El 26 de diciembre de 1985 la orquesta de Osvaldo Pugliese actúa en el teatro Colón, un merecido reconocimiento a una de las figuras emblemáticas del tango -para muchos la más distinguida- como muy bien lo dijera esa misma noche Héctor Larrea al momento de oficiar la presentación.
Un año después la ciudad de Buenos Aires lo declaraba ciudadano ilustre, honores y reconocimientos que desde hacía tiempo se prodigaban en la calle, en los programas de radio y televisión y en las páginas de los diarios, mientras se le abrían las puertas de baluartes del tango como Michelángelo o Viejo Almacén. Pugliese recibía todas estas distinciones con su proverbial austeridad, aceptando probablemente que más de sesenta años de trayectoria merecían estos honores, que no por formales dejaban de ser valiosos.
La llegada de Pugliese al célebre Teatro Colón no sólo expresaba el máximo reconocimiento al que puede aspirar un músico profesional, sino que, como se ocupó de decirlo expresamente en esos días, hacía realidad el sueño de su madre, una modesta mujer cuya máxima ambición era ver a su hijo accediendo al sitio considerado entonces inaccesible para las clases populares. “Al Colón, al Colón”, era también la consigna que coreaba la aguerrida, pero también cultivada, hinchada de Pugliese cuando actuaba en los clubes de barrio, en un tiempo en que la popularidad de las orquestas de tango se medían por las multitudes que las seguían en sus actuaciones.
La actuación en el Colón fue la consagración de una trayectoria que se inició el 11 de agosto de 1939 en el célebre Café Nacional de la calle Corrientes. Para esa fecha Pugliese no era un desconocido en el ambiente de la música ciudadana. Al momento de constituir su primera orquesta, Pugliese exhibía como honorables antecedentes haber trabajado con las grandes figuras del tango de entonces. El joven veinteañero que sorprende a un músico como Julio de Caro con la composición del tango “Recuerdo”, es el mismo que luego va a probar su valía con esos eximios violinistas que fueron Elvino Bardaro o Alfredo Gobbi o con los más reconocidos bandoneonistas de entonces, para muchos entendidos los más grandes bandoneonistas de la historia: Roberto Firpo, Pedro Laurenz y Pedro Maffia, por no mencionar a Ciriaco Ortiz, Carlos Marcucci, Miguel Caló o a un chico que recién se empezaba a poner los pantalones largos y que se llamaba Aníbal Troilo, por lo que muy bien podría decirse que cuando Pugliese arriba a su propia orquesta, ha aprobado todas las asignaturas impuestas por un tribunal constituido por los más exigentes maestros de su tiempo.
El tango “Recuerdo” no sólo sorprendió a sus mayores por la calidad y la complejidad de su composición, sino que muchos años después llamará la atención de un músico poco amigo de las ponderaciones innecesarias como Astor Piazzolla, quien no vacilará en decir que “al escuchar “Recuerdo’ no cabe duda de que basta un pequeño arreglo para transformarlo en un tango de vanguardia”.
Piazzolla no exagera. “Recuerdo” está configurado sobre una unidad integrada por tres momentos donde adquiere particular relevancia el segundo, cuando los bandoneones establecen una suerte de diálogo a través de una línea melódica con variaciones, cambios de tono y una original coloratura de los sonidos. Nada mal para un chico que aún no ha cumplido los veinte años.
Los méritos de Pugliese son de alguna manera los méritos de toda una generación de músicos que en la década del cuarenta le dieron al tango una distinguida jerarquía. La orquesta que Pugliese conformara en 1939 forma parte de toda esa movida musical en la que se destacaban maestros como Carlos Di Sarli, Ricardo Tanturi, Florindo Sassone, Osmar Maderna, Miguel Caló, Juan D’Arienzo, Aníbal Troilo y Ángel D’Agostino. Para más de un crítico los años cuarenta constituyen el momento en que el tango desarrolla el máximo de sus posibilidades y adquiere definitivamente la condición de música clásica, como le gusta decir a mi amigo Américo Tatián.
