La oposición derrotó al régimen chavista por más de dos millones de votos. El propio Nicolás Maduro admitió la paliza ante lo que calificó como una guerra económica librada contra su gobierno por parte de la ultraderecha. El mandatario recurrió a un lenguaje que los argentinos aún tenemos presente: los ganadores expresan el capitalismo salvaje, el neoliberalismo y la contrarrevolución. En consecuencia, lo que le espera al pueblo es hambre, miseria y humillación nacional por parte de los personeros del imperio.
Arribar a semejantes conclusiones después de una campaña electoral en la que el oficialismo manejó de manera absoluta los recursos estatales y los medios de comunicación, no deja de ser algo patético, sobre todo para un gobierno que dice representar a los intereses de las masas populares, las mismas que en estas elecciones evidentemente le dieron la espalda, supuestamente engañadas por lo que se calificó como una verdadera guerra económica contra la patria y los más necesitados.
Maduro, claro está, no dice una palabra sobre la pavorosa inseguridad en las calles, mucho menos respecto de los salarios mínimos y miserables de diez euros o a la creciente pobreza de las masas populares, como lo indican incluso las encuestas oficiales. Es que, disminuida la renta del petróleo, el chavismo deviene en un populismo corrupto e impotente. La pobreza de las clases populares en ese sentido es inversamente proporcional a la fabulosa riqueza acumulada por la denominada “burguesía bolivariana”, entre los que se destacan los familiares de Chávez, Cabello y Maduro.
Tampoco se registra en el discurso del presidente Maduro y sus colaboradores inmediatos, alguna mínima referencia autocrítica. Para ellos, la culpa siempre la tienen “los otros”, un combo que incluye a los opositores, pero también a políticos y mandatarios extranjeros que se tomaron la licencia de advertir sobre la naturaleza autoritaria del régimen. Sin ir más lejos, en la reciente campaña electoral, Maduro amenazó con expulsar del país a ex mandatarios extranjeros que actuaban como veedores. ¿Causa? Haber observado el monopolio publicitario y propagandístico del poder; o haberse atrevido a solicitar la libertad de los presos políticos, empezando por Leopoldo Luque y Antonio Ledezma, presos políticos acerca de los cuales el gobierno argentino y sus aliados “naturales” -incluyendo los organismos de derechos humanos- no han dicho una palabra.
Los epígonos del chavismo, argumentan que la derrota demuestra la falsedad de las imputaciones de la oposición acerca de la naturaleza fraudulenta del régimen. Según esta línea de razonamiento, los dirigentes opositores deberían pedirle disculpas a Maduro. ¿Es tan así? Más o menos. La lucha política en Venezuela es muy dura, muy facciosa si se quiere, entre otras cosas porque el régimen chavista, después de más de quince años en el poder, no ha dejado otra alternativa. La propia campaña electoral estuvo dominada por el oficialismo y abundaron las amenazas, incluso la de sacar el ejército a la calle si el resultado electoral era adverso.
Ocurre que en las actuales circunstancias políticas se hace difícil, por no decir imposible, instalar una dictadura a lo Somoza o a lo Castro. Necesidades objetivas y materiales lo impiden. Chávez, como Maduro, expresaron en diferentes ocasiones su pesar por no disponer de un poder absoluto como el que lograron los Castro en Cuba. Por lo tanto, deben conformarse con el autoritarismo, la más desenfrenada demagogia y el despilfarro irresponsable de los recursos económicos. Evidentemente, eso no alcanza. Ellos también quieren ir por todo.
El régimen, por lo tanto, está obligado a convocar a elecciones, porque ésa es la principal fuente de de su legitimidad populista. En el camino encarcela a opositores, amordaza a los medios de comunicación críticos, manipula a los organismos de control y recurre a los abundantes recursos del Estado para comprar la voluntad de los más necesitados. Tampoco se priva de movilizar sus singulares milicias populares cuya tarea consiste en intimidar a los opositores.
