiezan a ser escuchadas, el poder autoritario inicia su cuenta regresiva, porque a pesar del pesimismo, la resignación y el acostumbramiento a convivir con el mal, en la Argentina, y Tucumán es un ejemplo, la conciencia republicana sigue siendo más fuerte.
En una nación con un federalismo corrompido, los feudos políticos encuentran las condiciones ideales para sobrevivir y perpetuarse. Como señaló Natalio Botana, al capitalismo de amigos le sucede el federalismo de amigos. Poderes políticos de provincias empobrecidas, sometidas y dominadas por clanes familiares, necesitan de los recursos generosos del poder nacional y del aislamiento para sobrevivir. Así se explican la vigilancia y el castigo hacia sus habitantes. También se explica el culto a una reivindicación del localismo, una coartada folklórica para sostener el poder, y así se explica la furia que les despierta lo que ellos denominan la intromisión en sus autonomías o, para decirlo de una manera más directa, en sus privilegios. Por ejemplo, el reciente episodio que tuvo como protagonista a Carlos Tevez, cuando en un programa de televisión dijo lo que hasta el turista más distraído registra cuando llega a Formosa: la presencia de una pobreza estructural y escandalosa. Las reacciones furiosas y racistas de funcionarios formoseños no hicieron más que poner en evidencia la catadura política de quienes manejan el poder como señores feudales o caudillos de horca y cuchillo.
Habría que señalar que las observaciones de Tevez apuntaron contra la pobreza y no contra los opulentos funcionarios formoseños, muchos de ellos multimillonarios gracias al aliento estimulante del poder. No deja de ser ilustrativa la reacción localista del régimen, que acusó a Tevez de atacar a los formoseños, cuando en realidad lo que hizo fue expresar su sorpresa por esa pobreza humillante, pobreza de la que los titulares del poder suelen ser cómplices y beneficiarios.
Con la prudencia del caso, y sin reducir las contradicciones a versiones simplificadoras, importa insistir en la existencia de dos Argentinas, una hipótesis que en su momento trabajaron Eduardo Mallea, Ezequiel Martínez Estrada, y que en una célebre homilía desarrolló ese obispo inspirado en los valores humanistas del Evangelio que se llamó monseñor Vicente Zazpe.
Esta contradicción podría expresarse a través de los conceptos de autoritarismo o república; modernización o tradicionalismo; ciudadanía o vasallaje o, en términos de sentido común, decencia democrática o autoritarismo corrupto. Seguramente estas antinomias estarán vigentes como una oportunidad o una esperanza en los comicios nacionales de octubre.
En Tucumán los mencionados antagonismos estuvieron presentes de manera visible. Las contradicciones han salido a la luz con tanta visibilidad porque allí se manifiestan de manera más intensa y trágica. Y quienes aún tienen vivas en su retina las imágenes dantescas de las urnas quemadas, la represión salvaje y las manifestaciones del privilegio de un poder cebado en la impunidad, deberían tener en cuenta a esas multitudes indignadas y generosas que marcharon a la plaza Independencia para protestar por lo ocurrido.
No hay que olvidar, después de todo, que se trata de la provincia donde nacieron Alberdi, Monteagudo, Lamadrid y Avellaneda; la provincia en la que vivieron Paul Groussac, Amadeo Jacques y Atahualpa Yupanqui; la provincia de Ricardo Rojas y Juan José Hernández; la provincia de Mercedes Sosa y Tomas Eloy Martínez. Más allá de las deplorables miserias del presente, no olvidemos que hay otro Tucumán y otra Argentina.U