No corro el riesgo de exagerar si digo que la amistad es un don o una gracia. No es gratuita; como el amor, como la fe, hay que merecerla y hay que saber sostenerla en el tiempo. También como el amor, o la poesía, la amistad revela el límite de las palabras porque no se la puede definir con palabras precisas, aunque cuando hablamos de ella todos sabemos de qué estamos hablando. Alfonso «El sabio» por lo menos así lo creía: «Quemad viejos leños/ bebed viejos vinos/ leed viejos libros/ tened viejos amigos».
Convengamos que la palabra «amigo» ha sido usada con ligereza. Prestigiada por la tradición, la palabra se emplea para invocar sentimientos nobles, pero todos sabemos que no siempre esas buenas intenciones son sinceras. Las letras de tango están pobladas de reproches a amigos que después no fueron tales. Todo el cancionero popular se refiere a amigos traidores, pero también es la literatura la que nos brinda los mejores ejemplos de amistad.
«Los tres mosqueteros» es un canto de amor a la amistad. También es noble la relación entre Sherlock Holmes y Watson o ésa, sorprendente, que existe entre el Quijote y Sancho. En la poesía nacional, el ejemplo más alto lo brindan Martín Fierro y Cruz. La escena de la muerte de Cruz en el desierto es desgarradora; «De rodillas a su lado/ yo lo encomendé a Jesús/ faltó a mis ojos la luz; tuve un terrible desmayo/ caí herido como un rayo/ cuando lo vi muerto a Cruz».
Sin embargo, Martín Fierro no es un hombre que confía en la amistad. Tal vez la desgracia vivida con Cruz o los rigores de la vida lo llevaron a desconfiar de los amigos. Por lo menos así se los manifiesta a los hijos: «Su esperanza no la cifren/ nunca en corazón alguno/ en el mayor infortunio/ pongan su confianza en Dios/ de los hombres sólo en uno/ con gran precaución en dos». Y dos estrofas después dice: «Al que es amigo jamás/ lo dejen en la estacada/ peor no le pidan banda/ no lo aguarden todo de él/ siempre el amigo más bueno es una conducta honrada».
Para cierta filosofía de vida callejera, la amistad se relaciona con los sentimientos puros de la primera juventud que después la vida se encarga de contaminar con los desengaños. Pareciera que cuanto más se vive y más se conoce el mundo, más se descree de la amistad.
También se podría decir que, como los buenos vinos, la amistad necesita de tiempo para templarse. Julián Centeya aseguraba que la amistad es, en primer lugar, una relación entre hombres y, en segundo lugar, una relación entre hombres mayores. Montaigne pensaba lo mismo.
La otra debilidad de la amistad es su fragilidad. El poeta William Blake decía que es más fácil perdonar a un enemigo que a un amigo. Es que los años nos hacen desconfiados, recelosos, herméticos. Tal vez a esto se lo llame sabiduría, pero a los que así piensan habría que aclararles que la dureza del corazón no es una virtud. Sentimiento noble y generoso, la amistad es exigente y frágil. A un amigo no se lo encuentra a la vuelta de la esquina, pero pobre del hombre que no es capaz de hacer amigos.
Otra alternativa es pensar la amistad no como una relación absorbente exclusiva, sino como una relación que cambia y se amplía. Cada uno de nosotros está hecho de una multiplicidad de intereses y pasiones como para que pueda ser contenido por una sola relación.
¿Puede definirse a la amistad como el amor entre dos hombres, pero sin sexo? La respuesta a este interrogante no es sencilla porque habría que ponerse de acuerdo sobre la diferencia existente entre amor y amistad. Digamos en principio que en la amistad ponemos lo mejor de nosotros, mientras que en el amor no siempre se puede decir lo mismo. Digamos, además, que la amistad necesita de la libertad para vivir; en el amor a veces su condición es el control.
Pero para no perdernos en los laberintos de la especulación, digamos que la amistad existe como hecho cotidiano. Me refiero a esa relación sobria, austera y noble que los hombres somos capaces de construir, relación hecha de lealtades, confidencias, angustias y alegrías que se comparten. A un amigo no se lo encuentra a la vuelta de la esquina, pero pobre del hombre que no es capaz de hacer amigos.