Por lo visto, y a la luz de los resultados, nada de esto alcanzó para impedir la derrota. Incluso, el fraude practicado de diferentes maneras ya no sirvió para ganar, sino para disminuir las diferencias. El régimen -un hábito que los argentinos conocemos- demoró en dar a conocer los resultados finales. Las elecciones concluían a las 18, pero el gobierno decidió que se prorrogaran por una hora más porque no ignoraban que se les venía la noche. Nada alcanzó. Como se dice en estos casos -y los argentinos lo sabemos-, el fraude se puede practicar cuando la diferencia es mínima, pero cuando, como en este caso, la oposición duplica en votos al oficialismo, lo único que se puede hacer es anular las elecciones o declarar lisa y llanamente la dictadura, algo que Maduro no puede hacer por más ganas que tengan algunos de los gurkas del oficialismo.
De todas maneras, las palabras de Maduro reconociendo la derrota, fueron amenazantes. No habló como un presidente sino como el titular de un poder absoluto. Los ganadores, según sus propias palabras son los enemigos de la patria, y ya se sabe lo que Maduro piensa de gente de esa calaña. De sus palabras, se puede deducir que la oposición controlará la Asamblea Nacional, pero el poder real seguirá en manos de los “revolucionarios”. ¿Será tan así? Lo será si los dejan. Y en este caso los impedimentos no sólo provendrán de la oposición, sino también de sectores internos del chavismo y, muy en particular, de las fuerzas armadas, las mismas que en estos días se opusieron a salir a la calle para defender los “logros” de la revolución.
Digamos que el poder del chavismo se está debilitando aceleradamente. La pobreza, la inflación, la violencia callejera, el fracaso de los ensayos económicos, la caída de los precios del petróleo, son los responsables de este naufragio. Fiel a su naturaleza populista, el chavismo está dejando una nación en ruinas y pareciera que no son pocos los militares que no tienen muchas ganas de marchar a esta suerte de suicidio colectivo.
El otro peligro que amenaza a la nación proviene del narcotráfico. O, para ser más preciso, de los formidables negociados que militares y chavistas realizan con los cárteles de la droga, particularmente los colombianos; pero también los flamantes cárteles venezolanos, que cuentan entre sus distinguidos capos a prominentes oficiales del ejército chavista. Es más, en algún momento se llegó a decir que la cocaína y sus derivados muy bien podrían ser la fuente de un financiamiento alternativo al del petróleo.
No creo que lo puedan hacer, pero no está de más recordar que para la “ética” populista venderle drogas a los yanquis no sólo no representa ninguna contradicción, sino que puede llegar a ser un acto antiimperialista. Nada nuevo bajo el sol. Algo parecido hicieron y hacen sus aliados de las Farc; y otro tanto hizo el régimen cubano en alianza con el sandinismo. Es que como se empecinan en probar los hechos, el “narcosocialismo” no es un atributo del socialismo santafesino, como lo calificó un lenguaraz de La Cámpora, sino un componente estructural del populismo latinoamericano, como bien lo sabe ese funcionario para todo servicio del kirchnerismo conocido como el Morsa Fernández.
La victoria de la oposición en Venezuela abre un escenario interesante para la democracia, siempre y cuando esa oposición se mantenga unida y sepa combinar, con sabiduría, las exigencias políticas con la moderación. La derrota electoral del chavismo representa un duro golpe al régimen, pero el peor error que se puede cometer en estos casos es subestimar su capacidad de maniobra. Según Raúl Castro, el chavismo libró una extraordinaria batalla electoral. Dicho como para concluir: resultan conmovedoras las palabras de Castro a favor de las elecciones; justamente, él y su hermano Fidel, quienes durante casi sesenta años gobernaron a la isla sin llamar a elecciones ni siquiera para elegir al presidente de una modesta cooperadora escolar de campaña..