No me consta que estemos viviendo la tercera guerra mundial, pero está claro que hay un enemigo que nos ha declarado la guerra y a ese enemigo hay que darle una respuesta. Sobre la calidad de la respuesta se me ocurre que no hay mucho que añadir, salvo que alguien crea que es posible alguna negociación pacifista con los señores del Estado Islámico. Sin ir más lejos, los editores del Charlie Hebdo declararon después de su tragedia que nunca más harían viñetas burlándose de Mahoma. Los resultados de semejante concesión están a la vista. Se dirá que los responsables de la masacre de Charlie Hebdo no son exactamente los mismos que los autores de esta reciente tragedia. ¿Están seguros? Yo no.
El presidente Hollande entendió mejor que nadie la lección. Hay que destruirlos, dijo y no se equivoca. No va a ser fácil, pero hay que hacerlo. Se dice que es muy difícil en las ciudades de Europa, ciudades abiertas, con libertades y garantías, impedir que un terrorista decida inmolarse en una cancha de fútbol o en un recital. Habrá que tomar las medidas de seguridad del caso, pero queda claro que la batalla en serio hay que darla en otro lado, allí donde existen sus bases militares y religiosas.
La otra alternativa es retroceder o rendirse. Optar por el miedo y renunciar a la libertad. Suponer que haciendo concesiones, los muchachos se van a dar por satisfechos. O creer que la culpa de todo la tiene el colonialismo francés, la pobreza de los árabes o el imperialismo yanqui. Las coartadas que pueden fabricar el miedo, la irresponsabilidad o la alienación ideológica son infinitas, pero los resultados son siempre los mismos: capitulación y sometimiento servil al enemigo.
Por lo pronto, Hollande no ha cedido a esa tentación. “Estamos en guerra y no vamos a tener piedad con nuestros enemigos”. Por el momento, el pueblo de Francia parece acompañarlo. No faltan las voces de los predicadores de la derrota, del miedo o la traición, pero la indignación es muy grande como para que el derrotismo por ahora se imponga. Motivos hay para estar furiosos: desde los tiempos de los nazis que París no sufre un ataque de esta envergadura.
Corresponderá a los historiadores estudiar las causas que dieron lugar a esta realidad, pero a los políticos les corresponde dar las respuestas adecuadas hoy y ahora. Tal vez, Hitler haya sido un producto de los acuerdos de Versalles, pero a nadie se le ocurriría justificar sus atrocidades en nombre de los posibles injusticias de Versalles. Corrijo. Hubo quienes lo justificaron y hubo quienes creyeron que haciéndole concesiones se tranquilizaba. La respuesta no se hizo esperar. A cada concesión un avance más de los nazis. Desde Munich al acuerdo de Hitler con Stalin hay una larga y sórdida secuencia de agachadas y complicidades que, como es de público conocimiento, se pagaron caro, los pueblos las pagaron muy caro.
Seguramente, un territorio de batalla será en las ciudades de Europa y tal vez en EE.UU. y en Rusia. Pero la batalla de fondo habrá que darla en las madrigueras de los terroristas, allí donde controlan territorios, recursos económicos y vidas. La solución no es exclusivamente militar, pero sin una respuesta militar no hay solución posible. En esta lucha, hay un lugar privilegiado para los musulmanes, muchos de los cuales han sido víctimas del Isis cuyo primer objetivo fue aniquilar a los musulmanes que no compartían su particular ideología religiosa.
Hollande no perdió el tiempo. El domingo inició los bombardeos sobre territorio controlado por los fanáticos. También hubo una reunión en Viena con los jefes políticos de los principales países involucrados en la guerra que se está librando en Siria. Según se sabe, allí se decidió dar pasos decisivos para poner punto final a esa guerra que se viene librando desde hace años. Rusia y EE.UU. esta vez parecen que decidieron ponerse de acuerdo. El paso primero es un cese del fuego, luego un gobierno de unidad nacional y la convocatoria a elecciones en un plazo razonable. Es fácil decirlo pero difícil hacerlo. De todos modos, sin el apoyo de Rusia, las horas de Assad están contadas. El problema es lo que viene después de Assad. Pues bien, a esa preocupación se intentará darle una respuesta que permita poner fin a una guerra que ya lleva más de 300.000 muertos y cientos de miles de refugiados, muchos de los cuales están ingresando a Europa con sus tragedias y sus esperanzas.
