“Templo de la buena música”, “Templo de la oligarquía”, “Templo de Buenos Aires”, las calificaciones que el teatro Colón ha recibido desde 1908 a la fecha son diversas, como diversos son también los tonos y las intenciones, pero lo que se admite es que se trata de un templo, un lugar sagrado que consagra y tal vez redime. Su reciente reapertura ha actualizado el debate acerca de la gravitación cultural de esta institución fundada en 1908 durante la presidencia de Figueroa Alcorta y que, según los críticos, es en su género una de las más importantes del mundo.
Debate interminable y frustrante si lo hay es el de la relación del Colón con la llamada música popular. La discusión entre los partidarios de la música clásica y los defensores de la popular ha sido tan intensa como agotadora. Después de años de estériles polémicas se arribó a una suerte de consenso que admite que la música no se divide entre clásica y popular o entre culta e inculta, sino entre buena y mala música y en ese espacio hay lugar para todos los géneros.
Por lo pronto, desde hace años el Colón ha abierto sus puertas al tango, el folclore y el rock. La última actuación que se realizó antes del cierre por refacciones la hizo Mercedes Sosa. Personajes como Spinetta o grupos como Memphis la Blusera estuvieron en la sala y contaron con la aprobación no sólo del público sino de la mayoría de los críticos. Respecto del tango, desde hace casi cuarenta años las grandes orquestas y sus principales músicos y cantores han actuado en su sala por lo que -polémicas al margen- el tango es desde hace rato un visitante habitual del Colón y todo indica que lo seguirá siendo.
En realidad, la relación del tango con el Colón es más añeja de lo que se supone a primer golpe de vista. Por lo pronto, la leyenda de un tango de origen prostibulario es, como toda leyenda, portadora de una verdad, pero una verdad a medias. Ya para 1910 un compositor como Alfredo Bevilacqua compone a pedido de los organizadores del Centenario los tangos “Emancipación” e “Independencia”. El célebre Vicente Grecco por su lado aporta el tango “La infanta” en homenaje a Isabel de Borbón que fue considerada la visita más importante a un aniversario que se distinguió por la calidad de sus visitas.
Para esos años el tango ya tenía las puertas abiertas del Jockey Club y de distinguidas residencias de barrio Norte. Caballeros distinguidos como el barón De Marchi, yerno de Julio Roca, o el escritor Ricardo Güiraldes, se contaban entre sus simpatizantes incondicionales. Por su lado, un cantante lírico como Tito Schipa no sólo que manifiesta su simpatía con el tango sino que también compone tangos como “Ojos lindos y mentirosos”, “El pampero”, “Sorriento” o “El coquetón”.
En la década del veinte la relación es más estrecha. En 1926 se estrena “Noche del Colón” de Roberto Lino Cayo y Raúl de los Hoyos. Tres años más tarde, un poeta de la calidad de Armando Taggini -autor entre otros temas memorable de “La gayola” y “Marionetas”- escribe “Piuma al vento”, donde en una de sus estrofas se menciona al teatro Colón.
Carlos Gardel, cuyas relaciones con la música clásica fueron muy importantes, siempre se declaró admirador de Schipa, Ruffo y Caruso. Disfrutaba de la ópera y cada vez que podía asistía a las funciones del Colón. No se sabe cuándo Gardel empezó ir al Colón, pero las crónicas registran que el 17 de junio de 1928 fue a escuchar a la soprano Claudia Muzzio. Cuando pocos semanas después del golpe de Estado del 6 septiembre de 1930, Gardel grabe el tango “Viva la patria”, un panfleto de apología a los militares, en la otra cara del disco hay una versión del Himno Nacional Argentino interpretado por la orquesta del teatro Colón.
Según la opinión más difundida el tango entró con todos sus atributos al Colón de la mano de Libertad Lamarque en 1931. El 18 de septiembre de 1933, luego de la municipalización de la sala, actúan las orquestas de Canaro, Lomuto, Firpo, Fresedo y De Caro. Se dice que esa noche tenía que cantar Gardel, pero un resfrío traicionero le impidió hacerse presente.
