Nazis en el Luna Park

 El 10 de abril de 1938, alrededor de veinte mil nazis se reunieron en el Luna Park para rendir honores a Hitler. Un mes antes, Alemania anexaba a Austria (Anschluss) y transformaba a un país soberano en una provincia del Tercer Reich. El mismo 10 de abril el führer convocó a un plebiscito en el que obtenía el noventa y nueve por ciento de adhesión. Como se dice en estos casos: “El pueblo nunca se equivoca”.

Así lo pensó en su momento la embajada alemana en Buenos Aires, que organizó un acto público con más de tres mil personas en el club Alemán. Entusiasmados por las fogosas adhesiones, intentaron convocar a un plebiscito de reconocimiento al führer. El gobierno de Roberto Ortiz no se lo permitió y entonces decidieron marchar a paso de ganso hacia el Luna Park, con sus almidonadas camisas pardas, sus vistosas cruces esvásticas y sus enternecedores himnos guerreros.

El acto celebrado en aquel lejano domingo de abril de 1938 fue considerado como la concentración pronazi más importante en el mundo. Pronto se sabría que lo sucedido en el Luna Park no era un punto final, sino un punto de partida. Desde las primeras horas de la mañana, legiones de jóvenes imberbes desfilaban a paso de ganso hacia el gran estadio cubierto. El escenario no tenía nada que envidiar a un acto celebrado en Berlín, Munich o Nüremberg. Abundaban muchachitos rubios que lucían orgullosos sus camisas pardas, hombres rubicundos extendiendo el brazo para saludar algún retrato de Hitler y cruces gamadas de todos los tamaños repartidas por los cuatro costados del estadio.

El acto fue promovido por la embajada de Alemania y el apoyo militante de destacados miembros de la comunidad alemana en la Argentina. A ello se sumaba la prédica arrebatada de diarios financiados por el Tercer Reich: El Pampero, América alerta, o El Federal, para citar a los más destacados. Los diarios nacionales El Mundo y La Razón, también brindaban su aporte militante a la causa. Al respecto, los servicios prestados deben de haber sido elevados para que el propio Hitler mandara de puño y letra sus más “cordiales saludos” a los alemanes residentes en la Argentina.

Una densa red de asociaciones civiles, se encargaba de repartir la buena nueva a lo largo del territorio. En esos ardorosos años de militancia se creó la Comisión de Cooperación Intelectual con Alemania. La integrarán algunos caballeros respetables cuyos nombres merecen mencionarse: Matías Sánchez Sorondo, Gustavo Martínez Zuviría, Carlos Ibarguren, Ricardo Levene y Bernardo Houssay.

Algunos de ellos se arrepentirían en el futuro de su apoyo a un régimen genocida. Si fuera posible justificar esta decisión, habría que decir que a mediados de los años treinta, Hitler era presentado como un fogoso caudillo nacional decidido a defender los valores cristianos y combatir el comunismo y la charlatanería liberal, pero no como el promotor del Holocausto.

Retornemos a ese domingo de abril de 1938. En el estrado de honor se distinguían algunas celebridades políticas criollas: Manuel Fresco, gobernador de la provincia de Buenos Aires; y su ministro, Roberto Noble. Fresco ya había anticipado en su provincia las bondades del régimen nazi-fascista. Por lo pronto, se jactaba de haber prohibido en la provincia de Buenos Aires el funcionamiento de las escuelas judías.

No todas eran adhesiones a los nazis en esa vibrante jornada cívica y popular. La Federación Universitaria Argentina (FUA) organizó ese mismo día un acto de repudio contra los nazis en la Plaza San Martín. Fue allí donde la policía se acordó de los beneficios del orden y procedió a reprimir a los estudiantes. Los muchachos resistieron con piedras, piedras dirigidas contra los policías y las vidrieras de los opulentos negocios alemanes. La represión se endureció, y como consecuencia hubo dos muertos, alrededor de treinta y cinco heridos y más de cincuenta y cinco estudiantes presos.

