Chau Señora

Ya pasó. Lo peor ya pasó. Ella se fue. Ocho años (si desean agregar cuatro años más son libres de hacerlo) de populismo, demagogia, despilfarro irresponsable de recursos y afanes autoritarios llegaron a su fin. Amigos, conocidos, me comentaban que contaban los minutos y los segundos con el reloj en la mano. Las doce de la noche. Por fin.

Macri es una esperanza. Como toda esperanza puede realizarse, realizarse a medias o fracasar, pero en cualquiera de los casos ya se ganó un lugar en la historia: la desalojó a Ella de la Casa Rosada y de la Residencia de Olivos. Hecho. Misión cumplida. Y lo hizo con el voto popular. Ni maniobra destituyente, ni asonada, ni conspiración: veredicto popular. Y si hubo maniobra destituyente, no fue precisamente la oposición la que recurrió a ella.

Es verdad, no se va una dictadura. Se va un régimen político corrupto y farsante que se propuso ir por todo y fracasó. No fue una dictadura, pero quiso serlo. La etapa histórica no ayudó para que así fuera. En los tiempos que corren, los regímenes autoritarios de dominación en América Latina no son militares o bananeros, son populistas y el modelo a seguir, el modelo que fascinaba y fascinó a los Kirchner es el venezolano, el de Chávez y Maduro, el de “Aló presidente” y “Hola pajarito”. Ése era nuestro destino. La sociedad argentina, con su maldita clase media urbana y rural no lo permitió.

La comedia tuvo el cierre digno de ella. Histeria, narcisismo, manipulación. Después, la última orden a la tropa: no asistir a la Asamblea Legislativa. La tropa, sus principales personeros, fieles a su condición de tropa, cumplieron al pie de la letra las órdenes de la Jefa. Serviles. Esclavos políticos que añoran el silbido del látigo. Conspiradores de pacotilla que merecen ser mandoneados y humillados por el Morsa Fernández.

Llegó haciendo daño y se fue haciendo daño. Idéntica a sí misma hasta el último momento. Luego de su arenga en Plaza de Mayo, el helicóptero. Tanto ensuciar la cancha para terminar yéndose por la puerta de atrás y en helicóptero, ¿Como De la Rúa? No igual, pero parecido. Una vergüenza. Fue necesario un pronunciamiento de la Justicia para que la Señora se hiciera cargo de que su tiempo como presidente había llegado a su fin. Adiós a las veladas en Olivos con los incondicionales, a la jarana de Casa Rosada con los obsecuentes aplaudiéndola con obsequiosas sonrisas y húmedas muecas; adiós a los aviones oficiales que volaban desde el Calafate a Aeroparque hasta para buscar los diarios; adiós a las cadenas nacionales periódicas; adiós a los agasajos en el jet set internacional de la política; adiós a la sensualidad del poder que la hizo vibrar de placer durante años; adiós a la posibilidad de continuar enriqueciéndose como abogada y presidente exitosa.

Nadie la echó, por supuesto. Ella misma se preocupó por tender su propia celada. Bien pensado, el desenlace no debería sorprender a nadie. Todos teníamos la certeza de que Ella no iba a aceptar entregar el poder. Lo pensamos y algunos lo escribimos. Se entiende. Cuando se piensa al poder como una propiedad, cuando se está absolutamente convencida de que la Residencia de Olivos y la Casa Rosada son tan suyas como sus otras propiedades en Recoleta o Puerto Madero, no se admite de buenas a primeras que unos despreciables intrusos neoliberales la desalojen.

Una confesión, sin embargo, se me debe permitir. Yo imaginaba esa posibilidad, pero íntimamente tenía mis dudas. No será capaz de tanto, pensaba; a último momento va a sentar cabeza; mal que bien es una dirigente política y etcétera, etcétera, etcétera. Hombre de poca fe. Lo hizo. Ya lo había insinuado cuando cinco años antes intentó disputarle a Macri el protagonismo en la inauguración del Teatro Colón. Y así le fue. Ahora otra vez, pero más grave. Ya no se trataba de la reinauguración del Colón, sino del traspaso de la máxima investidura presidencial. Y lo hizo. O se hacen las cosas como yo quiero, o me voy a casa con la pelota y la muñeca.

Remember. Primero, la orden de que todo se haga en el Congreso; después, que no podía ir a Casa Rosada porque se le hacía tarde para tomar el avión y visitar a su cuñadita; más adelante, el tuit presentándose prácticamente como una pobre mujer golpeada por ese macho bravío y prepotente que responde al nombre de Mauricio; finalmente, la declaración del escribano de Casa de Gobierno afirmando que el mandato de Ella recién concluía el jueves a las doce de la noche.

Fue la gota que derramó el vaso. No sé cuáles habrán sido exactamente las palabras de los operadores macristas, pero no me extrañaría que alguien haya dicho algo fastidiado: “Que se deje de joder”. Entonces la presentación judicial, porque Macri no iba a aceptar hacer el juego de Ella; tampoco era prudente arribar a una jornada clave del orden político sin que quedase claro quién es el que manda. “Que se deje de joder; a las doce de la noche del miércoles concluye su mandato y si no quiere venir que no venga, pero el país no puede estar en vilo por los caprichos de una mujer enferma de importancia”.

Por supuesto, los muchachos pusieron el grito en el cielo. El Morsa y su compadre Parrili dijeron que era un golpe de Estado, que corría peligro la seguridad de la Niña, y hasta que se trataba de levantar una cortina de humo para disimular la inflación y el precio del dólar. Increíble. Macri no había asumido y ya era responsable de la inflación y de una tentativa de golpe de Estado de doce horas. Parrili y el Morsa. Los verdaderos rostros de la causa K.

“Lo de la cautelar fue un error, porque le dieron un pretexto a Ella para patear el tablero”, dijeron los que suelen posar de objetivos en estos casos. Seamos claros. La Señora no quería entregar el poder, nunca quiso entregarlo y, mucho menos, sacarse una foto. Para colmo de males, el neoliberal de ultraderecha llamado Macri se negó a acordar con la Señora la impunidad para los actos de corrupción de Ella y sus secuaces. Como decía mi amigo: “Por ahí cantaba Garay”.

Inconcebible. Macri se atreve a decirle a la Señora en Olivos que él no puede ni debe ordenarles a los jueces que no la investiguen. Inconcebible e imperdonable. Y encima quiere una foto.

Por supuesto que habría sido mejor para todos que hubiera estado presente en la Casa Rosada entregando los atributos del mando como ordena la Constitución. De todos modos, los procedimientos se cumplieron y el 10 de diciembre fue una fiesta cívica. Y lo fue a pesar de Ella, el Morsa, Parrili, Kunkel y Bonafini. Tanto lo fue, que llegué a pensar que tal vez tenía algo de razón. Fiestas como ésas no son para Ella. Pluralismo, tolerancia, diversidad, cumplimiento de las normas. No, no es un lugar para Ella. No habría estado cómoda. Su lugar es el atril, el protagonismo excluyente, el séquito de rodillas, las turbas aplaudiéndola frenéticas. No, no era un lugar para Ella. Tal vez hizo bien en no ir.

Un país normal comienza a ponerse de pie. ¿País normal? Sí, normal, es decir un país decidido a cumplir con las normas, decidido a respetar algunas reglas básicas del sentido común, decidido a ser previsible. ¿No los convence lo de “normal”? ¿Les parece ambiguo, impreciso? Vamos a los ejemplos. El mismo 10 de diciembre en la provincia de Buenos Aires, Scioli, el derrotado candidato presidencial K, entrega los atributos del poder a María Eugenia Vidal. En Jujuy, el gobernador peronista Fellner hace lo mismo con Gerardo Morales. Lo normal. Un procedimiento que se cumple en cinco minutos y a otra cosa mariposa. No sucedió lo mismo en el orden nacional. Histeria, remilgos, poses, mala fe, trampa. ¿Se entiende ahora qué se quiere decir cuando se habla de volver a un país normal? ¿O además es necesario recordar que ese concepto se pronunció en 2003, y quien lo hizo fue un señor que respondía al nombre de Néstor Kirchner? ¿Se acuerdan? Justicia independiente, diversidad, convergencia, derechos humanos, diálogo, superávit fiscal, federalismo…

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