En la década del treinta, los espectáculos de tango se reiteran y una de las fechas preferidas son los célebres carnavales porteños. De todos modos, la presencia del tango sigue siendo controvertida. Los principales críticos de la época advierten sobre los peligros de degradar un escenario que hacía rato había ganado prestigio internacional.
Con la llegada del peronismo al poder, las puertas al tango se abren de par en par. “Sarampión populista” -dirá un crítico de La Nación, fastidiado por la presencia de los sindicatos en la organización de lo espectáculos. En ese períodos no sólo actuarán músicos de la talla de Aníbal Troilo, sino también orquestas de calidad más opinable como las de Juan D’Arienzo, Alfredo De Angelis y Héctor Varela. Como para irritar a los críticos de esa “intromisión populista”, la leyenda recuerda que la orquesta del Colón participó en la grabación de la marcha “Los muchachos peronistas” interpretada por Hugo del Carril.
Derrocado el peronismo en 1955, habrá que esperar dieciocho años para que el tango regrese al Colón, ahora sí para quedarse. El 17 de agosto 1972, durante el gobierno militar de Alejandro Agustín Lanusse, se realiza el “Concierto de música ciudadana” con la intervención de conjuntos de folclore y las principales orquestas de tango. Esa noche se lucen en el principal escenario del Colón las orquestas de Florindo Sassone, Horacio Salgán y Aníbal Troilo. También estarán presentes en esta jornada estelar el Sexteto Tango y el Conjunto 9 de Astor Piazzolla. Edmundo Rivero y Roberto Goyeneche, para muchos las dos grandes figuras del canto después de Gardel, actúan por primera vez en este escenario. La conducción de este verdadero festival de tango estará a cargo de Antonio Carrizo. Las orquestas de Osvaldo Fresedo y Osvaldo Pugliese estuvieron invitadas pero no pudieron asistir.
A partir de ese momento el tango no se fue más del Colón. El 24 de junio de 1975 -para los cuarenta años de la muerte de Gardel- actúa la orquesta del maestro oriental Héctor María Artola. En mayo de 1980 se presenta la Orquesta de Tango de Buenos Aires dirigida por Raúl Garello y Carlos García. Piazzolla regresa por segunda vez al Colón el 11 de junio de 1983. Esa noche su éxito fue total. Cinco veces debió salir al escenario para saludar a un público que lo aplaudía de pie. Lo acompañaron en esta verdadera jornada de consagración, Héctor Console en el contrabajo, Fernández Suárez Paz y Hugo Varalis en violines, Enrique Raizner en batería, Oscar López Ruiz en guitarra, Dalmar Guarnieri en viola, José Bragato en violonchello y Pablo Ziegler en piano.
Con esta consagración oficial de Piazzolla se clausura el debate por partida doble: contra “la guardia vieja” que lo resiste negándole identidad tanguera, y contra los más exigentes que admiten -algunos a regañadientes- que el tango es buena música.
En 1985 llega Pugliese al Colón. Esa noche Luis Brandoni lee un poema en su homenaje. “Respeto… respeto… en este piano se va a sentar un hombre… en este piano se va a sentar Pugliese… que es como decir mi pueblo…”. Para los cincuenta años de la muerta de Gardel, Atilio Stampone con su orquesta ofrece en el Colón el “Oratorio a Carlos Gardel”. Esa noche de gala está presente en el palco el presidente Raúl Alfonsín.
Para que nada falte a esta consagración cultural, en mayo de 1992 Julio Bocca y Eleanora Cassano bailan “Piazzolla en concierto”. La última asignatura que le quedaba por aprobar con la música clásica, es aprobada con las mejores calificaciones por un tribunal integrado entre otros por Daniel Baremboim, Yoyoma, Martha Argerich y Susana Moncayo.
En septiembre de 1996, Daniel Baremboim actúa en el Salón Dorado del Colón acompañado de Héctor Console y Rodolfo Mederos. Esa noche dice en una entrevista que siempre admiró a Gardel y que en el tango “la clave de su encanto está en esa tensión permanente entre su rigidez rítmica y su gran flexibilidad melódica que se mantiene independientes”. Con semejantes reconocimientos, sólo queda reservar una platea para la próxima función.