En ese contexto histórico, Pugliese es uno de los más talentosos animadores. Su orquesta desde el inicio está integrada por músicos de primer nivel, la mayoría de ellos incorporados al cuadro de honor de un género que ya para entonces no concedía ese lugar a cualquier improvisado. Acompañan a Pugliese en esta primera orquesta dos bandoneones magistrales como Osvaldo Ruggiero y Jorge Caldara, un violín exquisito como el de Enrique Camerano y un contrabajo como el de Aniceto Rossi, el autor de un memorable y largo solo que se puede disfrutar en la grabación de 1949 de “Canaro en París”.
Como los grandes maestros de todos los tiempos, Pugliese se distingue no sólo por su creatividad y voluntad de trabajo, sino por el rigor para elegir a los músicos y cantores que lo habrán de acompañar. El rasgo distintivo de su orquesta será un estilo de trabajo fundado en la elaboración colectiva que se habrá de corresponder -dicho sea de paso- con una original gestión cooperativa en la que, fiel a sus principios comunistas, todos ganarán en proporción a su trabajo y su talento.
La historia de la orquesta dirigida por Pugliese es la historia de la consagración de grandes figuras y la sucesiva incorporación de nuevas generaciones. A fines de la década del cuarenta y principios de los cincuenta ingresan violinistas de la talla de Emilio Balcarce y Oscar Herrero o bandoneonistas como Mario Demarco o Julián Plaza. En 1968 se constituye el Sexteto Tango integrado por las figuras consagradas de la orquesta. No obstante estas deserciones de alguna manera consentidas, Pugliese renueva su elenco y, por ejemplo, en poco tiempo la línea de bandoneones estará conformada por Rodolfo Mederos, Daniel Binelli y Juan José Mosalini, quienes también en su momento optarán por alejarse de la orquesta para continuar con su desarrollo profesional, sin olvidar que el abecedario de su oficio lo adquirieron trabajando con Pugliese.
La calidad de los cantores fue también un sello distintivo. Desde Roberto Chanel a Abel Córdoba se extiende un período de más de sesenta años en el que se destacan verdaderas estrellas del canto, como fueron Alberto Morán, Miguel Montero, Jorge Maciel, Alfredo Belussi y Jorge Vidal, a lo que habría que sumar a partir de los años sesenta la presencia de la mujer en voces como las de María Graña, Gloria Díaz y Nelly Vázquez.
Capítulo aparte merece el llamado estilo de Pugliese, una marca en el orillo de una orquesta que supo en su mejor momento convocar multitudes sin hacer concesiones a la calidad y el buen gusto. En las escasas ocasiones en las que el maestro se refirió a su estilo, insistió en el deliberado esfuerzo por darle un toque diferente al primer y al tercer tiempo “no arrastrado como Di Sarli, sino bien percutido”. O como dijera el crítico Eduardo Lagos: “El llevó la acentuación de los tiempos impares a un extremo no igualado, con un arrastre previo como si se corriera un mueble pesado cada vez o si se cayera la estantería dos veces por compás…”
Pugliese siempre recordaba, a la hora de componer un tema, el consejo de su padre: “Cuando tocás tenés que mirar los pies de los bailarines; si te siguen es porque vas bien, sino el equivocado sos vos”. Algo parecido hacían entonces D’Arienzo o De Angelis, pero Pugliese resolverá este desafío manteniendo un alto nivel de calidad musical.
El estilo Pugliese es la consecuencia de una historia y de un esfuerzo sostenido de creatividad. La belleza de sus interpretaciones y la composición de temas que han pasado a integrar la historia mayor del tango como “La yumba”, “Malandraca” y “Negracha” así lo verifican. La opinión de Piazzolla una vez más merece ser tenida en cuenta: “Si el mérito de Gobbi fue haber introducido la armonía en el tango, el de Pugliese es haberle otorgado una esencia rítmica”.
“La yumba” sea tal vez su creación más notable, el tango que sintetiza, además de sus afanes estéticos más altos, toda una trayectoria musical, al punto que muy bien podría decirse que este tango es su tesis doctoral, el tratado en el que está presente toda su sabiduría y sensibilidad. Este tango el maestro lo estrenó en 1945. La leyenda cuenta que la inspiración de trabajar dos compases sutilmente contrastados mediante la intercalación de pasajes melódicos nació durante las presentaciones en el Moulin Rouge y el Picadilly. Como para honrar al destino con la flor más roja, “La yumba” es el último tango que interpreta Pugliese. Casualidad o elección, convengamos que fue una manera discreta, elegante y bella de despedirse.