Los viejos tangueros lo tienen presente con mucho afecto. Cantaba bien, era buen mozo y su estampa elegante y distinguida se lucía en las películas más taquilleras de su tiempo. Nació en Montevideo el 25 de septiembre de 1903. Con la arbitrariedad y las variaciones del caso se considera que él y Julio Sosa son los grandes baluartes del tango oriental. Yo agregaría a la lista el nombre de Enrique Campos, un cantor sutil, cálido y calificado como una de las grandes voces del género. Y seguramente los más jóvenes no prescindirían del nombre de Gustavo Nocetti. Por el lado de las mujeres, Nina Miranda es insustituible. Como tampoco se pueden eludir los nombres de Francisco Canaro. Enrique Saborido y Gerardo Matos Rodríguez. Capítulo aparte es la supuesta nacionalidad uruguaya de Carlos Gardel, una pertenencia que para los orientales es tan uruguaya como el mate, Artigas y el Cerro de Montevideo.
Alberto Vila se inició en el tango imitando a Carlos Gardel. Los que lo frecuentaron dijeron que nunca dejó de hacerlo. Ésa fue su virtud pero también su límite. Los cronistas registran que debutó como artista en la Trouppe Ateniense dirigida por Víctor Soliño, Roberto Fontaina y Ramón Collado. Los primeros temas los interpretó en privado para el grupo de iniciados, pero el debut lo hizo en el Teatro Solis de Montevideo el 6 de octubre de 1927. Entonces, el tema que le permitió ganar el afecto del público fue “Siga el corso” de Anselmo Aieta y Francisco García Jiménez.
La sesión musical en Uruguay debe de haber sido buena, porque dos meses después actuó en el Coliseo de Buenos Aires y el público lo aplaudió de pie. El éxito fue tan arrollador que a las pocas semanas grabó cuatro temas para el sello Víctor, un privilegio al que sólo accedían los que entraban por la puerta grande de la fama. En la ocasión, los temas que registró fueron “Ensueño”, de Homero Manzi y Sureda; “Perdónala”, de Soliño, Fontaina y Agnese; “Che papusa oí”, de Enrique Cadícamo y Gerardo Matos Rodríguez, y “Niño bien”, de Soliño, Fontaina y Collazo.
Para esa época, Vila trabajaba en el Banco de Descuentos de Montevideo y los fines de semana se escapaba a Buenos Aires para cumplir con sus compromisos artísticos. A principios de 1929, organizó una gira por Europa, pero desistió del emprendimiento porque lo contrataron por tres meses en Radio Prieto y luego se incorporó a la programación de los teatros Empire y Florida. Fue entonces cuando renunció al empleo en el banco y se lanzó de lleno a su carrera de artista. No le fue mal. En el teatro Empire, entonces ubicado en la esquina de Maipú y Corrientes, compartió el escenario con Josephine Baker, lo que lo consagró como una de las grandes revelaciones de la noche porteña. Ya para esa fecha, había grabado su primer disco como solista. Allí, quedaron registrados la zamba “Golondrinas”, el vals “En un pueblito español” y el fox trot “Príncipe azul”.
El cartel de la noche porteña en aquellos años no era muy diferente al de la noche montevideana. Si se triunfaba en una orilla había muchas probabilidades de triunfar en la otra. Vila no fue la excepción, como lo demuestra el hecho de ser contratado por Radio El Espectador y Radio Sport. Allí intervino acompañado por las guitarras de Baudino, Pando y Pérez.
Alberto Vila grabó hasta 1942 más de cien temas (ciento tres, dicen los coleccionistas), algunos realmente memorables. En la actualidad, no es fácil hallarlos en las disquerías, pero con paciencia algo se puede encontrar. Hace unos años, el sello Altaya publicó una colección bastante completa del tango y allí se incluyeron algunos de sus temas todos acompañados con guitarras.
Si se me permitiera sugerir sus mejores creaciones recomendaría “Agua florida”, “Che papusa oí”, “Tengo miedo”, “Garufa”, “Esta noche me emborracho”, “Adiós muchachos”, “Cómo se pianta la vida” y “Sacate el antifaz”, un tema que interpreta como los dioses; se trata de un poema escrito por Alberto Munilla con música de Orlando Romanelli que Vila lo grabó en 1930. Algunos versos del poema merecen recordarse, particularmente su estribillo: “Sacate el antifaz/ Marquesa de Trianón/ quiero mirar tu faz/ y darte el corazón/ debe de ser un sol/ tu rostro angelical/ te ruego por favor/ sacate el antifaz”.
