Para quienes le reprochan a Mauricio Macri esmerarse en emitir discursos donde lo que abundan son las genéricas vaguedades, las pueriles buenas intenciones o los consejos al mejor estilo libro de autoayuda, deberían prestar atención a un discurso donde por debajo de esa cortina de humo de lugares comunes y frases de ocasión, se filtran algunas decisiones a veces inesperadas, a veces sorprendentes, pero en todos los casos interesantes y, sobre todo, representativas de una voluntad de poder a la que habrá que prestarle la debida atención.
Pongamos por ejemplo la delicada política exterior, la necesidad de precisar el lugar que le corresponde a la Argentina en el mundo, definición que -resulta innecesario explicar- tiene que ver con la estrategia de crecimiento y desarrollo de la Nación. En su primera conferencia de prensa convocada doce horas después de haber ganado las elecciones, Macri dejó de lado el tono fiestero, la algarabía ruidosa y se mostró como un jefe de Estado prudente, cuidadoso de sus palabras y sus gestos y, sobre todo, preocupado por ejercer el poder con responsabilidad.
Mientras en algunos temas prácticos de política interna el presidente electo prefirió reclamar paciencia, por otro lado no vaciló en anunciar algunas decisiones en materia de política exterior que seguramente darán lugar a discusiones y al previsible rechazo del kirchnerismo y sus aliados internos y externos. Me refiero al anuncio de reclamar en el Mercosur sanciones para Venezuela por las persecuciones a la oposición y las reiteradas y públicas violaciones a los derechos humanos.
No hace falta ser un sagaz observador de la política exterior para imaginar los rechazos que generará esta iniciativa en la Argentina, y las incomodidades que provocará en los países miembro del Mercosur, empezando por Brasil y su presidente Dilma Roussef, quien nunca ocultó sus simpatías por el chavismo, simpatías un tanto reprimidas en la actualidad debido a la lluvia de denuncias en su contra por parte de la oposición, denuncias que incluyen a los principales caciques del Partido de los Trabajadores acusados de perpetrar reiterados actos de corrupción.
En menudo lío se mete el flamante presidente apenas a diez horas de haber sido confirmado su triunfo electoral. Es más, la beligerancia en este campo ya estuvo presente la misma noche de los comicios, cuando Macri decidió sacarse una foto con Lilián Tintori, la esposa de Leopoldo López, el dirigente opositor al chavismo, preso desde hace un año y medio. Además de esposa, Tintori es candidata a diputada por el partido Fuerza y Fe para las elecciones previstas para el próximo 6 de diciembre, esas elecciones que el presidente Nicolás Maduro ya anticipó que, en caso de ser derrotado en las urnas, sacará el ejército a la calle para defender a punta de pistola los valores de la supuesta “revolución bolivariana”.
Anunciar que en la próxima reunión del Mercosur, la representación argentina reclamará una sanción para Venezuela, significa entre otras cosas confirmar que nuestro país altera de manera radical su política exterior, habida cuenta que el chavismo fue un aliado estratégico del régimen kirchnerista, una relación que ni las muertes de Kirchner y Chávez alteraron en sus líneas fundamentales.
De todos modos, a nadie se le escapa que las fantasías del chavismo se están cayendo a pedazos, que sus aspiraciones de liderar a los protagonistas del sedicente Socialismo del siglo XXI se han reducido a su mínima expresión al ritmo de las caída del precio del petróleo, la galopante inflación, la creciente pobreza de los sectores populares, la escandalosa corrupción que contamina a políticos, funcionarios y militares con los negociados del narcotráfico y la aterradora inseguridad que transforma a calles y barrios de las principales ciudades en tierra de nadie.
El otro tema en el que Macri no fue ambiguo o impreciso fue el del desgraciado Memorándum firmado con Irán. Al respecto, sus palabras fueron concluyentes: le reclamará al Congreso que derogue el pacto firmado por Héctor Timermann con las autoridades de Irán en enero de 2013, pacto que, dicho sea de paso, fue aprobado en su momento por nuestro Congreso, aunque produjo resultados
porque las nuevas autoridades políticas de Irán no lo han firmado y, seguramente, no lo van a firmar.
Estimo que no es necesario entrar en detalles respecto de los contenidos de este pacto y de los rechazos que produjo por parte de la oposición política, el periodismo y la comunidad judía, aunque basta por ahora con tener presente que una de las consecuencias del mismo fue la decisión del fiscal Alberto Nisman de reclamar un juicio político a la presidente, decisión que no creo exagerar o faltar a la verdad si afirmo que le costó la vida.
Será el Congreso de la Nación -institución clave de la democracia que seguramente dejará de ser una escribanía del poder- el que decidirá al respecto. Sería imprudente de mi parte adelantar resultados, pero lo que importa destacar es la decisión del presidente Macri de avanzar en una dirección que contradice en toda la línea la estrategia internacional diseñada por la actual presidente. Reclamar la nulidad del Memorándum firmado en mala hora con Irán, apunta entre otras cosas a recuperar la confianza exterior, a “ganar en coherencia” como sostuvo en la mencionada conferencia de prensa el presidente electo, y a empezar a tomar distancia con los regímenes autoritarios a los que el gobierno de la señora Cristina de Kirchner legitimó y halagó hasta la imprudencia.
El otro anuncio del nuevo mandatario fue el de adelantar que su primer viaje al exterior será a Brasil. Más claro echarle agua. Se trata de fortalecer la relación con este vecino y aliado estratégico con el cual habrá que consolidar lo que ya se ha hecho, pero al mismo tiempo definir otros rumbos. Brasil es el Mercosur y el Mercosur debería ser la plataforma que nos permita insertarnos en el mundo, y en primer lugar en América Latina, en nuevos espacios económicos como el Pacto del Pacífico esa alianza que abre renovadas oportunidades en el mundo.
Un poder político que se reclama republicano, que insiste en el consenso, el diálogo y el entendimiento en el orden interno, no puede proyectar hacia el mundo una política que no sea coherente con estos valores: la paz y la coexistencia, el respeto por las autodeterminación, los acuerdos con todas las Naciones del mundo, la selección de aliados estratégicos que nos permita no sólo decidir el lugar que nos corresponde en el mundo, sino aprovechar nuestras ventajas comparativas y competitivas.
Claro que para iniciar una política exterior renovada se impone poner en actividad las iniciativas que la hagan posible. A las imperativos del presente se suman en este caso la presencia de un canciller a la altura de estos ideales, a lo que se deberán sumar embajadores que nos honren y no “premios políticos”, pero por sobre todas las cosas será imprescindible una cancillería que respete a los funcionarios de carrera y que se destierre el pernicioso hábito de degradarla en un reducto de incondicionales o, lo que es peor, en una agencia de empleos.
Por último, corresponde tener presente la colaboración de quien es considerado por méritos propios la autoridad espiritual y, desde una perspectiva amplia, el político más importante del mundo. Me refiero al Papa Francisco, preocupado por atender la lógica de la globalización con sus luces y sombras para desde allí destacar cuáles son las metas y valores que debe sostener esa globalización que se abre hacia el siglo XXI.
Francisco, cuando era el cardenal Bergoglio, mantuvo una relación institucional y política intensa con Macri y sus principales colaboradores. Fue el flamante presidente el que recordó esta relación y destacó la ayuda que las gestiones del Santo Padre puede brindar a nuestra política exterior en tanto esta política esté en sintonía con principios humanistas y racionales.