Si se lograra una solución política para Siria -o para lo que queda de Siria- la coalición antiislámica dispondrá de las manos libres para derrotar al Estado Islámico. No va a ser sencillo. El EI controla la mitad del territorio de Siria y la mitad de Irak. Raqa y Mosul son sus capitales políticas y militares. Cuentan con armas modernas y los recursos económicos que brinda el petróleo. El Isis se ha transformado en una versión alucinada de La Meca para cuanto imbécil o infame con vocación de terrorista o deseo de darle un sentido a su existencia esté dispuesto a matar e inmolarse por la causa de Alá.
EE.UU. ha declarado que no va a enviar soldados, pero que apoyará todas las iniciativas militares que se organicen en la región. El EI ha provocado el “milagro” que adversarios tradicionales como Irán y Arabia Saudita estén preocupados por el mismo enemigo. Algo parecido ocurre con Jordania, Líbano, Egipto y los Emiratos. Todos están acongojados o aterrorizados por las tropelías del Isis. ¿Aprenderán luego de esta experiencia que al terrorismo no conduce a ninguna parte o, a más crímenes y más muertes? No lo sé.
Cada uno es libre de hacer su interpretación acerca de la lealtad o sinceridad de estas alianzas, pero por el momento se impone como objetivo destruir al enemigo principal, a esta excrecencia criminal que se propone restaurar el califato y su propia versión del Islam, una versión alucinada, delirante, pero sobre todo una versión que chorrea sangre y muerte.
¿De dónde salieron estos monstruos? De varias causas. Desde la descabellada invasión de EE.UU., la guerra civil en Siria y los efectos de la denominada “Primavera árabe”, esa experiencia que despertó tantas ilusiones y provocó tantas desgracias. El derrumbe de Irak y Siria creó -qué duda cabe- un vacío de poder que lo ocupó el Isis. Hasta aquí las explicaciones son más una descripción de lo que todo sabemos que una interpretación adecuada a una realidad compleja. Es verdad que la invasión a Irak fue un despropósito, como también lo es la guerra civil en Siria, pero ello no alcanza explicar -de allí no se deriva de manera lineal- la naturaleza del Isis. ¿Por qué ese fanatismo, por qué ese instinto de muerte, por qué esa vocación territorial de poder? ¿Por qué ese odio que transforma a Al Qaeda en una versión edulcorada de los boys scouts?
No hay respuesta a este interrogante, salvo la presunción de que algo hay en el Islam que provoca este tipo de reacciones. Recordemos que antes del Isis estuvo Al Qaeda y, en Afganistán, los talibanes. En todos los casos, el fanatismo y el crimen estuvieron presentes. El Isis hoy es su máxima manifestación, pero nadie puede asegurar que sea la última.
Mientras tanto, a la batalla habrá que encararla en serio. Que Rusia y EE.UU. hayan dado pasos para un entendimiento es una buena noticia. Rusia, en particular, está tan o más interesada que EE.UU. en resolver este problema. El terrorismo islámico para los rusos no es un problema exterior sino interior. Hace unas semanas le derribaron un avión con pasajeros. A estas “ofensas” un halcón como Putin no las perdona. Rusia hasta el momento ha sido el principal soporte de Assad en Siria, pero parecería que esa historia está llegando a su fin.
¿Y París? Por el momento queda claro que está muy lejos de ser una fiesta. Para los argentinos nos resulta interesante por lo pronto observar cómo en menos de una semana su sistema de seguridad descubre a los asesinos con nombre y apellido, algo que en nuestros pagos parece ser imposible. Veinte años pasaron desde los atentados a la Embajada de Israel y a la Amia y sin noticias. Un año de la muerte de Nisman y todavía no sabemos si lo asesinaron o se suicidó