En los años treinta, la fama de Vila se consolidó a través del cine. En poco más de diez años filmó doce películas. Rubio, pintón, simpático y dueño de una sonrisa ganadora, a su talento musical le sumaba condiciones actorales que sin ser excepcionales le permitían brillar con luz propia. En 1936, filmó “Radio Bar” dirigida por Manuel Romero. Lo acompañaban Lidia y Victoria Desmond, Gloria Guzmán, Juan Carlos Thorry y la orquesta dirigida por el maestro Elvino Vardaro.
En 1939, actuó en “Cuatro corazones” y “Retazo”. Y en 1940, participó en lo que para muchos fue su mejor película: “La casa del recuerdo”, dirigida por Luis Saslavsky. Allí, canta un tema a dúo con Libertad Lamarque que los coleccionistas darían su vida por conseguirlo. También en el año cuarenta filmó “Confesión” inspirada en el poema de Enrique Santos Discépolo. La película producida por Argentina Sono Films la dirigió José Moglia Barth, con guión de Homero Manzi y la música, a cargo de la orquesta de Ricardo Malerba.
Allí, hay una escena que merece tenerse en cuenta. Un grupo de señoritas y “niños bien” salen de algún local nocturno. Están vestidos como vestían los millonarios en aquellos años: ellas de largo y ellos de frac y moñito. Están todos alegres, seguramente con unas copas de más. En la puerta del salón hay un coche tirado por un caballo blanco y un viejo cochero en el pescante. Las niñas hacen exclamaciones de alegría como harían hoy en la misma situación si encontraran a esa hora un taxi desocupado. Es en ese momento que entre el grupo de muchachos calaveras se destaca Alberto Vila. Está en su mejor momento. No ha cumplido aún cuarenta años y es la gran estrella del cine porteño. Se acerca al coche y sorpresivamente serio le dice a los amigos. “Éste no es un coche, es una sombra, es un recuerdo”. Todos hacen silencio. Y en ese momento se escucha la música y Vila empieza a cantar “El pescante”, uno de los grandes poemas de Homero Manzi. Hoy, gracias a Internet y Youtube se puede disfrutar de esa escena. Es una joya del tango y Alberto Vila está como nunca.
Después filmó “Mañana me suicido”, “Amor último modelo”, “Camino al infierno” y “Adiós pampa mía’’, acompañado por Alberto Castillo. Los éxitos fílmicos de Buenos Aires no son muy diferentes a los que luego conquistará en Montevideo. En 1938, estrenó en la sala del “Ambassador”, entonces ubicada en Julio Herrera y Obes, entre 18 de Julio y San José, la película “Soltero soy feliz”. También pertenece al ciclo montevideano, “Los tres mosqueteros”, con Iris Margo, una película que por exigencias del libreto sus principales escenas se filmaron en el parque Capurro de la capital oriental. La consagración definitiva, Vila la logró filmando en La Meca del cine de entonces: Hollywood. Allí, y acompañado nada más y nada menos que de Maureen O’Hara, actuará en “Sucedió en la Argentina”, donde se luce cantando en inglés y castellano.
En la plenitud de su fama y antes de cumplir los cincuenta años, Vila decidió retirarse del mundo del espectáculo. Lo hizo en 1946 y lo hizo para siempre. Ese retiro voluntario explica, tal vez, su “desaparición” de las disquerías. Hoy, su nombre es recordado por pocos, sin embargo en los años treinta y principio de los cuarenta el hombre brillaba en la noche del Río de la Plata.
En homenaje a la verdad, hay que decir que no fue el primero de su tiempo. A Gardel sólo pudo imitarlo. Careció del talento de Corsini y la sensibilidad popular de Magaldi, pero fue un cantor afinado y con gran llegada al público de su tiempo, por lo que sería injusto subestimarlo o desconocer lo que representó en su momento.
Vila murió en Montevideo el 23 de febrero de 1981. Pocos, muy pocos, se enteraron de su muerte. La noticia salió en algunas páginas de tango. No era para sorprenderse: hacía más de tres décadas que estaba fuera de circulación. Vivía en Buenos Aires, pero curiosamente murió en Montevideo, su ciudad natal.