En el Luna Park, mientras tanto, la libertad era plena y absoluta. La consigna que iluminaba la jornada era aleccionadora: “Un pueblo, una nación, un conductor”. Pocos años después -y en otros escenarios- la consiga volverá a repetirse, pero con adhesiones mucho más amplias. El principal orador del acto fue el delegado comercial de la embajada de Alemania: Erich Otto Meynen, hombre dueño de un vocabulario fogoso y encendido, marcialidades que no le impidieron agradecer a la Argentina, país al que no vaciló en calificar de hospitalario y generoso. Faltaba más.

En realidad, el héroe de la jornada, el forjador de adhesiones a Hitler fue el embajador Edmundo von Thermann, considerado por los observadores como uno de los diplomáticos más populares de Buenos Aires, el hombre cuya presencia de rígido corte prusiano, era muy bien recibida en ciertos salones de las clases altas y en los discretísimos hogares de la comunidad alemana.

¿Todos los alemanes eran nazis en la Argentina de entonces? No hay mediciones objetivas, pero en esos años muchos alemanes justificaron su adhesión a Hitler, alguien que, según ellos, gobernó muy bien para Alemania hasta 1939, es decir, hasta el momento en que decidió entrar a la guerra. La coartada es comprensible, pero el análisis histórico afirma que para 1938 Hitler ya prefiguraba con nitidez lo que será en el futuro: antijudío, militarista y totalitario.

Mención aparte, merece el diario Argentinisches Tageblatt, diario escrito para la comunidad alemana y dirigido por la familia Alemann, los abuelos y los padres de Roberto y Juan. El perfil antinazi del diario alarmó al propio Goering, que no vaciló en calificarlo de traidor a Alemania, además de ordenarle a las empresas alemanas en la Argentina que no le aportaran avisos. Goering no será el último en nuestro país en ordenar campañas de liquidación de diarios opositores.

El acto en el Luna Park debió haber impactado en la Argentina democrática, porque unas semanas después, el presidente Ortiz ordenó una investigación para indagar sobre el funcionamiento de las asociaciones extranjeras. También se tomó conocimiento de que alrededor de doscientas escuelas alemanas funcionaban subsidiadas por capitales privados. En muchos de estos locales escolares se cantaba el Himno Nacional Argentino con el saludo nazi. Y en más de un caso, a la letra de Vicente López y Planes le sucedían los versos de “Horst wessel lied”.

El diputado socialista Enrique Dickmann, promoverá la creación de una comisión especial que quedará integrada por Raúl Damonte Taborda, Silvano Santander y Juan Solari. No van a durar mucho. El gobierno de Castillo le reducirá los recursos y cuando lleguen al poder los nazis criollos de 1943, la comisión será disuelta y sus promotores deberán exiliarse en Montevideo para salvar el pellejo.

El acto nazi celebrado en el Luna Park no fue una anécdota menor en la Argentina. La iniciativa dejó sus retoños locales en las fuerzas armadas, el campo intelectual y el sistema político. Según cifras estimativas, el partido nazi versión criolla llegó a contar con un padrón de setenta mil afiliados en estos pagos. El presidente Ortiz ordenó su disolución, pero poco nos cuesta imaginar que para ese momento sus militantes más fervorosos ya presentían su nuevo destino.

Que al finalizar la Segunda Guerra Mundial, la Argentina se haya transformado en una suerte de santuario de criminales de guerra, tal vez no haya sido una casualidad o el resultado de una recoleta preocupación para aprovechar los supuestos saberes científicos de profesionales en el arte del exterminio en masa. Sin exageraciones, se estima que entre 1945 y 1950 alrededor de siete mil nazis fueron recibidos en la Argentina con los brazos abiertos.

En homenaje exclusivo a la imaginación y con el civilizado afán de especular en el aire, no estará de más preguntarse acerca del destino de esa multitud que en 1938 gritó “¡Heil Hitler!”, hasta enronquecer. ¿A quiénes habrán votado esos jovencitos de mirada torva y esos caballeros de recia estampa, en las elecciones de 1946? Carecemos de información para brindar una respuesta objetiva, pero la carencia de datos no nos impide imaginar cuáles pueden haber sido sus escogidas y selectas preferencias en los reñidos comicios de febrero de 1946.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *